Mujeres rurales: doblemente invisibles

Su esfuerzo diario hace que nos lleguen la leche para el desayuno y los tomates para la ensalada. Cultivan, recolectan, ordeñan y hacen el trabajo doméstico, además de cuidar de la familia. Son las mujeres campesinas, agricultoras y ganaderas que trabajan en las zonas rurales de España, muchas veces sin el reconocimiento profesional y social que merecen. La tarea doblemente invisible que desempeñan, por ser mujeres y vivir en los pueblos, vulnera con frecuencia sus derechos.

A sus 59 años, Dori nunca ha tenido vacaciones. Nunca ha librado un domingo ni un festivo. No recuerda a qué edad empezó a trabajar. “Toda la vida la he pasado con las vacas, desde pequeña me mandaban a cuidarlas al prado”. Los 365 días del año se levanta a las 6:30 de la mañana. “Hasta las ocho de la tarde más o menos no me libero del trabajo de fuera y cuando entras a casa te tocan las tareas del hogar: hacer comidas, cuidar a la familia, limpiar…”. Esto después de realizar labores como segar la hierba, sacar el abono con la yegua y el carro para llevarlo al prado, dar de comer a las vacas, ordeñarlas (dos veces al día, por la mañana y por la tarde), limpiar las cuadras y atender la huerta. Ahora con el ordeño automático todo es más fácil. “Puedes ordeñar en tres cuartos de hora unas 35 vacas, por eso hemos aumentado el número de ganado”. Dori, viuda y madre de un hijo, está al frente junto a su hermano de una explotación ganadera de 65 vacas en Vargas (Cantabria). Forma parte de un colectivo invisible: las mujeres que viven en el medio rural.

Se calcula que hay unos seis millones de mujeres en municipios rurales de menos de 20.000 habitantes. Pero los datos son insuficientes. “Hay muy poca información sobre este colectivo, por eso no se conoce su realidad, no se toman medidas políticas y no se mejora la situación”, asegura Belén Verdugo, responsable del Área de la Mujer de la Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos (COAG).

Según el estudio La mujer en la agricultura y el medio rural, elaborado en 2005 por esta coordinadora, la mayoría de las mujeres vinculadas al sector agrario se encuentran en condiciones laborales muy precarias debido a la falta de reconocimiento social, lo que se traduce en la ausencia de una normativa adecuada para asegurar sus derechos individuales sociales y económicos. Según el Instituto de la Mujer, aportan 770 millones de horas anuales a labores agrícolas y ganaderas, pero de ellas, el 78% no están retribuidas. Las diferencias salariales, por ejemplo, son del 50% entre hombres y mujeres en Andalucía.

Belén es titular de una explotación de agricultura ecológica desde hace 19 años en Piñel de Abajo (Valladolid), donde cultiva cereales y legumbres. Sólo el 7% de las explotaciones agrarias en España están dirigidas por una mujer, aunque ellas realizan el 50% del trabajo. A nivel mundial, las mujeres producen el 75% de los alimentos y son dueñas del 1% de la tierra, según datos de Prosalus. La reciente crisis alimentaria ha recordado el papel decisivo de las mujeres en la alimentación de las familias pese a que ellas tienen un menor acceso a semillas, fertilizantes y servicios sociales. “La mayoría de las explotaciones agrarias y ganaderas reciben el mismo tratamiento que la familia patriarcal: el padre, marido o hermano es el titular y sólo figura él. Las campesinas tenemos muchos problemas para que se reconozcan nuestros derechos”, dice Lidia Senra, responsable de la Comisión de Mujeres de la Vía Campesina en Europa y miembro de la ejecutiva del Sindicato Labrego Galego.

Aunque el 15 de octubre es el Día Internacional de la Mujer Rural, ella se reconoce en el 8 de marzo. “No me gusta la distinción entre mujeres urbanas y rurales. Todas somos mujeres, la única diferencia es la profesión. En el mundo rural hay campesinas, autónomas, médicas, asalariadas… Hacer incidencia en mujer rural crea división y estereotipos como que somos menos avanzadas, estamos estancadas o que no queremos cambios. Hay muchas mujeres en el mundo rural comprometidas con la lucha feminista”.

Campesina y cotitular de una explotación que produce de forma tradicional verduras y miel en Vedra (La Coruña), Lidia explica que desde el sindicato trabajan la autoestima de las campesinas. “Estamos capacitadas para participar en la vida política y sindical y debemos tener representación en las organizaciones agrarias, cooperativas y sindicatos, generalmente dominados por hombres”. Sus reivindicacones en los tribunales han conseguido cambiar en el año 2004 la Ley de Seguridad Social Agraria que venía de la época franquista y afectaba negativamente a las mujeres. “Si el marido trabajaba fuera de la explotación agraria y ganaba más, la mujer que trabaja el campo no podía estar dada de alta. Era la situación predominante. No se consideraba un puesto de trabajo”, afirma Lidia. Aún hoy el 60% de las agricultoras extremeñas no cotizan a la Seguridad Social.
La reciente Ley de Igualdad ha reconocido ya en Galicia el derecho a la cotitularidad de las explotaciones, pero se está trabajando para que sea así en todo el Estado. Según la representante de Vía Campesina, “se han dado casos de mujeres a las que les han denegado ayudas a los hijos porque, aunque trabajan, no son titulares, no tienen ingresos y no figuran en ningún sitio, por lo que no pueden acceder a subvenciones de ningún tipo. Cuando se divorcian o se jubilan se quedan sin nada”.Es necesario cambiar la legislación y mejorar las condiciones laborales para evitar que las mujeres jóvenes emigren. Dori entiende que las nuevas generaciones rechacen un trabajo tan duro y tan mal pagado. “Mi hijo no ha querido dedicarse a las vacas. Es normal, es un trabajo muy esclavo y muy sucio”.

Mejorar la calidad de vida en los pueblos requiere inversiones en servicios e infraestructuras. “Las carencias en atención social castigan a las mujeres, nos llevan a dejar parte de nuestra actividad por hacernos cargo de los hijos y de los mayores. Se están cerrando escuelas en las zonas rurales, lo que obliga a los niños a dos horas de viaje para llegar al colegio”, cuenta Lidia.

Si no reciben más apoyo, las mujeres seguirán emigrando a la ciudad. Y si ellas se van, el sector agroalimentario (el gran motor socioeconómico del mundo rural) peligra. Lidia insiste en que las mujeres son fundamentales para que sobreviva el mundo rural. “Si nos vamos, se cierran las explotaciones y ninguna sociedad puede prescindir de la producción y el control de la alimentación. La soberanía alimentaria es esencial, son los campesinos y campesinas los encargados de mantenerla”. Belén comparte su opinión. “Cuando desaparecen las mujeres, los pueblos se deprimen y no pueden seguir desarrollándose. Si se pierde eso, se pierde la identidad, la conexión con la naturaleza y el equilibrio sostenible entre pueblos y ciudades”.

“Antes era más duro”
Concha (89 años), Cantabria

A los diez años ya ordeñaba (a mano) y cuidaba de las vacas en su pueblo, Entrambasaguas. “Antes no había tantos adelantos ni maquinaria, te tirabas todo el día trabajando”. Concha tenía que segar, arreglar a las gallinas, los conejos, llevar la casa y sacar adelante a ocho hijos. “Con la barriga bien avanzada en los embarazos me iba a segar, no quería que me dijeran que no era capaz de hacerlo. He trabajado como una burra”. Con la fortaleza que caracteriza a las mujeres rurales, ha tirado adelante con todo, dentro y fuera de casa. “Hacer comida para diez personas, lavar la ropa de todos a mano en el río y hasta coser. La necesidad te hace aprender. Hacía la ropa para los hijos y a veces me tiraba cosiendo hasta las cinco de la mañana”. Eso sí, antes la vida era más sana. “Aunque fueras humilde, nunca faltaba un plato de comida gracias a la huerta”.

“Segábamos desde que salía el sol hasta que se ponía”
Eustasia (88 años) Segovia

“Desde los once años he trabajado en el campo. Segaba trigo, cebada, cuidaba los burros…”. Tras casarse y tener dos hijos, Eustasia puso una pequeña tienda en su casa de Sacramenia, pero siguió ocupándose de las labores agrícolas. “A las dos de la mañana nos levantábamos para ir a segar en el carro a tierras alejadas del pueblo. Segábamos desde que salía el sol hasta que se ponía, sólo parábamos para comer. Llegaba a casa muerta, no tenía ganas de hacer nada”. Pero tenía que hacerlo. “Más trabajo siempre para las mujeres, los hombres en casa no te hacían nada”. Típico de la sociedad machista predominante en el mundo rural. “En la Iglesia las mujeres a un lado y los hombres a otro y en las procesiones ellos iban delante y nosotras detrás”. Lo que sí echa de menos es la vida natural de antes. “Me gustaba ir al río a por cangrejos para la cena”. Su marido era cazador y ha limpiado y cocinado codornices, liebres, perdices y conejos. Y no olvida los valores solidarios y ecológicos de los pueblos. “Cada día le tocaba a una mujer llevar harina y amasar el pan, que se repartía gratis a todos los vecinos. También hacíamos trueque, cambiando almendros por manzanas, y reciclábamos el aceite usado haciendo jabón”.
(Reportaje de Silvia Melero publicado en revista 21)