En los momentos más inesperados ataca de nuevo. A veces es sutil, molesta pero no aprieta. Otras veces se hace notar más. El miedo es muy físico, paraliza, e incluso te tumba si te despistas. Pero si aprendemos a ser junco, dejamos que pase como la corriente de agua que dobla pero no rompe. Ser flexibles y no frenarlo, dejar que entre, acogerlo y abrazarlo.
Cuando creo haberlo superado, vuelve. Así fue hace poco. Llamó a la puerta un día cualquiera. Al mirar por la mirilla me quedé estupefacta. “¿Pero otra vez tú?”. Incluso pensé en no abrir. Pero entendí que sería mejor no ignorarlo. “Anda, pasa. ¿Te pongo un café?”
Y nos sentamos a tomar un café para charlar un rato. Al miedo hay que darle su lugar, su espacio, escuchar lo que nos viene a decir, pero sin permitir que se instale, nos invada y se apodere de todo lo demás. Porque el miedo se agranda fácilmente y entonces se come la ilusión, la fuerza, la energía, la pasión y hasta los sueños.
La excusa que te cuenta es muy mental siempre. Tiene que ver con situaciones imaginarias del futuro que visualizamos cual película catastrófica en la que todo nos sale mal. Pienso en el momento en que di el paso para volcar mi energía en Luto en Colores. Dejar un trabajo fijo, un sueldo fijo, todas esas aparentes seguridades. Ahora que el miedo vuelve ante la incertidumbre de qué pasará, experimento la voluntad de confiar desde un lado más absoluto, más total, más profundo. Siempre me tranquilizo pensando que saltamos teniendo red. Pero confiar cuando hay red es medio confiar. La confianza sobre la nada es la confianza total. Dar pasos y saltos a veces requiere de cierta inconsciencia. Si no, no los darías. Si la mente empieza a analizar los pros y los contras, se llenará de contras porque a la mente no le gusta la incertidumbre, lo inseguro, el terreno de lo probable por descubrir que casi siempre se le muestra improbable. Es desde otro lugar que hacemos esto. Es el impulso que se siente desde el pecho, desde el alma. Y, sobre todo, no pierdo de vista que salté porque quise hacerlo. Nadie me obligó. Eso elimina también muchas posibilidades de quejas.
No es que mi caso sea particular, conozco a muchas personas que han hecho lo mismo para apostar por lo que querían hacer. Cuando sientes en lo más profundo de tu ser que estás en plena armonía y conexión con algo, quédate ahí. Habrá dificultades, pero el camino se abre de forma maravillosa y los hilos se tejen mágicamente. Confiar es también no desdibujar lo que ya se ha sembrado. Aunque no veas el tallo al día siguiente, la semilla está ahí. Tomará su tiempo para florecer. Así voy experimentando este viaje. Claro que hay frutos ya. Y son coloridamente sabrosos.
Luto en Colores me ha enseñado esto de la confianza ciega. Más bien es la confianza que ve sin ver. A nuestras actividades a veces vienen muchas personas y otras veces menos. He aprendido que es lo mismo, es igual de importante hacerlo si hay dos seres o si hay 80. Desde lo esencial, desde lo que significa para cada uno de los corazones que nos encontramos, no desde los números. Además, hablar de la muerte y tomar conciencia de ella nos hace más libres y espanta los miedos.
El miedo tiene que ver con la inseguridad, con temer que un proyecto o un trabajo no llegará a la gente, y por supuesto con problemas reales, objetivos, porque todas las personas necesitamos una mínima infraestructura de recursos para vivir, para pagar la casa, la luz, la comida… Entiendo perfectamente que el miedo paralice. Asumimos riesgos y el miedo es una buena alerta ante el peligro. Nos prepara, nos avisa, puede ser consejero pertinente en su justa medida. He hecho varias veces en mi vida el ejercicio de pararme a pensar qué es lo peor que me puede pasar. En el peor de los casos, si me he equivocado, si esto realmente no tiene un lugar, ¿qué es lo peor que me puede pasar? Contestar e incluso escribirlo es muy liberador. Es dialogar con nuestro miedo e incluso darle un abrazo y tranquilizarlo. Porque por lo general, en el peor de los casos, seguro que habrá una salida y seguiremos adelante.
Los miedos imaginarios son tan potentes que podrían incluso cambiarnos la existencia sin que hayan ocurrido, porque aún sin que se materialicen los vivimos como si ya fueran reales. Es una posibilidad que ocurra, vale, pero me hago la fotografía de este instante: hoy, en este momento; ¿ha ocurrido todo eso malo? Miro a mi alrededor y veo todo lo que me rodea y me sostiene. Respiro. Sonrío.
También me he hecho un kit de emergencia. Para cuando el miedo aprieta.
Mi kit de emergencia ante posibles ataques está compuesto de canciones que me cambian la energía al instante, de películas, de sabores ricos, de meditación y momento presente, de fotos o imágenes, aromas, textos, libros, todo lo que me puede sacar de las garras del miedo.
Mi kit de emergencia se llena de ojos, miradas, sonrisas, abrazos, conversaciones compartidas.
Mi kit de emergencia me recuerda siempre que retorne al amor. Porque el amor es lo contrario del miedo. Y cuando estamos ahí, en querernos, en querer, en dejarnos querer… Cuando estamos ahí, al miedo le cuesta más entrar.