Para mantener vivos los pueblos de la geografía española, para salvar los ecosistemas, para recuperar la memoria de las comarcas y regiones de todo el país, para valorar la cultura campesina, para apostar por la agricultura, por la ganadería, por la tierra, por el desarrollo local. Para proponer un cambio de rumbo ante el modelo actual, nació la Universidad Rural Paulo Freire.
Es el resultado de un proceso de resistencia y de toma de conciencia del valor de la cultura rural. Diferentes grupos y movimientos sociales de regiones de toda España conformaron hace unos años la Universidad Rural Paulo Freire (URPF) para unir luchas y mantener vivos los pueblos, las agriculturas, los ecosistemas. Creen firmemente que vivir en el medio rural merece la pena y que la cultura campesina, con todas sus imperfecciones, encierra las claves para construir otros modelos de desarrollo local.
“Es una organización educativa de base que busca recuperar y transmitir el conocimiento campesino, ya que se trata de una cultura oral que no ha sido escrita. Supone el conjunto de saberes sobre la gestión de un territorio, el manejo de la tierra, del agua, del clima… Esos conocimientos han posibilitado que varias generaciones se alimenten, vivan y aseguren la sostenibilidad ambiental. Podemos aprender claves que se pueden implantar hoy”. Lo explica Antonio Viñas, miembro de la URPF.
Inspirada en movimientos pedagógicos rurales impulsados desde la Institución Libre de Enseñanza, las Escuelas Campesinas y el legado cultural del pedagogo brasileño Paulo Freire, esta red de universidades propone un cambio de rumbo en la sociedad actual.
El proyecto se concretó en 2006 y se extendió a una decena de lugares, a pesar de las dificultades de financiación. Hoy son tres los campus más activos: Amayuelas de Abajo (Palencia), Serranía de Ronda (Málaga) y Sierra de Béjar (Salamanca).
En estas zonas se organizan cursos y talleres sobre huertos biodinámicos, lenguaje rural (localismos, refranes, topónimos), artesanía, apicultura, ganadería ecológica (ovino, avicultura, porcino), se hacen encuentros entre mayores y menores y se difunden videos y materiales para conocer el oficio de cabrero o el de boyero, la elaboración del pan o las experiencias de familias que viven en el campo. “Estamos funcionando con pocos recursos, pero bien organizados, impulsando el foro de feminismo rural, el trabajo de campo e investigación, la recuperación de las variedades locales tradicionales con un banco de semillas, y en mente proyectos como hacer la escuela de agroecología y acción campesina para formar a líderes locales”, explica Antonio.
Son iniciativas que impulsan un mundo rural vivo, en pro de la democracia cultural y la soberanía alimentaria, respetuoso con la cultura local, comprometido con el derecho a una alimentación sana, con una economía ecológica que esté al servicio de las personas y no a la inversa.
Hay un creciente interés entre la población por estas prácticas. “La agricultura ecológica, tan de moda hoy, es la que se ha hecho siempre en el campo hasta que llegó la intensiva”, puntualiza Antonio.
Para Eli Lozano la vuelta a esa agricultura natural tiene que ver con la actual situación económica. “Llevo más de 20 años con esto y ahora veo un interés porque hay una necesidad real, pero también una toma de conciencia, la gente está más informada, se buscan otras alternativas de vida, otras opciones más sanas, más naturales. Es muy fácil y barato tener un huerto como medio de subsistencia”. Ella imparte cursos sobre plantas medicinales, cosmética natural, elaboración de jabón, etc. El 90% de su tiempo en Algatocín, un pueblo de la Serranía de Ronda, lo dedica a la huerta y a su jardín botánico. “Es mi vida. Tres generaciones de mi familia se dedicaron a ello, sería una pena que se pierda esa cadena”. Eli ha recopilado ese conocimiento sobre plantas silvestres, comestibles y aromáticas en un libro autoeditado (Plantas medicinales del Valle del Genal). “La cadena de transmisión de padres a hijos se pierde, me pasa a mí con los míos, por circunstancias de la vida, porque la vida está montada de otra manera, no lo van a continuar”.
Es el reflejo, hoy, de lo que pasó con las anteriores generaciones, como recuerda Antonio. “Los hijos de los campesinos salieron huyendo del campo a las ciudades en los años 50, el oficio de campesino se devaluó, no era rentable, era muy duro. En la actualidad debería haber más apoyos a la agricultura familiar”.
En palabras de José Manuel de las Heras, secretario general de La Unión de Uniones de Agricultores y Ganaderos, asusta el ritmo de desaparición de explotaciones ganaderas en España. “Siempre ha habido dificultades para el relevo generacional cuando se jubilan los mayores, sobre todo por la dureza del trabajo. Es necesario garantizar rentas dignas a los ganaderos. Si de verdad en este país alguien quiere crear empleo va siendo hora de que se intente también en el medio rural”.
Por eso la URPF valida el saber popular, la experiencia como punto de partida de la educación, para rescatar a esas personas con un cúmulo de conocimientos que, por su experiencia de vida y de trabajo, deberían ser tenidas en cuenta por el ámbito institucional. Ignacio Rivas, profesor en la facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Málaga, puso en marcha un curso sobre Paulo Freire en colaboración con la universidad rural. “Aquí el ámbito rural estaba abandonado, la universidad le había dado la espalda, y nos parecía interesante recuperar las enseñazas de Freire, el pedagogo más importante del siglo XX, ya que supuso una reforma radical en la educación, como proceso para descubrir la realidad y transformarla”.
La universidad rural intenta, así, educar desde la universidad de la experiencia y problematizar la realidad para procurar el cambio social, siendo mediadora entre el saber popular y el saber científico, comprometida y participativa, que cree redes para la organización de la esperanza, innovadora e investigadora, que promueva relaciones de igualdad social, con aplicación de la perspectiva de género y ligada a una economía solidaria y ecológica. Sus impulsores entienden que la cultura rural es esencial para conservar la identidad de una sociedad, porque atesora conocimientos que durante siglos se han mantenido vivos en una forma de hacer, vivir, comunicarse, ser.
“Si desaparece el ámbito rural, desaparece parte de nuestra historia, de lo que somos”, señala Ignacio. “Nos hemos urbanizado en exceso, con modos de vida más artificiales. Recuperar la cultura rural, el compromiso con la naturaleza, es recuperar parte de nosotros mismos, volver a mirar al mundo desde la ingenuidad, perdiendo esa complejidad que nos artificializa, conectando con lo que nos rodea”. •