Pedro Sorela, gracias, querido profesor

Carta de Despedida con Puntos Suspensivos

Menuda responsabilidad escribirte unas letras. Pienso en cómo abordar este ejercicio de redacción bajo tu mirada, ahora desde ese otro lugar desde donde miras. Podría ponerle algo de humor al texto, versionarlo, dibujarlo, colorearlo con los juegos que nos pedías en clase.

Pero, mira, como ya no me tienes que poner nota, he pensado que simplemente quiero escribirte una Carta de Despedida con Puntos Suspensivos.

Me pilla tu muerte en Galicia, tierra a la que me ha traído Luto en Colores, proyecto que te conté desde sus inicios. Recuerdo una comida en la que hablamos mucho de las pérdidas de seres queridos y de afrontar la propia muerte, fue hace unos años. Me pilla tu muerte el mismo día que nace una nueva vida en el Grupo de Siraridad, el grupo de duelo entre mujeres que nació cuando murió la pequeña Sira. Fuiste de las primeras personas en leer el cuento que me nació para esa peque y sus padres. Era un cuento manuscrito y cuando hizo parte de su recorrido íntimo y privado, pensamos en autoeditarlo. Me dijiste que te habías emocionado al leerlo y que hay que tener la mirada muy afilada para ver tanto en una vida de 40 minutos. Quiero decirlo porque recibir ese tipo de apoyos para mí es importante. Lo fue (mucho) cuando eras mi profesor. Para mí sigues siéndolo. Sentí fortalecidas mis capacidades con tus comentarios. Me animaste a retomar la escritura creativa, que en la periodística ya llevo muchos años.

Creo que afortunadamente te pude trasladar varias veces lo que habías supuesto en mi vida como profesor. Me da rabia que esto de la muerte deja cosas a medias siempre, me fastidia pensar que no habrá ya jóvenes periodistas que disfruten de tus clases, que aprendan de forma mágica ante tu presencia. También sé que has dejado un buen reguero de gente… Ahí está la continuidad.

Me consta que otras personas han tenido una experiencia distinta contigo. Eras duro en clase, brutalmente sincero. No eras nada complaciente. Decías exactamente lo que querías decir. Y eso para nuestros egos era un bofetón.

Yo era una joven alumna que estaba mirando los horarios de las clases para matricularme en Primero de Periodismo. Año 1993. Última promoción del plan antiguo. Facultad de Ciencias de la Información de Madrid. Horarios y nombres de profesores que no me decían nada, pero había que elegir grupo. De repente, dos chicos se pusieron a mi lado. Uno era veterano, aconsejaba a su amigo: “Si quieres aprender, coge a Pedro Sorela en Redacción, es muy duro, pero muy bueno. Si vienes a pasar el rato coge otro”. He pensado tantas veces en la magia de ese instante. Escuché de lado, disimuladamente, pero recibí el mensaje directo a mí. Yo tenía el periodismo en las venas, estaba hiper motivada, muy ilusionada, quería, claro, aprender. Te escogí conscientemente sin conocerte.

El primer día de clase ya apuntabas maneras. “Ésta es la cara que tengo, no tengo otra, no os asustéis”. Rostro serio, voz firme, pero se adivinaba ya el amor por la escritura y el periodismo y un inteligente sentido del humor. Dijiste también: “Venís a hacer periodismo pensando que sois grandes escritores, pero lo cierto es que la mayoría no sabéis escribir”. Temblábamos cuando nos tocaba salir a leer los ejercicios de redacción a tu lado, en el micro, para que el resto de la clase opinara. Porque en eso consistían tus clases: leer y escribir.

Un listado de libros que nunca olvidaré. Ejercicios del tipo: ir a un concierto y hacer una crítica, ir al cine, entrevistar a una persona del mundo de la política, hacer un reportaje, contar una noticia en formato poesía… Nada de apuntes. Escribir, leer, aceptar críticas, poner todo en común, pensar.

Y así el primer año de clase. Cuando llegó el verano, me entristeció que se terminaran esas dos sesiones a la semana contigo, ese disfrute, aprendizaje, adrenalina o no sé cómo llamarlo. Era estar muy despierta. Decidí volver a cogerte en el segundo curso.

Siempre cuento que salvo mis cinco años de estudiar Periodismo gracias a ti y tus clases. Tal cual. Me doy cuenta de lo mucho que he hablado de ti a mi entorno. Mis padres, por ejemplo, no conocen el nombre de ninguno de mis profesores del instituto o la Universidad. Pero saben muy bien quién es Pedro Sorela. Y buena parte de las personas que me rodean también.

Cuando en tercero me fui a hacer prácticas al diario Alerta de Cantabria nos tomamos un café y me deseaste que disfrutara mucho la experiencia. Fue genial vivir el día a día en una redacción. Trabajé mucho y aprendí más. Pero, para mí, sobre todo fue una vivencia fluida y sencilla. Cada vez que escribía un reportaje, una crónica o una entrevista, era la misma sensación de disfrute que hacer los ‘deberes’ de redacción en tus clases. Así sigue siendo hoy. Mi alegría con la escritura es la misma que la de esa estudiante que escuchaba atenta en clase, con las orejas desplegadas, los ojos emocionados y el corazón latiente acelerado.

Pasaron los años y nos perdimos la pista. Pero estabas presente en mi vida y mi trabajo periodístico allá donde fuera. Siempre supe que en algún momento te iba a decir eso. Un día, casualmente, mi amiga Cristina comentó en Facebook un enlace que habías compartido. ¡Y ahí te encontré! ¿Pedro Sorela en redes sociales? Nunca lo hubiera imaginado. Entonces te escribí. Te dije todo eso que ese quería decir. Quedamos de nuevo. A partir de ahí, nuestras vidas se cruzaron más veces. No me dejabas que te llamara Profesor. “Ya no soy tu profesor”. Pero es que sí, para mí lo eras y lo eres. Me enseñaste que la objetividad en el periodismo no existe, pero que podemos ejercerlo desde la honestidad. Aún saboreo los momentos de lectura de libros que escribiste, entre ellos, El Sol como disfraz.

Querido Profesor. Cuando te conté los inicios de Luto en Colores, aventuraste un “me da que esto no va a tener una andadura corta”. Así está siendo. Ha volado. Se me cruzan la muerte y la vida a cada paso. Me resuenan tus palabras, tus frases, tu manera de afinar el lápiz, de colorear el pincel. Me entero de tu muerte y lo primero que siento es un impulso brutal de escribirte. Lo hago después de haber levantado una copa de Albariño en tu honor, brindando por tu existencia. Buen viaje. Dejas muchos puntos suspensivos por aquí… Todo lo que me queda por escribir y por contar estará contagiado por lo que me enseñaste.

Gracias, Pedro. Gracias, querido Profesor.