Anna Freixas, escritora feminista y profesora de universidad jubilada, aborda la enorme estigmatización de la sexualidad de las personas mayores en general y especialmente de las mujeres en el libro ‘Sin reglas. Erótica y libertad femenina en la madurez’ (Capitán Swing). Barcelonesa afincada en Córdoba, ha dirigido el Aula de Estudios de las Mujeres (Cátedra Leonor de Guzmán), ha hecho aportaciones pioneras para el desarrollo de la gerontología feminista en España y ha recibido varios reconocimientos por su trabajo, entre ellos la medalla de plata de la Junta de Andalucía.
Si científicamente la edad no es un impedimento para el disfrute sexual, ¿por qué seguimos pensando que sí lo es cuando hablamos de sexualidad y mayores?
Porque las creencias de tipo cultural son muy potentes y están por encima de todo. Hemos vivido en una cultura con una enorme estigmatización de la sexualidad de las personas mayores en general y especialmente la de las mujeres. Ser mujer y ser mayor no entra en el imaginario.
¿Qué características marcan ese doble rasero en la educación recibida sobre el sexo?
Los hombres siempre han sido educados en mayor libertad sexual. El patriarcado ha estado muy interesado en controlar la sexualidad de las mujeres para garantizar su prole. Las mujeres respecto a la sexualidad sólo podíamos ser vírgenes santas o prostitutas. No ha habido históricamente un espacio intermedio diverso, ahora las cosas han cambiado algo.
Tienes experiencia como docente, has trabajado con varias generaciones y has abordado ya esta cuestión en tu obra ‘Mujer y envejecimiento: aspectos psicosociales’. ¿En qué hemos ido mejorando?
Hemos mejorado mucho desde la segunda ola del feminismo (años 70); se empezaron a conseguir leyes y avances en los derechos sexuales, el control de la natalidad, de nuestro propio cuerpo. Cambios que han permitido una evolución en las consideraciones sociales y culturales sobre la sexualidad femenina, permitiendo mayor autonomía y libertad para las mujeres. Las mujeres de mi generación hemos tenido cero educación sexual. Ahora, aunque falte mucho aún, tenemos algo más.
Para escribir este libro has realizado un estudio en el que han participado 729 mujeres. ¿Cómo es ese muestreo y la diversidad que reflejan?
Hay mujeres de todas las edades, desde 50 hasta 83 años. Diversas. Cuanto más mayores, menos acostumbradas a hablar de su sexualidad. Hay más mujeres de 50 o 60 años, tienen más facilidad para hablar. Hasta ahora no tenemos datos, apenas se ha estudiado la erótica femenina en la madurez y cuando se ha hecho ha sido bajo el enfoque de hombres, blancos y heterosexuales. En general la vejez no interesa, ahora ya somos muchas personas mayores y sí interesamos porque somos un negocio. Y la propia gente mayor no estamos acostumbrados a hablar de estos temas. Los hombres hablan más porque fanfarronean sobre sexo, pero las mujeres tenemos muy poca cultura de ponerlo en común.
Curioso que en una sociedad tan sexualizada en los medios, la publicidad, las películas, tengamos esa falta de naturalidad para hablar de sexo entre nosotras mismas.
Lo que pasa es que esa sociedad erotizada no profundiza, no se interesa por cómo son las cosas. Mi libro trata de aportar la voz de las mujeres, son las propias mujeres mayores las que hablan de sus deseos, frustraciones, ambiciones, satisfacción o insatisfacción… Es toda una conversación que gira sobre ellas mismas.
¿Qué supone la menopausia en la vida sexual de las mujeres?
Es otro mito cultural: la idea de que la menopausia es el principio del fin de todo y de la sexualidad. No es verdad, la menopausia permite una sexualidad más tranquila, menos preocupada por temas como el embarazo o los métodos anticonceptivos, y hay mujeres que atraviesan dificultades pero otras que atraviesan la menopausia sin problemas. Sí puede coincidir con que a esa edad las mujeres que tienen parejas de larga duración se pueden encontrar en periodos de rutinas, pautas repetidas ya conocidas…, y puede requerir una negociación con la pareja, hablar de ello, conocer los deseos e intereses y avanzar en la vida sexual.
¿Tenemos dificultades para conectar con nuestros propios deseos?
Sí, porque hemos sido educadas en el sacrificio, la entrega, la bondad… Hemos renunciado a nuestros deseos desde que somos pequeñitas. Por eso la dificultad para ponerle nombre a lo que queremos, legitimarlo, ponerlo en práctica. Uno de los grandes logros de la sexualidad adulta en la madurez es la posibilidad de ser agentes de nuestra propia sexualidad en primera persona.
¿Qué es una sexualidad deslocalizada?
Utilizo este término para hablar de la sexualidad que se produce en entornos que no son tu casa. Por ejemplo, te vas a vivir a casa de un hijo o una hija y a partir de ese momento pierdes autonomía personal y vital. En nombre del amor, los hijos controlan en gran medida la vida sexual de las mujeres.
Hablas del tabú en las residencias geriátricas, donde no se está abordando la sexualidad.
Es un gran asunto pendiente. Hay algunas investigadoras trabajando sobre esto, denunciando lo que ocurre en las residencias donde se infantiliza a las personas mayores y donde se controla su sexualidad o sus relaciones impidiendo aquellos comportamientos o aventuras emocionales que puedan poner nerviosos a los hijos.
Tenemos mucha moral enraizada que nos impide reconocer la sexualidad en nuestros abuelos y abuelas.
Es uno de los problemas, porque la idea cultural de que las personas mayores no tienen sexualidad lleva a ver con malos ojos la vida sexual de madres, padres, abuelas, abuelos…
La desvalorización de la vejez, el no saber afrontar el paso del tiempo y los cambios en nuestro cuerpo, nos penaliza especialmente a las mujeres. Dedicas una parte del libro a hablar de este látigo que tenemos. ¿Cómo nos afecta en la sexualidad?
Desde pequeñitas tenemos un problema enorme con nuestro cuerpo, sentimos una presión social sobre un modelo de belleza que es inalcanzable (estar delgadas, guapas, jóvenes siempre), y desde muy pronto empezamos a no estar contentas con nuestro cuerpo, lo que supone una merma en la autoestima e incluso en la propia valoración intelectual. Las niñas prefieren estar guapas a ser valoradas intelectualmente. Es un problema que tendremos hasta que las mujeres elaboremos nuestro propio modelo de belleza, desde nosotras mismas, no desde la industria y el patriarcado que hace un enorme negocio con nuestros cuerpos. En la edad mayor se mantiene todo eso, las mujeres sienten vergüenza de sus cuerpos porque no cumplen los estándares de belleza.
Indicas que se nos incita a la enfermedad desde los intereses de las farmacéuticas. ¿La disfunción sexual femenina es un invento?
Hay mujeres que tienen determinadas dificultades sexuales en un momento de su vida, pero muchas de las que se tipifican como disfunciones no son más que dificultades que tienen que ver con la relación, las parejas poco estimulantes, la falta de interés, las rutinas…, factores que no son una patología. La sexualidad de las mujeres es muy contextual, estamos felices sexualmente si la calidad de la relación con nuestra pareja es alta, eso tiene mucha importancia en el día a día erótico y emocional.
¿Tendríamos mejor salud sexual rompiendo silencios internos y externos?
Por supuesto, sin ninguna duda. Si las mujeres nos acostumbrásemos a poder hablar de lo que nos gusta, de lo que no nos gusta, de cómo queremos y deseamos las cosas, nuestra vida mejoraría exponencialmente.
Entrevista de Silvia Melero publicada en El Asombrario