Benín: la esclavitud de ayer y de hoy

Las cifras del pasado revelan que unos tres millones de esclavos salieron de Benin en la época en que el comercio de seres humanos era un negocio legal. Hoy en este país africano el trabajo infantil está normalizado en el núcleo familiar como un medio de subsistencia y se siguen cometiendo brutales abusos contra la infancia. Las cifras del presente denuncian que más de 300.000 menores benineses trabajan en condiciones de esclavitud.

En Ganvié viven 2.000 personas sobre el agua. Lo llaman la Venecia africana. Navegar por las tranquilas aguas de este pueblo de pescadores evoca recuerdos de un pasado no muy lejano. A un lado y a otro de la barca que nos transporta se acercan niños pidiendo unas monedas. Son los descientes de los esclavos que huyeron para no ser enviados a América. Aunque cueste creerlo, no los capturaban los colonizadores sino los propios reyes tribales benineses que después los vendían a los comerciantes blancos europeos.
En medio del lago los furtivos construyeron sus casas para refugiarse y, de esta forma, evitaron engrosar la lista de los tres millones de esclavos que salieron de Benin entre los siglos XVII y finales del XIX. El rastro de sus huellas se adivina no muy lejos, en Ouidah, donde se puede recorrer el camino que hacían los esclavos a pie hasta la Puerta de no retorno, a orillas del mar. Tras atravesarla, embarcaban hacia un destino incierto y doloroso.Paradójicamente, hoy en las mismas aguas salvadoras del lago los padres ceden a sus hijos con tan sólo cinco o seis años de edad a cambio de poco dinero o nada para que trabajen en la ciudad. Es la esclavitud moderna, un fenómeno complejo y subterráneo del que es difícil obtener datos. Según UNICEF, más de 300.000 menores en Benin son víctimas del tráfico dentro y fuera del país.

De Ganvié salió Tobi siendo muy pequeña y ahora, con 9 años, ha podido regresar a su casa. Llegó al Centro de la Alegría de Mensajeros de la Paz en Cotonou, la capital del país, después de la desarticulación de una red de tráfico infantil. “Comenzamos la búsqueda de los padres con ayuda del alcalde. El día del encuentro se congregaron unas 60 personas. Ella fue directa a dar besos a su madre y se arrodilló para saludar a sus tíos y tías”. Lo cuenta Florent Koudoro, delegado de Mensajeros de la Paz en Benin. Mediante la firma de un acuerdo de compromiso con los padres, la organización hace un seguimiento de Tobi, que va retomando la normalidad en su vida a pesar de las penalidades, el maltrato y la soledad que ha sufrido. “Cuando llegan a nuestro centro de acogida, muchos padecen enfermedades debidas a la malnutrición, lesiones por las malas condiciones laborales, infecciones, etc. Pero, sobre todo, son niños que no han tenido infancia, que no han podido jugar, incapaces de reír y de ilusionarse con algo.

Están encerrados en sí mismos, muchos sienten verdadero terror hacia los adultos”. Necesitan mucho tiempo para suavizar su carácter, para hacerles hablar y expresarse. Suelen pasar semanas o meses hasta que puedan contar su verdadera historia.

¿Cómo se llega a esta situación? Normalmente son menores que proceden de entornos rurales, familias empobrecidas y muy numerosas. El proceso se repite sistemáticamente: un intermediario compra al niño por unos 15 dólares o a cambio de regalos, prometiendo a los padres un futuro laboral que mejorará sus condiciones de vida. El niño llega a manos del traficante y éste negocia la cantidad final con el comprador. Por lo general, los niños acaban trabajando en canteras, campos de algodón, pesca, fábricas clandestinas, o fuera del país en las plantaciones de cacao de Costa de Marfil y las canteras de Nigeria, donde con 8 años ya trabajan de sol a sol a cambio de una mazorca de maíz o, muchas veces, sin cobrar nada. A los 14 años, los que han sido jefes de cuadrilla están listos para convertirse en los nuevos traficantes.

Desde los 5 años
“En cuanto a las niñas, suelen ser confiadas a familias de la ciudad para hacer las tareas domésticas. Otras son utilizadas para vender en los mercados y muchas son víctimas de explotación sexual. La falta de autoestima, la ignorancia de sus derechos y asumir la explotación como su forma de vida, les conduce muchas veces a la prostitución”, afirma Florent.

Se calcula que el 70% de las familias de la ciudad tienen algún niño a su servicio producto del tráfico. Desde los 5 años una niña puede trabajar como criada en una casa, cuidando a los bebés y haciendo las tareas domésticas. “El origen de esto se encuentra en un sistema de protección tradicional denominado vidomegón, por el que los familiares entregaban a sus hijos a parientes de la ciudad para que se encargaran de ellos, les dieran educación y aseguraran su futuro”, comenta Manuel Macía, director de Proyectos de Tierra de Hombres. Es importante subrayar, como indica Florent, que “durante años, e incluso siglos, muchos niños y niñas dejados en estas condiciones han tenido una vida digna y han logrado labrarse un buen porvenir, convirtiéndose algunos de ellos en personas muy importantes en Benin”.

Cuando este sistema se pervierte, se da la explotación. “Los patrones no se encargan de la educación y las niñas no van a la escuela. Trabajan 12 horas, a menudo sufren violencia y maltrato y acaban escapando o bien, cuando cumplen 14 años y dejan de ser útiles, les echan. Han perdido el vínculo con su comunidad de origen y sin lazos familiares ni referencias acaban en la calle”, dice Manuel.

Según la Brigada de Protección de Menores de Benin, en la última década 5.000 niños han escapado de este infierno. Son internados en centros de acogida, como el Centro Oasis de Tierra de Hombres. Tras recibir atención médica y psicológica, se inicia la búsqueda de los familiares para reinsertar a los menores. Manuel tiene claro que escuchar a los niños y niñas es muy importante. Hay que preguntarles qué quieren hacer, pues volver a su núcleo familiar no siempre es lo mejor porque a veces han vivido experiencias traumáticas. “Se puede buscar familias de acogida con todas las garantías. Pero, desde luego, lo que no quieren es regresar a la situación de explotación laboral. Se sienten frustrados, decepcionados, lo han pasado mal. Querían ir a la ciudad para obtener una vida mejor, cumplir sus sueños y no lo han conseguido. Hay que diseñar junto a ellos su futuro y sus alternativas. Su vida no puede pasar de mano en mano, de adulto en adulto, sin que ellos decidan nada”.

Para Tierra de Hombres involucrar y sensibilizar a la comunidad es muy importante. “Les explicamos la realidad, sin dramatizar pero sin dulcificarla. Los propios niños cuentan a sus familiares y a su comunidad qué es lo que han vivido, expresan con mímica (u otros recursos como la danza) cómo se sienten y les dicen que quieren estar con su familia aunque sea en condiciones difíciles. Son ellos mismos los que expresan que quieren ir al colegio y jugar con otros niños”.

Buscar alianzas con las autoridades locales ha permitido poner en marcha mecanismos de protección, como el pacto de honor: mientras son pequeños tienen que quedarse en la familia. Desde Tierra de Hombres, se aportan ciertas ayudas a las familias para que los niños puedan quedarse en casa y no se vean obligados a irse.

Consecuencia de la pobreza
A veces, como explica Florent, los padres que han cedido a un hijo desconocen las circunstancias a las que le exponen. “En muchos casos, los padres ignoran la situación de explotación y para ellos es un gran disgusto cuando conocen todo lo que han sufrido sus niños. Pero hay que decir también que en otros casos son los propios padres, movidos por el hambre y la desesperación, los que venden a sus hijos para buscar dinero. Es algo terrible y reprobable, pero tal vez es muy fácil de juzgar desde fuera. Ese proceder no es más que una de las terribles consecuencias de la pobreza”. Pensemos en familias muy numerosas, en padres enfermos, mayores y cansados, incapaces de mantener a todos sus hijos. Por eso, cuando alguien llega al poblado y le pide a un padre a uno de los 10 hijos que tiene, éste se siente aliviado y ve más posibilidades de sacar adelante a los demás.

Además, en una sociedad como la beninesa, donde la esperanza de vida no supera los 50 años, es normal que los menores trabajen ayudando en la economía familiar como medio para su propia subsistencia. En África hay otra concepción cultural y con 14 años se les considera casi adultos. “El trabajo infantil es algo generalmente aceptado en muchas regiones de Benin. Muchos padres llevan a los niños a talleres para aprender un oficio, lo hacen para garantizar el futuro de sus hijos. Las niñas suelen permanecer más en el ámbito familiar, ayudando a sus madres. Cuando hablamos de tráfico o explotación infantil nos estamos refiriendo a otra cosa: el niño o la niña son separados de su entorno y se ven obligados a trabajar como esclavos”, puntualiza el delegado de Mensajeros de la Paz.

Es frecuente ver en cualquier poblado de Benin a menores colaborando en labores de agricultura, pastoreo o tareas domésticas. Cambiar las tradiciones y los fenómenos culturales (en un país con 60 grupos étnicos) supone un proceso largo que debe hacerse desde el respeto y el intercambio mutuo. Tierra de Hombres hace un trabajo de sensibilización con la parte explotadora y se ha conseguido que en las canteras y pequeñas empresas no se contrate a menores de 14 años. “Hay que ir poco a poco, dando pequeños pasos. A veces ni siquiera ha habido tráfico y el niño va por su propio pie en busca de trabajo. Lo que decimos es que el lugar de un niño es el colegio, eso está muy claro. Es el sitio donde puede adquirir herramientas para tener más oportunidades en el futuro. Y si tiene que trabajar, que sea a partir de los 14 años, pero con la protección laboral y sanitaria garantizadas”.

El Parlamento beninés abolió la explotación infantil en 2006. Es cierto que el Gobierno está haciendo esfuerzos para mejorar la protección de la infancia, con medidas como la gratuidad de la escuela primaria. Sin embargo, aún muchos menores no acuden al colegio. Manos Unidas apoya varios proyectos en Benin destinados a mejorar la educación y la salud de la infancia, como las escuelas o los centros sanitarios de las Terciarias Capuchinas de la Sagrada Familia. La hermana Mª Damaris García recuerda con especial dolor el caso de una niña de 10 años maltratada por sus patrones. “Llegó a nosotras con muchas heridas por todo el cuerpo, había sido tratada como un objeto. Pasaba mucha hambre y la noche anterior se había comido una naranja sin permiso. Su patrona, esposa de un miembro de la asamblea legislativa, estalló en cólera y utilizando un cable se encarnizó contra la menor”. Sin apoyo, el futuro de esta niña se vería de nuevo truncado. Por eso la educación es tan importante, como defienden las organizaciones sociales.

La educación, garantía
Las escuela de formación para chicas que impulsa la congregación les ofrecen la posibilidad de aprender un oficio y obtener sus propios ingresos. No hay que olvidar que casi el 74% de las mujeres beninesas son analfabetas y ellas son las encargadas de cuidar a los niños y, por tanto, cuanta más formación y promoción obtengan, mejor podrán proteger y educar a los menores. De ellos depende el futuro del país.
Con una población de apenas siete millones de habitantes, Benin tiene un fuerte potencial ya que la mitad de su ciudadanía es menor de 18 años. Proteger sus derechos (alimentación, salud, educación) en la etapa de la infancia impedirá el abuso y la explotación, como advierte Manuel: “La importante pobreza estructural es la raíz del problema y mientras no se solucione van a seguir necesitando trabajar”. •

(Reportaje de Silvia Melero publicado en revista 21