Población gitana: ¿qué sabemos de ella?

El desconocimiento produce miedo. Y el miedo provoca rechazo. Por eso se margina al diferente, como ha pasado en Francia con la expulsión de 8.000 ciudadanos europeos (rumanos y búlgaros) de etnia gitana. ¿Por qué no los queremos en Europa? Se suele citar a España como ejemplo de convivencia entre las comunidades paya y gitana, aunque aquí también ponemos etiquetas a las minorías étnicas más desfavorecidas. ¿La imagen social que tenemos de los gitanos se ajusta a la realidad?

Haga la prueba. Pregunte en su entorno cómo son los gitanos. Obtendrá respuestas unánimes y categóricas. Después haga una segunda pregunta: ¿Cómo es tu relación con ellos? La mayoría de la gente responderá que no tiene ninguna relación con este colectivo. Sin embargo, no dudan en describirlos y asociarles determinados comportamientos, casi siempre negativos.

Les sorprendería, por ejemplo, conocer algunas ideas que también son gitanas. “Con la vieja mentalidad no podemos afrontar los nuevos tiempos de cambio. Las mujeres gitanas somos transmisoras de nuestra cultura y podemos cambiar la visión y dar nuevas herramientas a nuestros hijos. No podemos dar la espalda a la ciencia ni a los avances. Hay un gran camino que ya han hecho las payas, tenemos que seguirlo, aprovechando lo bueno, respetando la diversidad, pero trabajando juntas hacia el futuro”. Quien se expresa con tanta firmeza es Rosalía Vázquez, presidenta de la Asociación Alboreá. Sus palabras cobran especial importancia en un momento en el que el histórico rechazo que sufre su comunidad ha vuelto a ser noticia en Francia. “Mira lo que les pasa a los gitanos rumanos; no tienen recursos, no están formados, no hablan la lengua y no pueden defenderse. Solos no podemos, necesitamos al resto de la sociedad”.

Sus palabras cobran especial importancia en un momento en el que el histórico rechazo que sufre su comunidad ha vuelto a ser noticia en Francia. “Mira lo que les pasa a los gitanos rumanos; no tienen recursos, no están formados, no hablan la lengua y no pueden defenderse. Solos no podemos, necesitamos al resto de la sociedad”.

En lo que va de año, más de 8.000 ciudadanos europeos (rumanos y búlgaros) de etnia gitana han sido expulsados de Francia. El Gobierno de Nicolás Sarkozy ordenó las redadas, el desmantelamiento de los campamentos y las deportaciones fijando expresamente como prioridad “los asentamientos gitanos”. Cualquier ciudadano europeo tiene derecho a moverse libremente por la UE. Cualquier Estado puede repatriar a su país de origen a aquellas personas que cometan delitos (basándose en la conducta individual y salvaguardando los derechos de la infancia). La cuestión es que la culpabilidad de una persona se debe dictar con todas las garantías jurídicas. Y, además, la legislación europea no permite la discriminación étnica. Aún así, tras cierto revuelo, se ha pasado página y Francia no ha sido sancionada. Es más, muchos líderes políticos (incluido Zapatero) apoyaron a Sarkozy y una buena parte de la ciudadanía justificaba esas medidas. De hecho, el PP de Cataluña repartió folletos que relacionaban a los gitanos rumanos con la delincuencia. ¿Por qué? “El Gobierno francés no puede utilizar a un grupo étnico como chivo expiatorio de sus problemas internos o la crisis económica. Es un caso de discriminación clarísima. Los discursos populistas de Sarkozy, Berlusconi y la extrema derecha en otros países tienen mucho éxito porque calan en los ciudadanos de clase media-baja que están ahogados por los problemas económicos y el desempleo. Es fácil echar la culpa a los inmigrantes, pero hay que tener mucho cuidado con esto”, apunta Benjamín Cabaleiro, de la Fundación Secretariado Gitano (FSG).

En Europa hay 12 millones de ciudadanos gitanos. Son el grupo que sufre mayor exclusión social. España (donde viven 800.000 gitanos españoles y 60.000 gitanos rumanos) se considera un buen referente por el grado de convivencia alcanzado, sobre todo en Andalucía. Esto en cuanto a los gitanos españoles, porque respecto a los gitanos rumanos, no hace falta irse a Francia para ver en qué situación se encuentran.
Hace casi un año esta revista publicó un reportaje sobre La Cañada Real, el mayor poblado chabolista de Europa. En él, a pocos kilómetros de Madrid, los rumanos de etnia gitana subsisten en condiciones infrahumanas. Hemos querido saber cómo está la situación un año después. Ángel Castiblanque nos confirma que las cosas no han mejorado. “Sigue habiendo niños sin ir a la escuela, siguen viviendo entre basuras y ratas, no tienen letrinas con higiene y siguen acarreando el agua en condiciones higiénicas deplorables. Ahora hay en curso expedientes de expulsión, unos por delitos y otros, parece, mal incoados. La ley que Esperanza Aguirre anunció para La Cañada está parada. Nosotros seguiremos denunciando esta injusta realidad”.

DÉCADAS De DESIGUALDAD
Cuando se aplican políticas sociales de acceso a la educación y la sanidad los resultados son visibles, como en el caso de los gitanos españoles. Sin embargo, los prejuicios que tiene la población paya sobre la gitana persisten a pesar de que este pueblo es heterogéneo y ha protagonizado grandes cambios. “No hay que olvidar que arrastran décadas de desigualdad. La propia sociedad española ha avanzado y hoy es diferente a la de hace 30 años. Igual pasará con la población gitana, pero si siguen sin acceder a la formación y al empleo es difícil que escapen de esa espiral”, apunta Benjamín Cabaleiro, de la Fundación Secretariado Gitano (FSG).

El analfabetismo alcanza al 70% de los gitanos adultos. La tendencia ya se ha invertido y casi el 100% de los menores están escolarizados, aunque el 80% no termina la educación obligatoria. “Es un dato muy grave. No es solo responsabilidad de las familias, también lo es de los educadores, del ministerio y de las consejerías. Hay que actuar”, piden desde la FSG.

Emilio Calderón es delegado diocesano de Pastoral Gitana en Sevilla. “A los 15 años en la comunidad gitana se les considera mayores y tienen que ponerse a trabajar. Por eso dejan los estudios antes. Cuando llegué al barrio hace 40 años no entendían la importancia de tener el DNI o la necesidad de registrar a sus hijos al nacer. Hoy esto ya es normal. Si se explican las cosas bien, se cambian las conductas”.

Hoy más mujeres gitanas que hombres estudian Secundaria o acceden a la universidad (y tienen menos hijos). Como Manuela Mayoral. Su trabajo de mediadora social entre su comunidad y la sociedad mayoritaria ha sembrado inquietudes y va a estudiar en la universidad de mayores. “Mis padres me sacaron a los 11 años del cole para cuidar a mis hermanos. Yo nunca había trabajado, mi marido traía el dinero a casa. Fue un cambio personal en mi vida y también en mi familia, poco a poco mi marido se ha ido acostumbrando a colaborar en la tareas domésticas”.

Dice que en su día a día y en su trabajo no se ha sentido discriminada. Pertenece al 80% de los gitanos que se definen como invisibles porque están fuera de los estereotipos: ni son chabolistas ni son cantantes de flamenco. Son gente normal que lucha por su familia y su empleo. “Tirar de los artistas flamencos famosos es lo fácil, son venerados por los medios de comunicación y la sociedad. Pero hay nuevos referentes cotidianos, como las mujeres empresarias, los jóvenes en la universidad o los gitanos que ya son médicos o profesores. Eso sí, si un gitano delinque, se nos criminaliza a todos”, se queja Pilar Heredia, mujer histórica en la lucha de su pueblo.

También Emilio ve claro que las actitudes asociales y delictivas se dan en suburbios y zonas marginales, entre familias desestructuradas, al igual que los conflictos entre payos y gitanos emergen en barrios obreros con dificultades socioeconómicas. “No se puede condenar a todo un grupo por lo que hacen unos pocos. Las conductas conflictivas son por la pobreza, no por la etnia. A mis vecinos gitanos que viven de su trabajo no les hace ninguna gracia que otros gitanos roben o no sepan convivir”.

Por eso Emilio es rotundo al exigir también responsabilidades a la comunidad gitana. “¿Quién integra a quién? Mejor hablar de convivencia y respeto. Tenemos que dar servicios, acoger y ofrecer ayuda. Pero también hay que exigirles compromiso. Derechos, por supuesto, y también obligaciones”. Rosalía no puede estar más de acuerdo. “Es mucho más cara la exclusión que la inclusión. Tenemos grandes capacidades, si no las tuviéramos, no estaríamos aquí con todo lo que nos ha pasado. Queremos caminar y aportar, pero tenemos que ser responsables y aprovechar las oportunidades que se nos ofrecen para hacernos visibles”.

LA CHATARRA O EL MERCADILLO
De todo esto se habló mucho en la jornada Mujeres gitanas rompiendo el silencio, organizada por la Comunidad de Madrid y CASM. Escucharlas derriba muros y confirma que las mujeres gitanas son el timón de su pueblo. “Somos muy limpias, estoy harta de oír que somos sucias. ¿Que nos gustan los moños altos, la falda gitana y los aros grandes? Pues sí, no pasa nada. La diversidad enriquece y da color al mundo. Tenemos nuestra forma de vestir y de hablar, no todas las mujeres payas hablan bien ni combinan bien la ropa pero están ahí trabajando”. Loli García entiende muy bien a su pueblo, asegura que muchas veces se sienten cohibidos y no se atreven a acceder a otros puestos de trabajo que no sean el mercadillo o la chatarra porque tienen miedo al rechazo. Ella dio el gran salto y es la gerente de la empresa textil Romihilo. “Somos trabajadoras cualificadas. No ocultamos nuestra identidad gitana cuando nos presentamos a los clientes. Existe la desconfianza inicial, pero yo creo en la humanidad, hay que creer en las personas”. Cuando ellas mismas se liberan del lastre y de los estereotipos que se les asignan, abren nuevos horizontes. Confiesa Irene que siempre ha envidiado a las personas formadas y educadas. “Antes me daba miedo hablar por si le metía una patada al diccionario. No nos dan trabajo porque no estamos bien preparados. No es porque seamos gitanos”.

La diversidad de sensibilidades y opiniones es evidente, también entre los gitanos. Depende de su nivel educativo y sociocultural. Y de la familia de la que procedan. Claro que han tenido que luchar mucho las mujeres gitanas contra el machismo y las tradiciones patriarcales que aún perduran. Pilar recuerda que se crió en una familia gitana muy tradicional, con seis hermanos hombres. “Una familia arcaica y llena de prejuicios. Siempre estuve muy custodiada, no podía salir sola ni dar un mal paso”.
Los prejuicios no son patrimonio de los payos. También hay gitanos que los tienen: respecto a los payos y respecto a los gitanos rumanos, por ejemplo. La coreógrafa y bailaora Dolores Giménez seguro que rompe muchos de los esquemas tradicionales. “Soy catalana, mi marido no es gitano. Siempre me he relacionado con normalidad con los payos en mi barrio. De nuestras tradiciones, algunas me gustan y otras no. No somos peores por ser gitanos, pero tampoco mejores. Y yo sí he sentido la discriminación: con los payos me sentía gitana y con los gitanos me sentía paya”.

PERDER EL MIEDO
Tradiciones como casar a las adolescentes o el ritual del pañuelo en las bodas (más presentes en las familias muy tradicionales o marginales) se están cuestionando desde dentro. “Nuestras hijas ya no pueden estar pensando sólo en casarse. No digo que todas sean abogadas, pero que pierdan el miedo y se preparen para trabajar de dependientas en un Zara o en Ikea, que no pasa nada. No dejamos de ser gitanas por eso”, reivindica Dolores.

Poco a poco van a ir ganando más espacios. Pilar Heredia recuerda que la participación social de la comunidad gitana hasta hace poco no existía. “Por la poca visibilidad que hemos tenido en las instituciones y los niveles de poder se ha hecho un mal uso de nuestro nombre. Cualquiera se otorga la autoridad de hablar de la comunidad gitana sin conocerla y sin entendernos. No sólo es necesaria la participación política, se puede estar en la asociación de tu barrio, dando a conocer tu cultura a tus vecinos”.
Tal vez así las encuestas den un giro y dejen de registrar datos como que el 95% de los payos no alquilaría un piso a un gitano y al 71% no le gustaría que un hijo o hija se casara con un miembro de esta comunidad. A la bailaora Dolores Giménez su padre le dio un buen consejo cuando era niña. “Si alguna vez un payo te hace algo malo, recuerda que no todos los payos son iguales”.

Cómo se forman los prejuicios
La imagen social que tenemos de los gitanos procede de las informaciones de los medios de comunicación y de lo que nos cuentan otros. “La psicología social lo ha estudiado. Cala en la mente que todos son malos y nace el temor hacia ellos. Los estereotipos se convierten en prejuicios y éstos llevan a la discriminación”, explica Benjamín Cabaleiro. Un estereotipo es la manera de despreciar lo que hacen otros grupos culturalmente diferentes a nosotros. Es una idea aceptada que perdura, aunque sea injusta, porque en su origen puede tener cierta base real y le conviene al grupo con más poder. Muchos estereotipos se aprenden en la infancia y forman parte de nuestros procesos mentales automáticos. Se convierten en prejuicios, opiniones previas (por lo general desfavorables) acerca de algo que se conoce mal. Generalizar simplifica nuestro mundo de experiencias, por eso tendemos a etiquetar. Los prejuicios provocan racismo y discriminación. Pero se pueden revisar y eliminar si nos acercamos a la realidad con una mirada limpia, como propuso la campaña de la FSG Conócelos antes de juzgarlos.

Los gitanos no se quieren integrar. Son un grupo altamente participativo, sobre todo las mujeres y los jóvenes. En España existe un movimiento asociativo muy importante.

Prefieren vivir en lugares aislados. El 88% de la comunidad gitana vive en viviendas normalizadas. Sólo un 4% vive en poblados chabolistas.
No quieren trabajar. 7 de cada 10 mayores de 16 años tiene una ocupación laboral (como asalariados o como autónomos).

No les interesa estudiar. El 98% de los menores están escolarizados. Un tercio presenta problemas de absentismo.

Acaparan los recursos sociales. El 20% de la población gitana está empobrecida. Accede a los recursos sociales (como la vivienda protegida) en igualdad de condiciones que el resto de los ciudadanos y aportando las mismas pruebas (los baremos no contemplan privilegios como la etnia).

¿Quiénes son los gitanos?
Los historiadores coinciden en que faltan piezas en este rompecabezas. La lengua que hablan los gitanos (romanó o romaní, data del año 300 a.C) ha dado pistas para situar los orígenes de este pueblo en la India. Como antiguos viajeros, algunos grupos emigraron a Persia y gran parte salió luego hacia Europa. Parece que llegaron a España por el Norte en el siglo XV. Conocidos por la adivinación, la hechicería y sus dotes para las artes, se les definió como pueblo misterioso y alegre. Llamados cíngaros, bohemianos o romá, se dedicaban al comercio ambulante de ganado y el nomadismo era su forma habitual de vida. Reducidos a la esclavitud en varios países europeos, España comenzó a perseguirlos en 1499 con la primera Pragmática antigitana, donde los Reyes Católicos les exigían servir a los señores o irse de España. Como castigo, 100 azotes o corte de orejas. Felipe III siguió con el intento de borrar su cultura prohibiendo usar sus trajes y su lengua (en España se perdió la lengua gitana y se convirtió en un dialecto, el caló) y Felipe IV ordenó la caza de gitanos como hicieron sus sucesores. En el siglo XX, medio millón de gitanos fueron exterminados por el Estado nazi. Quizá esto explique las estrategias de supervivencia que han tenido que desarrollar para protegerse, como el arraigo a sus tradiciones y la vida comunitaria. Hoy conforman uno de los grupos con mayor crecimiento demográfico. Hay estimaciones sociológicas que aventuran en España la cifra de 4 millones para el año 2030. •

(Reportaje de Silvia Melero publicado en revista 21)