También quieren hundir nuestra salud mental

chico lloraLa sensatez diría que una de las prioridades de un Gobierno tendría que ser cuidar la salud de la población. La salud física y la salud psicológica. Primero porque es un derecho universal, así de simple. Segundo porque el principal potencial de un país es su patrimonio humano. Personas más sanas serán más felices, se sentirán fuertes para construir un futuro mejor para todos y serán más productivas (puestos a incluir criterios de eficiencia y beneficio, que son los que les gustan). La sensatez diría que quienes representan a la ciudadanía tienen como compromiso garantizar la sanidad universal, pública y de calidad.

Pero los datos nos dicen que eso no es así. Desde hace muchos años, la Plataforma en Defensa de la Sanidad Pública lo venía advirtiendo. Junto a otros colectivos denunciaban que la sanidad se estaba privatizando, rendida ante el criterio empresarial del beneficio y no ante la vocación de proteger la salud de la comunidad. Pero no lo queríamos oír. No lo podíamos creer. Primero los laboratorios de los hospitales, poco a poco, parcelando los trozos del pastel, discretamente, luego ya sin rubor, entregando la gestión hospitalaria a empresas de la construcción, a amigos y familiares de quienes siempre estuvieron en la cúspide del poder económico. Porque ése nunca se democratizó. Los datos nos van contando que  unas 800.000 personas quedan excluídas de la atención sanitaria por la reforma (según denuncia Médicos del Mundo), que hay gente que se está quedando sin tratamientos, que hay personas que no pueden pagar sus medicinas, que la sanidad empieza a ser un lujo. Las consecuencias para nuestra salud física serán evidentes en un tiempo (algunas personas las están sufriendo ya). Pero también se está mermando la salud emocional y psicológica, desmantelando la red de atención sanitaria edificada a lo largo de muchos años.

La estafa económica (cuyos responsables tienen nombre y apellido, porque esto no fue un error) ha dejado a muchas personas sin trabajo, sin casa, sin prestaciones sociales. Eso deteriora mucho el estado psicológico. La depresión, la ansiedad, el estrés y el insomnio han aumentado entre la población. También el suicidio, que sigue siendo tabú (un aumento del 1% en los índices de desempleo conlleva un incremento del 0,8% en el número de suicidios). La Organización Mundial de la Salud (OMS) pronostica que la depresión será el primer problema de salud y discapacidad en 2030. Una de cada tres personas que acuden al médico de atención primaria en España presenta un desorden emocional.

La sensatez diría que, ante un aumento de la demanda de ayuda, el Gobierno pondría de inmediato medidas para atender correctamente a los afectados. Pero los datos nos dicen que no. España cuenta con 4 psicólogos por cada 100.000 habitantes, muy por debajo de la media europea (superada por países como Finlandia, que tiene 47 por 100.000 habitantes). Los Colegios de Psicólogos señalan que el aumento en el consumo de antidepresivos y ansióliticos generará en unos años una población medicalizada y dependiente, cuando lo que hace falta es ofrecer terapia profesional.

¿Qué pasará con las personas afectadas por trastornos psiquiátricos? ¿Qué pasará con las asociaciones como FEAFES y  su red de atención y apoyo a pacientes y familiares, cubriendo los agujeros del Estado, si se reducen sus fondos?

Los problemas de adicciones (sobre todo al alcohol) también aumentan. Cabría pensar que se están construyendo más centros de atención y contratando a más psicólogos, trabajadores sociales, técnicos… Pero no. Se cierran Centros de Atención a Drogodependientes, se recortan, otra vez, los recursos públicos destinados a las organizaciones y asociaciones (desbordadas de trabajo), se recorta el presupueto del Plan Nacional sobre Drogas, desaparecen los programas de prevención escolar…

¿Alguien puede pensar que esto no va a tener consecuencias sociales nefastas?

¿Nos quieren adormecer? Resulta que un pueblo deprimido es más débil, más manipulable. Si no ves esperanza, si te chupan la energía, el entusiasmo y te dejan sin fuerza, no tendrás ganas de luchar.

Así que, ahora más que nunca, tendremos que dotarnos de herramientas para resistir mental y psicológicamente. Tendremos que fortalecer nuestra salud mental para no resignarnos, para apoyar a quienes sufren a nuestro alrededor, para sumarnos y seguir luchando colectivamente.

“La inteligencia emocional es útil en tiempos de bonanza, imprescindible en tiempos de crisis”, afirma el psicólogo Hendrie Weisinger. En los colegios se empieza a entender que educar las emociones es uno de los pilares en la formación de los menores. Desde que el periodista Daniel Goleman publicó Inteligencia emocional (Editorial Kairós) en 1995, el término se popularizó y despertó el interés por mejorar nuestra capacidad de sentir, entender, controlar y modificar los estados emocionales.

La salud mental nunca ha ocupado la atención merecida. Si tienes gripe o te duele un dedo, acudes sin dudarlo al médico. Pero no nos enseñaron tanto a cuidar lo otro, lo que no se ve.

Hoy hay más gente triste a nuestro alrededor. No podemos dejar que la desesperanza se extienda.

Veo que organizaciones como Psicólogos sin Fronteras ofrecen apoyo psicológico para dar respuesta a las consecuencias “no visibles” de la brutal insensatez de quienes nos gobiernan, de quienes están dejando en situación de extrema vulnerabilidad a miles de personas.

Y, salvando las distancias, recuerdo las palabras de un ciudadano haitiano tras el desastre que arrasó su país: “¿Para qué nos mandan tantos militares si no estamos en guerra? Lo que necesitamos son médicos y psicólogos, que todos estamos heridos por dentro y por fuera”.