Calla. No digas lo que piensas. No protestes. Haz lo que te manden. A ellos no les gusta la sinceridad, ni la crítica, ni la rebeldía. Son presidentes, directores, diputados, subdirectoras, secretarios generales, redactores jefe, obispos, reyes, empresarios, banqueros. No te atrevas a cuestionarlos, son intocables.
No pienses por ti misma. No tengas criterio propio, no te salgas del discurso mayoritario, no busques respuestas en zonas alternativas. Sigue el sendero marcado.
Si tu jefe te manda cubrir una pseudo-rueda de prensa en pantalla de plasma, hazlo. No le contradigas, no discutas, no debatas. Hazlo aunque vaya contra tus principios éticos y profesionales.
Si te mandan desahuciar a una anciana, pegar a un manifestante, engañar a un cliente, hazlo. Es una orden.
Baja la mirada, agacha la cabeza. No cuestiones su orden establecido, no les muestres sus incoherencias, no evidencies las fracturas de su sistema, de su estatus, no descubras las grietas por las que te puedes colar, no les obligues a salir de su área de confort. No les hagas escuchar lo que no quieren oír.
Cierra la boca. No ventiles tu libertad. Siente el miedo paralizador recorriendo tu cuerpo. A ellos no les gustan las personas seguras de sí mismas. Se nutren de tu debilidad. Tu sumisión les empodera.
No actúes, no vueles, no grites. No creas que las cosas pueden cambiar. No tengas ilusiones, no sueñes despierta, no sonrías utopías.
Pórtate bien. Sé obediente. Así siempre podrás justificarte: no tenías más opciones. ¿No?
Elegiste obedecer.