A Toletis lo conozco desde que Rafa me lo presentó un día, a través de sus páginas, tal y como lo había creado en uno de sus libros. A Rafa Ruiz lo conozco desde que empecé a colaborar en El Asombrario, la revista de cultura y ecología que coordina junto a Manuel Cuéllar.
Ayer tuve la oportunidad de compartir un ratito muy agradable en la presentación de la última entrega de las aventuras de este personaje. En este caso el tercer libro: Toletis y Claudia, doce cuentos para niños y niñas de entre 7 y 107 años, con ilustraciones de Elena Hormiga. Fue en un lugar muy acogedor: la galería Mad is Mad en Chueca.
Tengo dudas de si Rafa ha inventado a Toletis o más bien lo conoció en alguna de sus escapadas a su pueblo en Las Merindades (Burgos) o quizá Toletis estaba dentro de él desde siempre, como el niño o la niña que espera paciente dentro de cada uno de nuestros corazones a que queramos volver a escuchar su voz, a mirar con sus ojos, a caminar por la vida con sus juegos.
El caso es que lees el libro y ahí está, un Toletis al que te parece conocer, como alguien cercano, familiar, viviendo una vida tranquila en un pueblo, una vida sencilla pero llena de pequeñas vivencias que se nos muestran dentro un realismo muy mágico y muy verde.
El Rafa periodista ha escrito durante muchos años sobre Naturaleza y medio ambiente, y el Rafa amigo de Toletis recoge ahí los secretos del mundo rural, los que deberían contarse en las aulas desde edades tempranas.
A Toletis le pasan cosas como que se le pierde el bolsillo izquierdo del abrigo, con muchas ideas, pero no pasa nada porque junto a Claudia se las ingenia para encontrar soluciones, reír y no caer en las complicaciones mentales de los adultos que siempre necesitan analizarlo todo de forma pesadísima y sacar conclusiones tremendas y pesadísimas también. Ellos tienen la frescura, la imaginación, la naturalidad y la sencillez de vivir lo que se les presenta bajo una mirada inocente, abierta, abrazando cada situación. Por eso le piden deseos a las estrellas fugaces o juegan a darse besos en las orejas. Por eso aprenden de los animales, de los árboles, del transcurso de la vida pausada a lo largo de las estaciones. Porque todo tiene su lugar, su tiempo, su momento.
Yo creo muy firmemente que este realismo mágico-ecológico que crea Rafa en estas historias se manifiesta a cada instante. De hecho, me suelen pasar anécdotas muy significativas. Como estar comiendo con una amiga hablando de árboles y que en la mesa de al lado aparezca Rafa y empecemos a hablar de Toletis y hagamos conexiones mágicas porque ahí está el otro personaje, Claudia, que se llama como la mujer sabia con la que estoy comiendo y de la que aprendí mucho sobre la Naturaleza y los árboles ese día. Justo el día en que Rafa nos comentó que Toletis come hojas para aprenderse el nombre de los árboles y por eso se le ponen las orejas verdes. Y entonces, ese día, un día en el que he aprendido mucho sobre los árboles yo también, me doy cuenta al llegar a casa de que mis orejas se van averdezando, pero no me asusto y me hago corriendo un té verde. Así, al beberlo, el cuerpo se va atemperando y, por efecto del calor de la clorofila, se absorbe el exceso de verde y se iguala todo, con lo que las orejas se me han quedado del color de mi piel, como las de siempre.
Antes de que se me suba demasiado la clorofila a la cabeza, diré que leer este libro de cuentos te sumerge en la ternura, te saca una sonrisa permanente, te invita a “quedarte a vivir en él”, como se dijo en la presentación.
Nos hace falta reírnos más, como recuerda Claudia: “Mira, Toletis, ¿qué te parece si nos reímos un buen rato y nos dejamos de interpretaciones? Es que a mí cada vez me aburren más. Venga, vamos a reírnos un rato, que dicen que estimula la circulación de la sangre y tonifica los músculos”.
Ese reír a lo tonto y a lo sano hasta que te duele la barriga.
Rescato otra frase del libro que me gusta especialmente. Es este caso lo dice Marcos, que atiende en una tienda de marcos a unas señoras que quieren enmarcar fotos de su perro fallecido: “Siempre recomiendo a los clientes que no hagan nada muy triste ni muy serio, que no vale la pena, que es muy absurdo, que pongan colores en todo, que son mejores transmisores de la energía que nos dejan quienes se han ido, quienes están-están, quienes están-pero-poco y quienes están por llegar”.
(Foto: Manuel Cuéllar)