Acoso escolar: el reflejo de una sociedad violenta

Bullying, ciberacoso, sexting… Palabras para nombrar la violencia física, psicológica o verbal que se ejerce entre menores como castigo a la diferencia, abuso de poder y falta de respeto a la diversidad. Según un estudio, uno de cada diez alumnos de primaria y secundaria afirma ser víctima de acoso en España. Pero el acoso que se da dentro del aula es el reflejo de una sociedad violenta, sexista, racista y homófoba. Por ello no se puede ver como un problema exclusivamente escolar.

“No vales ni para que te violen”. Frase que le dicen a una niña sus compañeros de clase. O “llevas un corte de pelo de maricón”, a un niño. Son algunos de los ejemplos que ha visto Marian Moreno, profesora de Lengua en un instituto de Gijón, experta en educación para la igualdad y asesora de profesorado. “Casi todos los casos de acoso escolar tienen que ver con la construcción de masculinidades y feminidades. Se acosa a un chico que pueda ser o parecer gay porque se aleja de la construcción tradicional de la masculinidad; a una lesbiana porque no está bajo la dominación sexual masculina; a niñas porque no tienen un canon de belleza que responda al canon de triunfo ante los chicos”. Marian introduce una interesante mirada al tema del acoso escolar, casi inexistente cuando se aborda este problema. “Hay una carencia tremenda y brutal, tenemos comisiones anti-bullying y expertos en todos lados, pero sin perspectiva de género. La mayor parte del acoso tiene que ver con esto, se están equivocando al abordarlo. Cuando vienen al instituto a darnos charlas me pongo mala”.

El acoso escolar o bullying es la forma de violencia (física, psicológica o verbal) más extrema entre niños y niñas o adolescentes. Se trata de una violencia sistemática entre iguales, repetida durante un tiempo prolongado y enfocada a una persona en concreto. “El problema es que no se acepta la diferencia de lo que se entiende tradicionalmente por niño y por niña. Hasta ahora lo que ha triunfado es la masculinidad tradicional, los niños y las niñas han aprendido que la violencia triunfa, es el éxito”.

Otra de las modalidades de acoso es el sexting, que consiste en enviar imágenes o vídeos de contenido sexual a otras personas con el fin de humillar y avergonzar a la víctima. “Hasta los selfies que suben las chicas a las redes sociales son los de modelos sexualizadas. El mundo simbólico en el que se educan está en el aula, pero también en la familia, en los medios, en los anuncios, en los videojuegos, en las películas, en Instagram: es un mundo machista y violento”.

Se habla de ciberacoso cuando el acoso se da a través de medios tecnológicos o las redes sociales. Para la experta, “las redes amplifican, pero me da igual Facebook que una libreta con un boli: de ambas formas se puede insultar o hacer burla de alguien, atacar al diferente. Lo que pasa es que las redes sociales son un altavoz y llegan a más gente”. Asegura que hay un vacío cultural que promueve estas actitudes poco respetuosas. “Hay familias que se pasan el día viendo programas como Sálvame. Todo mi alumnado ha visto Walking Dead. El listón del reachazo a la violencia está en mínimos. Se acepta todo, todo vale”.

Pepa Horno, psicóloga y consultora especializada en infancia, explica que el acoso escolar no es un problema de la escuela sino un problema de relación, de cómo han sido educados los niños y qué herramientas emocionales les da la familia y la escuela.

“La clave del acoso es la manera de relacionarse desde el abuso de poder. Si no se da el aprendizaje correcto, la violencia se generaliza y se relativiza, se ve como una pauta de relación normal, cotidiana, asumible. El poder es un concepto neutro. La gente lo utiliza en negativo pero es la capacidad de influir en otra persona, se puede utilizar también en positivo”. Horno indica que cuando el acoso se da es porque ha fallado el entorno de seguridad. “Una persona no puede agredir y acosar a otra persona si el entorno no se lo permite. Los programas eficaces de intervención en el acoso tienen que ver con los testigos, no con la víctima o el agresor. Cuando los testigos se implican e impiden la violencia, el agresor se queda solo y la violencia se acaba. Si los testigos miran para otro lado o se alían con el acosador, la violencia se sistematiza y agrava. El resto del alumnado aprende una forma de relacionarse violenta”.

Según un informe de la organización Save the Children, miles de niños sufren la violencia en el entorno escolar cada día. Uno de cada diez estudiantes afirma ser víctima de acoso. “Me destrozaron tres mochilas, llegaba con moratones a casa… pero creo que me destrozó más el ciberbullying”. Es uno de los testimonios que ha recogido la ONG. Jasper vino de Holanda a España con 10 años. Sufrió acoso entre sus compañeros porque no hablaba bien el idioma. Le perseguían hasta casa, le pegaban, le quitaban las cosas, le insultaban. También por correo electrónico y Facebook. “Me decían que ojalá me muriera, publicaban en mi muro, me enviaban fotos, me escribían cosas… me hizo sentirme una mierda, no podía dormir”, relata años después.

Los datos de la UNESCO indican que 246 millones de niños y adolescentes padecen este tipo de hostigamiento en el planeta. Casos como el suicidio de Jokin, un adolescente de 14 años de Guipúzcoa, o Lucía, que se quitó la vida con 13 años en Murcia, ponen de manifiesto el sufrimiento de muchos menores.

Acosador y acosado. Bárbara tiene dos hijos: Marcos y Javi, de 8 y 10 años de edad. Con ambos ha vivido situaciones relacionadas con el acoso en el colegio de Madrid donde estudian. “Desde muy pequeño, Marcos ha tenido una complexión física fuerte. Se hizo su pandilla de malotes en el barrio. Le gustan los videojuegos de peleas, en cambio a mi otro hijo no”.

Un día hubo una pelea entre un niño del colegio y uno de los amigos de la pandilla de Marcos. El amigo de Marcos ganó y sujetó en el suelo con los pies al perdedor. “Me quedé helada cuando vi a mi hijo llegar con un ataque de furia y pegarle una patada en la cabeza al niño que estaba reducido en el suelo. Sentí impotencia, vergüenza. Me disculpé. La otra madre ni me quería hablar”. Habló en casa con su hijo, le echó la bronca, le obligó a pedir perdón y a hacerle un regalo al niño. “¿Cómo sale esa respuesta de un niño que en casa es cariñoso? Me dijo que lo había hecho para defender a su amigo”.

Su otro hijo vivió la situación a la inversa, sufrió acoso. “Javi es más bajito que la media, no le gusta pegar aunque le peguen o muerdan. Venía con marcas del cole. Resulta que un día se pasó al grupo del agresor porque ‘o estás conmigo o estás contra mí’. Él no me contaba nada”. Pero ella notó un cambio. De repente, su hijo no quería ver a uno de sus mejores amigos, le decía que le caía mal. “Resulta que este amigo sufría acoso por parte del líder de la banda en la que ahora estaba mi hijo. Hubo denuncia policial y todo. Mi hijo estaba en el grupo de los acosadores como cómplice, aunque intentaba mediar. Me explicó que no quiso contármelo para no ser chivato. Ser chivato es peor que ser matón”.

Bárbara dice que hubo más casos de acoso y que el colegio no estuvo a la altura. Ella tomó medidas para alejar a su hijo del líder de la banda. “Luego entendí que en la vida se va a ir encontrando a más chicos de ese perfil, así que le di herramientas para que no hiciera nunca a otros niños algo que a él no le gustaría que le hicieran. Fue respondiendo de forma madura y un día me explicó que se unió a ellos para protegerse, para que no le agredieran más. Ahí me di cuenta de que él había sufrido acoso: le pegaban y desde que se unió a ellos lo defendieron. Todo se da en un contexto muy complejo, no es fácil simplificar en malos y buenos. El acosador también es un niño, también necesita ayuda”.

Para ella es fundamental que los niños sepan que pueden acudir a los adultos o a amigos cercanos para contar sus problemas y que no funcionen según las leyes del grupo dominante.

Pepa Horno afirma que hoy ha aumentado la sensibilización y poca gente se atreve ya a calificar esto como una cosa de niños. Romper el ciclo de normalización del acoso y de la indiferencia es clave. “Falta inversión en educación emocional. Seguimos sin entender que hay un elemento tan importante o más que las materias que van a aprender: es la capacidad para relacionarse de forma respetuosa y positiva con el otro. Tiene que ver también con la manera de relacionarse con uno mismo, porque un niño que agrede a otro también se autoagrede, se está excluyendo. Cuando trabajamos con familias siempre piensan en sus hijos como posibles víctimas, pero hay que plantearse también que pueden ser agresores”.

Educar para la diferencia. Además de educar para que nunca agredan, se hace urgente educar para que valoren la diferencia. “Si alguien es diferente y se aleja de lo habitual, esa diferencia puede verse como una riqueza o puede considerarse una desigualdad, algo peyorativo, de menos valor. La discapacidad, por ejemplo. Si creas un mundo en el que las personas con discapacidad tienen acceso a menos recursos, la diferencia se vuelve desigualdad y, por lo tanto, violencia. Ser niño o niña es una diferencia que enriquece la vida de todos. Pero si creas un mundo en el que las niñas tienen menos acceso a oportunidades y derechos, entonces se convierten en colectivo vulnerable, susceptible de ser víctima de violencia. Estar gordo, tener gafas, altas capacidades,  una familia monoparental… todas las diferencias se convierten en desigualdades cuando se ven como problema”.

La psicóloga asegura que la clave de la prevención está en  enseñar a los niños y niñas que la diferencia es una riqueza, algo que deben querer y buscar en su vida. “El acoso no es un problema escolar. Se da en la escuela, en las redes sociales, en el parque… Ese acoso se generaliza a todas las facetas de la vida, sobre todo cuando se vive en un sitio pequeño, en un pueblo”.

Es lo que le pasó a Zahra en un pueblo de Castilla-La Mancha. Sus hijas, nacidas en España, tienen rasgos árabes por la procedencia familiar. Sufrieron acoso racista. “Un día mi hija pequeña me preguntó llorando: ‘Mamá, ¿qué es mora?’. No entendía que en el colegio no quisieran jugar con ella. Empezó a tener un complejo grande y la autoestima por los suelos. Cuando la pegaban no se defendía, se dejaba pegar para poder jugar con ellos. La mayor soportaba insultos cada día en el autobús”.

Uno de los tipos de acoso más frecuente es el que se ejerce por motivos de orientación sexual. “Quienes agreden utilizan la homofobia, la transfobia y el sexismo para atacar a las víctimas, que sufren aislamiento, amenazas o insultos”, apunta Alfonso Lara desde el área de atención psicosocial y educativa de la Federación estatal de lesbianas, gays, transexuales y bisexuales (FELGTB).

“Existe una estrecha vinculación entre el acoso escolar LGTBfóbico y la desigualdad de género, por lo que las personas más susceptibles de sufrir este tipo de maltrato son aquellas que transgreden las normas de género: chicas con conductas y aficiones masculinas y chicos femeninos. Por no cumplir las expectativas de género algunos estudiantes atribuyen a sus compañeras y compañeros una orientación sexual determinada, lo cual es erróneo y estigmatizante”.

Según un estudio realizado por la FELGTB y COGAM (Colectivo LGTB de Madrid), el 49% de los jóvenes homosexuales han sufrido acoso escolar. De ellos, el 43% se ha planteado el suicidio.

“El acoso les provoca sentimientos de humillación, vulnerabilidad, ansiedad, indefensión, tristeza y culpabilidad. El acoso dificulta mucho la autoaceptación personal. En especial, de la propia sexualidad”. El primer objetivo debería ser evitar que pase y no actuar solo cuando ya hay personas damnificadas. Pero muchas iniciativas de prevención dependen del voluntariado o cuentan con una dotación económica insuficiente.“Desde luego, no es suficiente con un teléfono de atención a víctimas. La homofobia y la transfobia continúan muy presentes en la sociedad española.

Cita como ejemplo de buenas prácticas la iniciativa del IES Isaac Peral de Torrejón de Ardoz, donde el grupo de estudiantes y docentes El Hilo de Ariadna debate sobre la discriminación y la igualdad, prestando atención a la diversidad sexual y las identidades de género. Iniciativas que contribuyen a que el alumnado “conciba la diversidad  como un factor que enriquece nuestra sociedad”. Cita también el éxitoso método KiVa, implantado en Finlandia, que pone el foco en los espectadores del acoso, no en víctima o agresor.

Trabajar sobre los testigos. En este sentido, Pepa Horno subraya que la intervención con los testigos es fundamental, pues se trabaja la conexión emocional con el dolor de la víctima, la empatía, saber que igual que le pasa a otro te puede pasar a ti y entender que si no actúan son parte, son tan agresores como quien acosa. “No proteger o defender es una manera de agredir. La protección del débil, del vulnerable es fundamental. Y darles habilidades de resolución de conflictos y mediación. Cuando se trabaja esto, el aula entera va reaccionando como colectivo. Y como colectivo tiene un poder (en positivo) que no tienen individualmente y son capaces de reconducir la conducta de un niño”.

Pilar Sánchez López (miembro del Colectivo Profesorxs cristianxs de Enseñanza Pública) añade que no se ha dotado a los centros educativos y al profesorado de herramientas suficientes. “Las iniciativas que se han tomado han salido de los colegios o institutos, no de las autoridades. Es ahora cuando las  consejerías de Educación empiezan a proponer formación o herramientas para atajar el problema.

Explica diversos tipos de iniciativas (equipos de convivencia, alumnos mediadores y ayudantes, justicia restaurativa, proyectos de aprendizaje y servicio) que actúan desde la prevención e involucran al propio alumnado. “Hasta ahora las medidas han sido siempre punitivas. Atacan el problema puntual castigando o apartando el foco. Una parte del profesorado cree que éstas son las únicas posibles, pero son un parche para una situación puntual, no una medida formadora y preventiva”.

Una estrategia básica de prevención del acoso fuera del aula, según Pepa, sería el programa de acompañamiento socioafectivo de la familia en los tres primeros años del niño. “Hay cursos de preparación al parto que ofrecen mucha información y formación antes de que nazca el niño, pero no después”.

Por su parte, Marian Moreno considera que “hay que empoderar a la víctima, integrarla y trabajar con quienes ejercen el acoso y sus cómplices con una perspectiva educativa, no sólo punitiva. La mediación es útil, pero tienen que aprender que hacer daño tiene consecuencias. No se puede poner en igualdad de condiciones a una chica acosada que al chulito del instituto. Tiene que haber una reparación del daño”.

Para ella, es fundamental educar en la igualdad, pero la escuela no está preparada para ello. Tal vez porque la sociedad no lo está. “Analizamos todo: qué es ser hombre, qué es ser mujer. Cuando me dan sus modelos, sigo constatando que son los más tradicionales. Somos una sociedad patriarcal, miedosa, conservadora. La escuela ahora mismo no está preparada para educar en igualdad. La igualdad no es prioridad nunca”.

Señala que sería suficiente con que las autoridades cumplieran la Ley de Violencia de Género de 2004 y la Ley de Igualdad de 2007. “Ahí está todo lo que habría que hacer en materia educativa. Con eso valdría. Ni se aplica ni se cumple”. Navarra es la primera autonomía que va a hacer un plan de igualdad obligatorio para el profesorado (el resto era voluntario). “Se ningunea el tema con frecuencia. Nos fijamos en casos puntuales, no en la educación global. Jokin es un caso puntual de un sistema global. De 0 a 3 años debería haber más preocupación por la educación global. Luego crecen y nos centramos en explicarles El Cid o Física y Química. ¿Y lo demás, lo importante para su vida, qué?”. •

¿Cómo detectar el acoso?

Según la cooperativa social Kamira, dedicada a temas de educación, infancia, adolescencia y familia, éstos son algunos indicadores:

• Si les preguntas qué tal en el cole, sus respuestas son breves y evasivas: “bien”, “como siempre”, “ya me has preguntado”.
• No quieren ir al centro, quieren cambiar, repetir curso, comer en casa.
• Comienzan a desvincularse de actividades de ocio con sus compañeros.
• Muchos recreos se van a la biblioteca, los pasan en el baño, en la capilla…
• En los patios, comedores y espacios comunes están solos.
• Cuando hay que hacer grupos de trabajo, parejas para las excursiones, nunca son elegidos por nadie.
• Si se equivocan en clase el grupo se ríe, hay murmullos, miradas…
• Su concentración puede verse limitada y su rendimiento académico puede bajar.
• Se sienten frustrados y agotados emocionalmente.
• Su estado de ánimo no es bueno: tristes, irritados, nerviosos, lloran con facilidad, sufren ataques de rabia desproporcionados y apatía.
• Somatizaciones: cambios de peso, alteraciones en el sueño, vómitos, dolores de cabeza, afonías, erupciones, palpitaciones, tics nerviosos, micción nocturna…
• Empiezan a venir frecuentemente con la ropa rota o manchada. Si traen moratones o heridas, dicen que se han caído ellos.

Datos preocupantes

No todas las experiencias de violencia (golpes, insultos, amenazas) pueden calificarse como acoso, pero pueden llegar a serlo y son igualmente preocupantes. Según el informe publicado en 2016 Yo a eso no juego. Bullying y ciberbullying en la infancia de Save the Children, basado en una encuesta realizada a más de 20.000 escolares de  entre 12 y 16 años:
• Seis de cada diez niños reconocen que alguien les ha insultado. De ellos, un 22,6% afirma que ha sido de manera frecuente. En más de un tercio de los casos, ha sido a través del móvil o en Internet.
• Casi un 30% de los niños afirma haber recibido golpes.
• Murcia, Andalucía, Melilla y Baleares son las regiones con mayor acoso escolar.
• Los colectivos más vulnerables: las chicas y los más jóvenes. Las chicas se ven expuestas a más situaciones tanto de acoso como de ciberacoso.

Teléfono de atención a víctimas de acoso escolar: 900 018 018

(Reportaje de Silvia Melero publicado en revista 21