Ha acercado su mirada a niños y niñas transgénero para verlos como son, como se quieren mostrar. A través del proyecto ‘Solo un nombre’, la fotógrafa y diseñadora Sheila R. Melhem ha encontrado un abanico de diversidad más amplio de lo que esperaba, entendiendo la importancia de que cada persona sea nombrada como elija, con naturalidad.
Una exposición, un fotolibro, un corto y una guía didáctica componen este viaje en el que se ha embarcado la editora de Modernito Books. “Encuentras una diversidad enorme, con facetas intermedias; es un abanico muy amplio, pero siempre intentan meternos en un cajón. Si rompiéramos el cajón, todos seríamos más felices”.
¿Cómo surge hacer un proyecto así?
Estaba haciendo el ciclo superior de Fotografía en Artediez y esto empieza como una idea para hacer un reportaje. Un tema que me interesaba mucho era la diversidad de género en la infancia. Una amiga antropóloga y sexóloga feminista, Noemi Parra, estaba haciendo su tesis doctoral sobre esto y lo hablamos. Desde el principio quise hacer unas fotos desdramatizadas, sin el drama y el morbo que acompaña mucho al pensar este tipo de temas. Quería sacar fotos a niños, niñas y niñes tal y como se quisieran mostrar, en su ambiente cotidiano, con una estética lúdica propia de la infancia.
Género e infancia no es una temática que se suela visibilizar.
A mí el tema de los mandatos de género siempre me ha interesado por cómo repercutía en mi vida, no comulgo con los estereotipos de género que se nos imponen a las mujeres, creo que el género es mucho más laxo. De forma muy intuitiva me gustaba la idea de acercarme a esto y de cómo desde la infancia la sociedad impone un sistema binario de género muy marcado. Por eso me interesaba ver qué niños y niñas se escapan de eso y cómo inventan una vida nueva, como Riley que es un niñe. Le dijo un día a su madre: “Ya sé quién soy”. No encajaba en niño o niña hasta que descubre que es “un chique trans no binario agénero”. Con 13 años así de claro lo tiene.
¿Con qué asociaciones o colectivos has colaborado para desarrollarlo?
Contacté con dos asociaciones que trabajan con niños y adolescentes transgénero, Chrysallis y Transdiversa, y a partir de ahí los padres y madres me contactaban para que sus hijos participaran en el proyecto. Hemos ido aprendiendo y creciendo a medida que avanzaba todo, ha sido precioso desarrollarlo. De ahí han salido cinco monográficos: tres niñas, un niño y un niñe. Tienen entre 10 y 15 años. Primero quedábamos sin cámara para conocernos y que me enseñaran lo que les gustaba hacer, sus aficiones, sus barrios. Intentaba no preguntarles por el tránsito, que surgiera sólo si lo querían contar.
¿Dónde reside la importancia de un nombre?
Al elegir su nombre, el momento en que les llaman así es súper importante porque lo han elegido y porque se autodeterminan en su nombre. Que los llamen por su nombre y con el pronombre que quieren es un cambio personal y social. El proyecto se llama así por un poema de Alejandra Pizarnik. Me gusta la ambigüedad del título ‘Sólo un nombre, debajo estoy yo’, porque puede decir que es esencial, que lo que necesito es sólo un nombre y también se puede interpretar como lo importante es la persona, debajo estoy yo, simplemente es un nombre.
Se nota en las imágenes la naturalidad y la frescura con la que están retratadas las historias.
Les preguntaba cómo querían salir en las fotos, con quién, dónde… Con un amigo, en un parque, con la bici, escalando… Un retrato de su vida y a partir de ahí hice las fotos. Luego supe de la existencia de un campamento trans para adolescentes en Gran Canaria y aunque era difícil entrar porque es un espacio de seguridad, pude ir una mañana y hacer alguna foto para no contaminar mucho el espacio, pasando desapercibida. Las fotos son una forma de narrativa, quedaron chulísimas. Se sintieron bien, libres, relajados. Luego con el apoyo del Cabildo de Gran Canaria hicimos un fotolibro y una exposición. Es una exposición itinerante que está rotando por municipios de la isla. En el libro no quería textos que explicaran la foto, la foto cuenta con su lenguaje propio, así que los textos (escritos por Noemí) aportan un valor añadido en tres partes: hablan de la diversidad de género, del nobinarismo y de los espacios de seguridad tan necesarios. Las primeras 30 páginas del libro sólo son fotos sin texto, así que el lector se enfrenta desprejuiciado a esas imágenes.
Antes de elegir sus nombres habrán hecho un recorrido que implica también enfrentarse a situaciones complejas, ¿o menos de lo que imaginamos?
Hay situaciones complicadas, en el colegio, con temas de rechazo o integración, pero yo pensé que era un estigma mucho mayor y me he dado cuenta de que no lo es tanto. A veces hacen un tránsito médico con operaciones, pero a veces no (hay trans que no quieren medicarse) y lo que hacen es el tránsito social: cambiarse de ropa, de imagen y decir su nuevo nombre. Y hay procesos de adaptación que sorprenden, aunque pueda haber en el entorno familiares a los que les cueste aceptarlo al principio. La sociedad es reticente a la diversidad, lo hemos vivido todos, aunque en su caso es más complicado. Pero cuando hacen su tránsito todo es más sencillo, está en manos de la sociedad normalizar la diversidad. A veces hacen el proceso personal mucho antes de que la familia lo sepa.
¿Y la idea de hacer un corto y una guía didáctica?
Hicimos un corto recogiendo sus testimonios, ahora se va a enviar a festivales. Me gusta mucho el trabajo de Robin Hammon, fotógrafo que hizo un trabajo para National Geographic recogiendo las opiniones de menores de diferentes nacionalidades sobre lo que significa ser niño o niña. La portada fue una niña transgénero diciendo: “Lo mejor de ser una niña es que ya no tengo que fingir ser un niño”. Maravilloso. Pensaba en esa idea, pero no quería preguntarles volviendo a perpetuar el sistema binario de ser un niño o una niña, así que les pedimos que contaran su historia empezando con una frase diciendo cómo se llaman y luego “pero no siempre me he llamado así”. Lo mismo a madres o padres. Había mucho material y lo que iba a ser sólo un vídeo para la exposición se convirtió en un corto con una capacidad didáctica enorme. Vimos que había una demanda por parte de espacios educativos para trabajar con los materiales y por eso Noemí preparó una guía didáctica para trabajarlo en colegios e institutos. La guía se puede descargar en la web.
Además, el proyecto ya ha recibido algún premio…
Sí, el Premio Extraordinario de la Comunidad de Madrid y una mención en la categoría de fotografía documental de los Pollux Awards. Gracias a eso ha surgido la posibilidad de exponer en primavera en el Museo Nacional de Antropología, en Madrid.
¿Qué aprendizajes te ha dejado este proyecto?
Todo sería más fácil si tuviéramos la mente más abierta. La complejidad de estas cosas es la expectativa social, las imposiciones sociales. Si pensáramos en la diversidad como una riqueza, no habría tanta complejidad. No hay que reivindicar esto como una cosa rara. Son como son y así salen reflejados en el proyecto: felices, naturales. He descubierto espacios de diversidad más amplios de lo imaginado. Desde fuera tú piensas en menores trans y te imaginas una cosa, pero luego te encuentras una diversidad enorme, con facetas intermedias; es un abanico muy amplio, pero siempre intentan meternos en un cajón. Si rompiéramos el cajón, todos seríamos más felices.
También te aventuraste hace años a crear una editorial, Modernito Books, ¿qué tal la supervivencia?
Publicamos pocos libros al año, sólo libros de los que estemos convencidos y que sean para nosotros especiales. Publicamos lo que nos apetece, así que eso no es rentable, pero Modernito Books es un lujo que nos permitimos, cuidando y acompañando proyectos que nos gustan.
¿Cómo se mima un libro?
Los libros tienen que ser buenos, pero también bonitos. Cuando trabajas con un libro, trabajas con un autor o varios; al editarlo también estás contando una historia, no sólo la cuenta la escritura. Si a un texto se le da un valor añadido con la historia contada desde otro punto de vista, como hace la ilustración o el formato del libro o los materiales, todo cuenta y enriquece esa historia. Todo es parte del discurso que estamos contando. Me gusta ser parte del discurso. Somos editores pesados e intrusivos (risas) porque vivimos cada libro como nuestro.
¿Qué son los ‘Manuales para la vida moderna’?
Fue una gracia para hacer manuales sobre cosas inútiles, que no sirven para nada pero que realmente importan. Como Inspiración instantánea, que es un manual de ejercicios creativos en casa, en la oficina, en la calle. O El paseo de Jane, un manual para habitar las ciudades de otra manera. Es una colección en la que metemos todas las cosas raras que nos gusta publicar.
¿Qué lees cuando no estás haciendo libros?
Me gusta la literatura hispanoamericana sobre todo, también el cómic, pero leo un poco de todo según el momento. Como los libros son un lugar que habitar, un lugar donde escaparse, según como tengo el ánimo, elijo dónde me quiero ir.
Volviendo a ‘Sólo un nombre’, ¿algún momento que recuerdes especialmente?
En la inauguración de la exposición en Las Palmas fue muy emocionante y vinieron participantes del campamento. Decían que les encantaba verse (las fotos se veían desde la calle), porque a ellos les hubiera encantado tener un referente así. Les encantaba ser referentes para otros chicos, chicas y chiques. Tienen mucha generosidad al contar su vida y sus cosas para ayudar a otras personas que estén en su situación.
Entrevista de Silvia Melero publicada en El Asombrario