Ha sido la gran sorpresa en las elecciones europeas. Pablo Iglesias (Madrid, 1978) es profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Complutense de Madrid y presentador de la tertulia La Tuerka. Fue elegido en un proceso de primarias abierto a la ciudadanía para encabezar la lista de la iniciativa ciudadana Podemos. Con sólo cuatro meses de andadura y sin grandes recursos económicos, la agrupación ha recibido más de un millón de votos y ha conseguido cinco escaños. Iglesias entiende la política como una pelea para devolver el poder a la gente. Sabe que han logrado movilizar la ilusión, pero también tiene claro que aún no han alcanzado su objetivo.
¿Qué ha pasado en las elecciones europeas?
Nuestros resultados electorales son el reflejo de una creciente mayoría que quiere traducir el hartazgo en cambio político. El turnismo del bipartidismo se hunde: juntos, populares y socialistas, pierden más de cinco millones de votos. Nuestro mensaje es claro: no hay razón para vivir con sufrimiento, queremos vivir con dignidad y para eso hay que poner las necesidades de la gente por delante de los beneficios de los especuladores. El bipartidismo ha sufrido su peor resultado, pero también sabemos que esto no es suficiente. Hoy sigue habiendo 6 millones de parados, se siguen ejecutando desahucios y se sigue acabando con los derechos sociales y los servicios públicos. Se le ha dado un correctivo a la casta, pero el objetivo de cambiar la situación en beneficio de la mayoría social todavía no se ha conseguido. No vamos a detenernos y vamos a ir a por todas, con todos aquellos actores sociales y políticos que defiendan la democracia contra la asfixia del austericidio.
¿Cómo queda el nuevo mapa?
Sin duda, el dato más relevante es el emergente y difuso “no” al proceso de construcción europea que se ha estado realizando en los últimos tiempos al abrigo de las directrices de la Troika. El PPE ha ganado por la mínima, pero se ha producido un repunte eurofóbico que es muy sintomático, especialmente significativo en Francia y Reino Unido. Creemos que ese repunte es un reflejo de dos cosas: la incapacidad del centroderecha para resolver los problemas sociales que genera su limitado modelo económico, y el agotamiento del viejo modelo socialdemócrata (o, mejor dicho, social-liberal) para dar una respuesta adecuada. El fuerte ascenso de fuerzas políticas contra el austericidio como, por ejemplo, Syriza en Grecia, es una excelente noticia para construir una alternativa procedente del Sur. Entender este nuevo paisaje bajo la disyuntiva de la Europa “buena” y los “malvados” populismos radicales es una lectura extremadamente superficial. Tras ver los resultados, el mapa que queda en el Parlamento Europeo es complejo y, ciertamente, muy similar al de los años treinta. Hay una frontera ideológica que visibiliza la fractura socioeconómica en Europa, con un Norte que vira hacia la ultraderecha y un Sur que se resiste a ser colonia.
¿Qué le gustaría decir en el Parlamento Europeo?
Me gustaría decirles, junto con otros europeos del Sur, que no queremos ser una colonia. Que queremos tener dignidad, que no queremos que nuestros países sean la mano de obra barata para los europeos ricos del Norte. Queremos dignidad, derechos sociales y soberanía.
En muy poco tiempo, Podemos ha hecho un rápido recorrido. ¿Ha sobrepasado sus expectativas?
Completamente. No imaginábamos que se iba a producir una movilización de ilusiones como la que estamos viviendo. Gente mayor me para por la calle y me dice que les hemos devuelto la ilusión que perdieron a principios de los 80.
¿Cómo se contagia esa ilusión?
Lo que hemos hecho es decir lo que la mayor parte de la gente piensa: que podemos. Nos llevan diciendo mucho tiempo que no se puede, que las cosas tienen que ser así, que es imposible hacer una reforma fiscal decente o defender los derechos sociales, que hay que asumir los recortes y la pobreza… Y hemos dicho: no. El problema es que no quieren porque estamos gobernados por una casta económica y política de golfos y de corruptos. Claro que lo podemos cambiar, se trata de que los ciudadanos nos organicemos y hagamos política. Es lo que decían los movimientos en defensa de la vivienda digna, las mareas, el 15-M.
¿Qué riesgos asume al hacer política?
Prefiero no pensarlo. A nivel personal, la exposición mediática que tengo no se la deseo a nadie, pero soy consciente de que es útil. No me puedo quejar, peor está la gente que pierde el trabajo o su casa. Hacer política es difícil, hay que asumir contradicciones y dificultades, pero creo que estamos en una situación de excepcionalidad en nuestro país.
Tienden la mano a otros movimientos pero cuesta esa unión, ¿por qué?
Algunos no han asumido el escenario electoral, nos hubiera encantado. Hemos planteado el método. Lo importante no es tanto la unidad de las siglas, de las izquierdas, sino la unidad popular, porque existe una mayoría social que muchas veces es ajena a las batallitas que tenemos en la izquierda. Propusimos que cualquiera pueda ser candidato de Podemos y cualquier persona pudo votar en las primarias. Así salió la lista de la que estamos orgullosos, no tiene nada que ver con la de los grandes partidos: desde un investigador del CSIC con discapacidad hasta una profesora de la marea verde, un ex fiscal anticorrupción o una licenciada que trabaja de camarera. Están ahí porque lo ha decidio la gente. Nos decían que así podría salir el Pato Donald de candidato, pero la verdad es que con la fórmula de los partidos tradicionales pueden salir Rajoy o Rubalcaba. No creo que sea mejor.
¿Quién no cabe en Podemos?
Planteamientos homófobos, racistas, no respetuosos con los derechos humanos. Los Círculos de Podemos no son células de encuadramiento de partidos, son espacios de protagonismo popular con personas muy distintas. Tenemos que buscar lo que nos une y no lo que nos diferencia.
Les une que creen en las alternativas.
No es tanto ese programa alternativo, porque ahí la mayoría que estamos en el campo de la democracia coincidimos en lo que hay que hacer: recuperación de los sectores estratégicos, auditoría pública de la deuda, defensa de los derechos sociales, sanidad pública, educación pública. Lo fundamental es el empoderamiento de la gente. La democracia no es un conjunto de propuestas, es el poder político del pueblo. Tiene que ver con las elecciones pero también con la organización en los barrios, en los pueblos, en los centros de estudio. En ese contexto, Podemos es un granito de arena más en el proceso de recuperación de la democracia.
¿Se está recuperando la confianza en las propias fuerzas ciudadanas?
Lo que hay que recuperar no es la confianza sino el poder. Muchas veces me dicen: si llegaras a la Moncloa, cambiarías. Es un régimen perverso aquel en el que hay que confiar en que el que llegue a la Moncloa no cambie. Es perverso eso del “puedo prometer y prometo”, “vóteme que prometo que no le voy a fallar”. La democracia tiene que ser un sistema en el que haya mecanismos para que los representados puedan controlar a sus representantes. Esto no va de promesas ni de confianza. Va de que la gente tenga los mecanismos para que los cargos sean revocables y haya rendición de cuentas.
¿Qué tres medidas de urgencia son necesarias (y posibles) ahora mismo en nuestro país?
Si yo fuera presidente del Gobierno: expropiación de las viviendas vacías en manos de los bancos y dación en pago retroactiva como pide la PAH, prohibición de las puertas giratorias que comunican consejos de ministros con consejos de administración de empresas y la aplicación del artículo 128 de la Constitución que serviría para impedir que las empresas energéticas dejen sin calefacción y sin luz a ninguna persona, por ejemplo.
Se ha secuestrado en los medios de comunicación el espacio para comunicar que hay otras opciones. ¿Ha fallado el periodismo pero también la ciudadanía por no defender el derecho a la información?
El problema no es tanto el trabajo de los periodistas, que puede ser criticable, sino la propiedad de los medios de comunicación. El problema es que tener una televisión, un periódico o una radio es un privilegio de multimillonarios. Ellos son los dueños del 90% de lo que vemos, leemos y escuchamos. Tienen sus propios intereses, que no coinciden con los de la mayoría. Hay que democratizar los medios y eso implica el control público, que no significa control gubernamental del partido de turno. La sociedad civil es la que tiene que tener el control de un derecho como es la información. Es verdad que requiere un esfuerzo estar bien informado. El compromiso y la militancia es la base de la transformación, pero no se puede estar pidiendo a la gente que esté permanentemente movilizada porque las personas tienen situaciones de mucha dificultades. Tenemos que ser capaces de asentar esos derechos, ganarlos y que nadie se atreva a cuestionarlos. Me gustaría un mundo en el que nadie tenga que militar para poder llevar a su padre a un hospital público o a su hija a una escuela pública.
¿Qué ha pasado con la experiencia de La Tuerka? ¿Cómo se ha convertido en un referente sin tener recursos ni grandes plataformas?
Nos arriesgamos mucho, le metimos mucho entusiasmo y muchas horas de trabajo. Desde el principio tratamos de no ser cutres, de no hacer un medio de contrainformación sino de mirarnos de tú a tú con el resto de tertulias a las que en redes sociales muchas veces superamos. Si estuviéramos en una cadena estatal estaría por ver cuál se ve más. Simplemente hacemos comunicación con otro estilo, buscando invitados con preparación, respetando los turnos de palabra, diseñando temas que permitan una visión más crítica de la realidad… Ocupamos un espacio que estaba ahí, mucha gente necesitaba armas para argumentar contra el discurso oficial. Eso ha hecho que poco a poco nos hayamos convertido en una referencia, con muchas dificultades económicas, lo financiamos de manera militante.
¿Cómo laten los jóvenes universitarios con los que tiene contacto?
Creo que sería muy importante que buscaran más a la sociedad. Los estudiantes pueden asumir un papel de concienciación muy importante. Las movilizaciones en defensa de la educación pública las iniciaron los estudiantes y ese movimiento obtuvo la simpatía de toda la sociedad.
¿Cómo se combate la criminalización de las luchas sociales?
Con inteligencia política. El enemigo mueve sus piezas en el tablero de ajedrez con inteligencia. Toda la casta política cerraba filas en torno al cadáver de Suárez para dar el mensaje de “consenso, consenso, consenso” cuando el régimen se viene abajo, mientras un millón y medio de personas en la calle hablaba de dignidad para cambiar las cosas, pero se intentaba mover el foco de atención hablando de los disturbios que hubo por la noche. Las organizaciones de la sociedad civil tienen que asumir con inteligencia que también hacen política, y hacer política es llevar el terreno del combate al más favorable.
Cuando habla de “enemigo” y “combate” a mucha gente le chocará…
Supongo que tiene que ver con mi formación de politólogo, con mi forma de entender la política como la entendían Maquiavelo, Max Weber, Carl Schmitt, Lenin… La política se define por campos. Existe el campo de la democracia, que es la mayoría de los ciudadanos, y sus enemigos, que son quienes convierten los derechos en privilegios. Es verdad que son muy poderosos, tienen dinero, medios de comunicación. La inteligencia colectiva de la sociedad civil tiene que definirlos como lo que son: enemigos de los ciudadanos.
¿Qué es hoy ser decente?
Pues algo muy sencillo: defender lo que dice la Declaración Universal de los Derechos Humanos, la democracia y los derechos sociales. Yo no creo en la parte de la letra de la Internacional donde dice que la Tierra se convierta en un paraíso de la fraternidad. Pero creo que puede haber un mundo en el que no haya alguien a quien se le comen las moscas mientras otro tiene 17 cuartos de baño. Un mundo en el que todos los seres humanos tengan derecho a la dignidad: dormir debajo de un techo, ir a la escuela, tener un trabajo digno, poder ser feliz. Y ser feliz también tiene que ver con tener condiciones materiales mínimas.
¿La tibieza ha ganado a la radicalidad? Defender hoy los derechos humanos parece casi revolucionario…
Claro, porque estamos a la defensiva. Es poco menos que revolucionario y radical defender lo que dice la Declaración de Derechos Humanos. Es la prueba de que estamos derrotados. Yo mismo soy la prueba de esa derrota: que sea necesario un tipo con coleta que sale en la tele a discutir con Marhuenda para presentarse a las elecciones no es una prueba de nuestra fuerza. Significa que no hay organizaciones poderosas en el marco de la sociedad civil y por eso necesitamos reivindicar lo que es básico, lo que defiende todo el mundo, y necesitamos ese protagonismo mediático y político. Eso revela que se ha producido una contrarrevolución que hoy ha convertido en radical o extraño lo que hace no tanto tiempo era indiscutible.
¿De dónde tira usted para transformar el pesimismo en optimismo?
Gramsci decía que hay que combinar el pesimismo de la inteligencia con el optimismo de la voluntad. El optimismo de la voluntad se basa en la necesidad. No nos queda más remedio. Entiendo que la política es una pelea. En este caso, la pelea por un mundo más digno es ineludible, supone defender la dignidad, el futuro de nuestros hijos. Cuando ves que la gente recupera la ilusión al ver que otros hacemos política, eso es gasolina para mí. Tengo muchas recompensas emocionales cuando la gente me para por la calle para darme ánimos. Pero los verdaderamente importantes son todos esos militantes anónimos a los que nadie para. Son los que se levantan por las mañanas y hacen trabajo de hormiguitas, que no es aparentemente heroico. Los medios no hablarán de ellos, pero son la clave de que podamos aspirar a que las cosas mejoren.
(Entrevista de Silvia Melero publicada en revista 21)