Una víctima de ETA. Un ex miembro de la banda terrorista que cumple condena. Una mediadora. Un sala de la cárcel como escenario. Encuentro y diálogo. Segundas oportunidades. Esto es lo que pone en escena ‘La mirada del otro’, la segunda obra de la trilogía de Proyecto 43-2 sobre el conflicto en Euskadi. Se representa losdías 14, 15 y 16 de mayo en la Sala Cuarta Pared de Madrid. Hablamos con la actriz María San Miguel, autora y productora del proyecto.
Se escuchan respiraciones entrecortadas, sollozos y hasta se masca un silencio estremecedor en el público, sobrecogido ante lo que sucede en el escenario. Proyecto 43-2 es una iniciativa artística y pedagógica de la actriz vallisoletana María San Miguel sobre el dolor causado por el terrorismo en la sociedad vasca. La mirada del otro es la segunda parte de esta trilogía sobre Euskadi, sobre la memoria colectiva y la convivencia. La obra representa un hecho real: los encuentros restaurativos (iniciativa pionera en España) que se realizaron en la cárcel de Nanclares de Oca (Álava) en 2011 y 2012. Tres actores representan lo que sucede entre una víctima (María San Miguel), un disidente de ETA que cumple condena (Pablo Rodríguez) y una mediadora (Ruth Cabeza), bajo la dirección de Chani Martín, para quien este trabajo nos acerca a “la íntima lucha por superar lo insuperable: colocar los ojos frente a los ojos del otro para, a través de la palabra, poder cambiar de sitio el dolor”. María San Miguel defiende que el teatro es una herramienta excepcional para hablar de la realidad y crear memoria desde una perspectiva diferente.
Buena parte del público se sorprende porque desconocía la existencia de este proceso de encuentros en la cárcel.
Es que se llevó a cabo en absoluta clandestinidad. Estaba estudiado cuándo lanzarlo a los medios, se cuidó mucho para llevarlo a cabo en buenas condiciones porque peligraba el proceso por las reacciones que pudieran surgir. Al año salió a la prensa, lo reflejaron muy pocos medios y no salió en la tele. Y lo que no sale en la tele, no existe. Sí hizo un reportaje Mercedes Milá en horario muy de noche. No nos han caído palos de momento porque no es muy conocido, la prensa se nos acerca como algo interesante, necesario, y veremos qué pasa. Profesionales del mundo judicial han venido a ver la obra y ha sido una sorpresa porque nos había sido imposible acceder a ellos simplemente para presentar el proyecto. Han venido jueces y nos han dicho que está muy bien tratado. Que es muy necesario que se conozca.
¿Cómo llegas a este interés por el conflicto vasco?
Pienso mucho en cómo he llegado a hacerlo. Está claro que lo quería hacer, pero creo que nació de manera inconsciente. La idea y la obsesión por hablar del conflicto vasco nace en 2006 cuando estoy terminando Periodismo en la Universidad Carlos III y me apunto a un curso que impartía Eduardo Madina como profesor asociado sobre política en Euskadi. Yo conocía lo que le había pasado, me interesaba, y cambió mi manera de estar en el mundo. Me parece increíble su visión, su punto de vista, su manera de entender todo lo que le ha pasado y su forma de trabajar hacia la paz. Me sorprendió mucho, pensaba en qué hubiera sido de mi vida si me hubiera pasado lo mismo a mí, porque a él el atentado le obligó a dejar el deporte.
¿Y el paso de trasladar esa inquietud personal al teatro como herramienta pedagógica?
En la escuela de teatro conocí a una amiga que es vasca y me hablaba mucho de lo que vivía en Guipúzcoa y de lo que vivía en Madrid, con la imagen que se tiene todavía de los vascos. Acabé haciendo una tesina sobre el tema. Siempre mi punto de vista ha sido que el teatro es una herramienta pedagógica y de memoria. Creo que abre las mentes de quienes lo ven y da libertad de ideas. Y la parte práctica de esa tesina fue investigar sobre el tema vasco. Conocí a Rafaela Romero, presidía las Juntas Generales de Guipúzcoa y estaba haciendo un trabajo muy potente sobre memoria y reconocimiento de todo tipo de víctimas del terrorismo (de ETA, de violencia de Estado). Ella me ayudó a hacer los primeros contactos y entrevistas, con un compañero del máster, coautor de la primera pieza. Y empecé a buscar apoyos para el proyecto y conformar la compañía. Necesitaba que las personas que me acompañaran en esto compartieran mi punto de vista de apoyo al diálogo, defensa de la paz y rechazo a la violencia, pero también de entender más allá y no conformarnos con lo que ya sabíamos.
¿Ha sido complicado sacar adelante el proyecto?
En 2012 estrenamos en Valladolid la primera obra. Hablaba del hoy y el ahora en Euskadi en el proceso de normalización de la convivencia. Una acción inventada que podría pasar. La acción transcurre alrededor del décimo aniversario de un asesinato de ETA, se reúnen familiares y amigos que representan diferentes posiciones y vivencias, diferentes tipos de dolor. Entre ellos, dos amigos distanciados que se sientan a hablar en torno al marmitako que se está cocinando, en torno a la comida. Hoy por lo menos se sientan juntos a la mesa, pensando cada uno lo que piensa; hace años ni se sentaban. En la segunda obra estamos representando esto de lo que hablamos, los encuentros en la cárcel, basada en hechos reales. Ha sido complicado hacer actuaciones. Sí hemos hecho bastantes pases pedagógicos en las universidades. Son encuentros con el público después del espectáculo y charlas en universidades donde contamos nuestro proceso de creación y producción, y por qué pensamos que el teatro tiene que trabajar estos temas. También hacemos talleres encaminados a mostrar cómo el juego del teatro puede ayudar a conocer al otro y entender que estamos obligados a respetarnos y a entendernos.
¿Apoyos?
Hubo un apoyo esencial al principio que fue la fundación Rodolfo Benito Samaniego, que trabaja en la difusión de derechos humanos y convivencia. Pudimos estrenar en Alcalá de Henares gracias a su apoyo económico. Luego hemos tenido apoyos más institucionales o de difusión. Es una producción propia donde he invertido mis recursos. Me vi con una compañía creada, con compañeros muy comprometidos, y tenía que pensar en cómo sacarlo adelante. Así que me convertí en productora. Hubo un momento en que me tuve que apartar un poco. Poner tanta energía y ver que no acaba de arrancar es agotador. Me aparté para poder dar luego el salto. Logramos una pequeña subvención del Gobierno vasco y gracias a eso y al apoyo de la Sala Cuarta Pared hemos podido hacer alguna representación más, de forma menos precaria pero con déficit infinito.
¿Y cómo aparece la idea de convertirlo en una trilogía?
Cuando representamos la primera obra, en un diálogo con el público nos dijeron que habíamos tocado una parte del conflicto pero quedaba mucho más. Yo conocía el tema de los encuentros y a Txema Urkijo, que es uno de los ideólogos de la estructura y que entonces trabajaba en la Dirección de Atención a Víctimas del Gobierno Vasco. Le pedí que me ayudara para poder contar esto, y él me facilitó los contactos para poder entrevistar a participantes de encuentros. Ha habido mucho trabajo previo de investigación y entrevistas.
¿Cómo te ha cambiado la mirada representar a la hija de un asesinado por ETA que se sienta frente al asesino de su padre?
Me ha cambiado mucho. La parte de las víctimas desde el principio es la misma, y el rechazo rotundo de la violencia. He vivido una infancia en la que siempre se ha hablado de política y libertades, siempre he tenido ese interés. Pero cuando empecé a interesarme por esto yo pensaba mucho en el dolor de las víctimas. No entendía nada sobre el arraigo o el dolor de la tierra o la patria, porque yo soy cero patriota. Empecé a respetar que a cada uno le duele lo que le duele. Por supuesto, la violencia jamás justifica que sobrepongas tu dolor por encima del otro. O tu arraigo por encima del arraigo del otro. Pero sí he aprendido que tenemos que intentar mirar un poco más allá, ¿quién soy yo para decir que es una tontería que a uno le duela su tierra? Eso me hizo abrir mis puntos de vista, ampliar mi mirada. Y luego, yo antes pensaba que un etarra que había cometido un asesinato debería estar toda su vida en la cárcel, pero tras desarrollar el proyecto creo en la segunda oportunidad. Creo que el sistema penitenciario no refleja lo que marca la Constitución: la reinserción social. Y creo que el Estado no lo defiende.
Al final, la cárcel, ¿más que reinserción es una venganza?
Sí, es un castigo, puramente punitivo. Y claro que hay personas que nunca cambiarán de pensamiento, pero hay otras que después de 20 años en la cárcel han reflexionado. Se hicieron talleres de convivencia en la cárcel de Nanclares, dirigidos por Xabier Etxebarria, especialista en derechos humanos y abogado, en los que un pequeño grupo de presos del colectivo de disidentes se entrevistaba con personas como Reyes Mate o algunas víctimas, y eso generó mucho debate. Si ese trabajo hubiera seguido, hoy no habría 30 disidentes. Hoy, cuatro años después, habría 60 disidentes. Creo que ése es el trabajo que tiene que hacer el Estado y las instituciones y creo que no se hace.
¿Cómo recibís desde el escenario el silencio y la emoción del público?
Es brutal. Los tres hemos hecho mucho teatro antes, pero nunca hemos vivido ese silencio. Hay una energía que sale del público que pone los pelos de punta. Hay un silencio muy sobrecogedor, muy atento, muy con nosotros. Los lagrimones que todo el mundo suelta llegan dentro. El aplauso sale de los corazones de todos los que están ahí, es súper especial. Para los actores es un trabajo muy exigente, tremendamente difícil porque es muy doloroso contar esto. Es tremendo. Representamos a personas admirables pero que han pasado mucho dolor, y sostener eso ahí en el escenario, como intérprete, duele.
Ponéis en escena un tema que en este país ha sido tabú: abordar más allá de lo evidente el conflicto vasco, como en su momento hizo el documental ‘Asier ETA biok’, de Aitor Merino ¿Qué nos ha pasado como sociedad ante este tema?
Creo que pasa como con cualquier tema que tenga que ver con la memoria de este país. España es un país con una identidad muy compleja que no se ha terminado de respetar nunca ni de darle valor, con lo preciosa que es la diversidad de lenguas, de culturas, de tradiciones. Cuesta mucho reconocer la memoria, generar memoria. También hago esto porque en mi familia hemos vivido muy de cerca las historias de la Guerra Civil; la familia de mi abuela fue tremendamente represaliada y no quiero que pase en mi país lo que pasó con la Guerra Civil con el tema vasco, que después de 70 años todavía estamos como estamos. Todo el mundo dice “es delicado”. Estoy harta de escuchar eso. Pues sí, lo será, pero es que hay que enfrentarse a ello sobre todo para que no vuelva a ocurrir, porque si no hablamos de esto y lo cerramos en falso, como pasó con la Guerra Civil y el franquismo, la historia al final se repite, de diversas maneras pero se repite. Por eso cuesta, porque somos un país al que le cuesta hablar de su memoria.
TEASER Proyecto 43-2 from Proyecto 43-2 on Vimeo.
¿El teatro puede lograr que nos cueste menos?
El teatro es la mejor herramienta. Cuando estás en una sala de teatro, el actor respira el mismo aire que el público, se pueden escuchar casi los latidos y hay un vínculo emocional y físico irrepetible porque cada función es distinta. Eso hace que te llegue y se sienta de una forma diferente al cine, por ejemplo. Una persona como tú está en el escenario contándote una cosa para ti en ese momento y podrías ser tú la de la historia. Es un espejo de la realidad, de tu realidad. Permite la reflexión de otra manera.
El problema es que estas iniciativas encuentren espacio para llegar al público…
Siempre han sido malos tiempos para el teatro y la cultura, pero ahora más. Recuerdo a un programador que me decía que ahora con la crisis prefieren programar cosas cómicas porque la gente no quiere ver problemas, van al teatro para olvidarse del drama cotidiano. El deber de un programador de un municipio, de un gestor cultural, por ejemplo, no es sólo entretener al público, es generar una educación teatral también, y hay que programar cosas diversas. Esto no puede ser sólo pan y circo. Mostrar otras realidades que existen es necesario.
Han nacido iniciativas como el Teatro del Barrio en Lavapiés, teatro político, pero vosotros no os definís como ‘teatro político’. ¿Por qué?
Creo que el teatro es político siempre porque es un espacio de libertad. Pero somos una compañía de teatro interesada por este tema y que tiene una necesidad de contar lo que pasa ahí arriba, pero no una necesidad política. Ninguno de nuestros espectáculos es partidista. Es político en el sentido de que abordamos una temática así, habla de algo que está en nuestras vidas. Como el tema de ETA y del conflicto vasco siempre se ha visto desde la perspectiva de los partidos políticos, hay gente que antes de ver la obra se cree que vamos a estar de un lado o del otro y se sorprenden al ver que contamos historias de personas, historias que pasan en Euskadi (por eso se llama Proyecto 43-2, porque contamos historias que pasan en esas coordenadas), pero son historias que suceden en otros lugares del mundo donde hay un problema con la violencia, con el diálogo.
Hablando de algo aparentemente externo lo que sucede es que la obra, además, produce una catarsis interna que nos lleva a plantearnos si somos capaces de entender al otro, de perdonar.
Sí, en esto y en cualquier aspecto de la vida. Para empatizar con lo que contamos en cualquiera de las dos piezas no es necesario que te haya ocurrido algo similar a sufrir un atentado terrorista. Cuando discuto con mi novio, si tardamos en solucionarlo una semana, la bola se va haciendo más grande. Es complicado sentarse a hablar con alguien que te ha hecho mucho daño.
Hay mucho respeto en la manera de contarlo. ¿Buscando destacar que no siempre la opción es el perdón?
Porque ésa también es la realidad que hemos conocido sobre estos encuentros. Todas las personas que han participado en los encuentros lo hacían voluntariamente y se generó polémica cuando salió a la luz. Tratamos de reflejar la realidad tal y como ha sido, hay gente que participa en los encuentros y gente que nunca lo haría. Ahora en el teatro contemporáneo hay un deseo de imponer un discurso en el público y a mí eso no me interesa. He vivido esa realidad y trato de reflejarla de la manera más honesta y real posible. Y cada uno que piense lo que quiera. Yo tengo mi propio punto de vista, que obviamente está ahí en escena, pero abriendo el espacio a otras miradas.
¿Nos puedes contar algo de la próxima obra, la que cerrará la trilogía?
Sí. En la tercera quiero llevar a escena el arraigo y el desarraigo. Quizá es lo más filosófico y visceral. Es la raíz del problema, lo que ha provocado todo esto. El uso de la violencia en defensa del arraigo ha provocado un desarraigo porque mucha gente se ha ido, hay gente que aún viviendo allí ya no se sentía en su lugar, y luego también el mundo de los presos, que siendo los que se supone que sentían el mayor arraigo por su tierra han vivido un desarraigo profundísimo, estando en 20 cárceles distintas en diez años. Quiero hablar de eso, de qué es el arraigo, por qué duele, qué provoca, porque puede producir algo tan absurdo como usar la violencia.
En todo esto, por duro que sea, sí hay un mensaje esperanzador.
Intentamos dar un punto de vista positivo y esperanzador. Hay gente que me dice que es pesimista. Es que esto no es fácil, esto no es una juerga. Estamos empezando algo muy difícil que llevará mucho tiempo. Es hablar del encuentro. Y hacerlo desde el teatro. Ir al teatro es un acto hermoso, entretenido, y la gente va a aprender cosas. Espero que el hecho de ir les haga salir con preguntas nuevas que no se habían planteado hasta ahora. Sólo por la emoción que supone descubrir eso merece la pena. Y hay un trabajo artístico y humano tremendo detrás. El compromiso que ha tenido la compañía y las personas que me han seguido en esto me emociona mucho.
(Entrevista de Silvia Melero publicada en El Asombrario)