El viejo costurero de mi abuela. Ahí sigue. En la casa del pueblo siempre me gusta reencontrarme con recuerdos para enraizarme y reconectarme. Hacía tiempo que no me fijaba en el costurero. Es una vieja lata de hojalata reutilizada y reconvertida. Muy propio de mi abuela, siempre reutilizando y dando segundas y terceras vidas a cada objeto (a veces en exceso, todo hay que decirlo). Tantas veces habré visto ese costurero y nunca me fijé en lo que ponía: “Confitería y pastelería Victor Saldaña. Especialidad en bizcochos borrachos. Calle Mayor, 29. Teléfono 81. Guadalajara”. Maravilloso. En la tapa aparece dibujado, ya muy descolorido, el rostro de una mujer. Me he inventado que era la pastelera, artesana de los bizcochos. Que yo sepa mi abuela no ha estado en Guadalajara, pero siempre me habla mucho de los viajantes y comerciantes que iban de pueblo en pueblo vendiendo cosas y me he imaginado que se lo había comprado a un marchante de aquellos. Ya se lo preguntaré cuando me vuelva a Madrid. Total, que me ha invadido el espíritu cosedor de mi abuela (que siempre estaba readaptándose las prendas a su gusto, cambiando bolsillos de sitio, haciendo trapos de una sábana o taleguillos para el pan) y en un arrebato me he arreglado unos tirantes de un vestido que estaban ya muy dados de sí. Los tenía apañados con un nudo, pero al ver el costurero y recordar tantas tardes de infancia en el corral entre hilos y agujas, no he dudado en cortar el trozo sobrante y hacer un cosido bastante apañao. Y de paso me voy a comer unos bizcochos borrachos (siguiendo el mensaje de la caja), a vuestra salud.