#ConversacionesDeAutobús

FullSizeRenderMe eché una carrera porque era el último bus a mi barrio (antes de los nocturnos). Y encima subo, veo que se me ha terminado el BonoBus y rebusco en el monedero. No le puedo dar un billete, así que moneda a moneda voy juntando… Me faltan 5 céntimos, jolines. El conductor del autobús me dice: “No te preocupes, no te voy a dejar aquí tirada, estamos para ayudar”. Me parece tan majo que me siento al lado, porque además empieza a contarme una serie de anécdotas autobuseras para no dejar de reír.

“Yo no tengo ningún interés en que la gente no suba al bus, entiéndeme, damos un servicio, pero es que hay cada personaje que no te puedes imaginar. Es surrealista lo que nos pasa a veces”. Justo el tipo de historias ‘surrealistas’ que me encantan, así que le empiezo a preguntar.

Resulta que un día intentó subir una señora española con un marco de cuadro enorme, él le explicó que no podía, que era un peligro para el resto de pasajeros, ocupaba mucho. “Y entonces la señora va y me dice toda indignada: ‘Es un marco de Ikea, lo acabo de comprar en Ikea’ ¡Como si eso cambiara algo! Insisto en que no, pero empieza a subir con el marco y venga a repetir que es de Ikea, como un anuncio, yo es que alucinaba”.

Peor fue lo de los dos señores chinos. “Abro la puerta de atrás para que baje un carrito y veo por el espejo a dos hombres con un ataúd (vacío) de madera. Tal cual. Pensé que no se les ocurrirá subir eso al autobús, pero empezaron a intentar meterlo. No daba crédito, el ataúd se golpeaba por todos lados, ¿pero no ven que no cabe? No ya que no cabe, ¡que no se puede subir al bus con un ataúd! Me levanté a decírselo, pero no nos entendíamos por el idioma, así que al final con gestos les hice sacarlo, que ya habían metido la mitad”.

Madre del amor hermoso. Le digo al conductor que debería poner una cámara en el bus para captar estas historias y hacer una serie de televisión, que lo peta. Nos reímos un buen rato. Y, cuando llega ya mi parada, casi por instinto vuelvo a mirar mi monedero. Entre unos tickets, escondida, hay una moneda de 5 céntimos. Sonrío, la cojo y se la doy. “No hacía falta”, dice. Pero a mí me gusta que las historias surrealistas tengan finales redondos. En este caso, un final de moneda de 5 céntimos.