Él le presta sus ojos, ella le regala sus oídos

Él le presta sus ojos. Ella le regala sus oídos. Él es un hombre ya jubilado, ahora voluntario. Ella una mujer ciega, más joven, ahora sentada en la sala de espera del Centro de Salud. Yo estoy sentada al lado. Me llegan algunas frases de su conversación. Él le cuenta que desde que tiene el móvil todo le asombra. “Es increíble, metes en una ventana lo que quieras, cualquier cosa, y te sale toda la información, pero todo lo que se te ocurra, desde las cosas más raras, un pueblo, una comida, un personaje, cualquier cosa. Es como llevar el Espasa Calpe encima todo el rato pero infinito. Menudo aprendizaje”.

Ella recibe y recoge sus palabras, sonríe. Ya ha tenido otros voluntarios acompañantes en otras ocasiones. “Sobre todo me hace falta para cosas así, ir al médico, o como el otro día, que tuve que hacer trámites en Tráfico”. Hablan de un señor que es voluntario desde hace tiempo pero tiene ya más de 80 años. “Es encomiable que haga esto –dice él- pero ya le cuesta moverse, no puede, ya le toca descansar. A ver, descansar no de morirse, entiéndeme, descansar de estar en reposo y calma”.

No puedo evitar sonreírme para mis adentros. Luego él cuenta que ha acompañado a muchas personas invidentes. “Desde que tengo el móvil me lo apunto aquí, pero sigo teniendo una agenda de papel así de gorda y ahí llevo todo, el nombre de cada persona, dónde vive, el teléfono, la parada de Metro cercana. Todos los datos están ahí, así que cualquier cosa que necesites, tú me dices que yo me organizo”.

Explica que se va unas semanas de vacaciones, pero a la vuelta quedará totalmente disponible. Está atento a la pantalla en la que aparecen los números para el turno (sin sonido). Hoy ella sabrá cuándo y dónde entrar gracias a él. Hoy él ha compartido su mañana de jubilado charlando con ella. “Porque a los médicos hay que venir sin prisa. Se sabe cuándo se llega pero no cuándo se sale”.

Yo he salido sonriente, hay gente maravillosa en cualquier rincón.