Maltrato a mayores: la traición silenciosa

Se han pasado gran parte de su vida cuidando, acogiendo, dándose a los demás. Y cuando llegan a la edad dorada se topan con la soledad, el aislamiento y, en los casos más extremos, el maltrato físico y psicológico. Sólo cambiando el concepto que tenemos de la vejez podremos reconocer el importante papel que los mayores desempeñan en la sociedad.

En el año 2050 habrá más de 16 millones de personas mayores en España. Garantizar su bienestar es uno de los grandes desafíos. ¿Y hoy? ¿Qué hacemos con nuestros ancianos? La mayoría se encuentra en buenas condiciones: bien atendidos, queridos y cuidados. Pero hace unos meses los datos de la Confederación Española de Organizaciones de Mayores (CEOMA) activaron las alarmas: cerca de 300.000 mayores sufren maltrato en nuestro país. En tan solo tres años la cifra se ha incrementado un 82%.
“Es un problema que siempre ha existido pero empieza a salir a la luz. Si la sociedad mira para otro lado se favorece el actual nivel de la impunidad y vacío legal”, afirma desde CEOMA Antoni Bargueño. Pero, además, se produce un efecto iceberg y solo se detecta un caso de cada seis. “Generalmente lo ocultan, la mayoría por vergüenza. La detección no es fácil pero un examen atento puede inducir las sospechas suficientes para que el médico interrogue al paciente a solas y compruebe, con tacto y delicadeza, si estas detestables situaciones se están produciendo. No obstante en estos temas hay que ser extraordinariamente prudente”, afirma Enrique Baca, Catedrático de Psiquiatría de la Universidad Autónoma de Madrid.El Centro Reina Sofía para el estudio de la violencia define cinco tipos de maltrato en el caso de las personas mayores: físico, psicológico, económico, sexual y negligencia (abandono de las obligaciones en el cuidado). Golpear, humillar, insultar, atemorizar, administrar mal la medicación, privar de las necesidades básicas (alimentación, higiene, calor, ropa) o utilizar ilegalmente sus recursos económicos son algunas de las graves acciones que emprenden los propios familiares. Según un informe de este centro, se considera maltrato si “ocurre en el marco de una relación interpersonal donde existe una expectativa de confianza, cuidado, convivencia o dependencia, pudiendo ser el agresor un familiar, personal institucional (ámbito sanitario o de servicios sociales), un cuidador contratado, un vecino o un amigo”.

Las consecuencias suelen ser depresión, ideas suicidas, ansiedad, indefensión, trastornos del sueño, pérdida de apetito, miedo y, en general, deterioro del nivel de vida.

En la intimidad
Pero quizá lo más doloroso es saber que ese maltrato viene de los propios hijos o de la pareja, como una traición silenciosa y que se oculta en la intimidad más profunda de una familia. Los datos del Centro Reina Sofía indican que el 80% de los agresores son hombres y las que sufren en mayor medida maltrato son las ancianas. El porcentaje aumenta entre las víctimas que sufren Alzheimer. Cuidar de un familiar mayor puede ser una importante fuente de estrés, agravado por la escasa información sobre el proceso de envejecimiento, la falta de habilidades de cuidado y unos recursos de apoyo insuficientes.

Celia (87 años) ha visto cómo familiares e, incluso, conocidos, han ejercido violencia física con algunas personas con las que comparte el centro de mayores. “Es terrible, les anula, les arrancan la ilusión”. Ella afortunadamente no lo ha sufrido, pero dice que el maltrato psicológico siempre es peor. “Lo más duro es no poder ver crecer a tus nietos, sentir que molestas o sobras. Muchas veces no se me respeta por ser mayor, parece que con los ancianos todo vale y es difícil sentirte día a día como miembro de una comunidad que te excluye”. No le falta razón. Si la agresividad intergeneracional se apoya en una cultura social de violencia, tradiciones culturales como el edadismo promueven “estereotipos negativos hacia las personas mayores que les deshumanizan y por los que pierden poder y control sobre sus vidas con la edad, así como la percepción de los ancianos como frágiles, débiles y dependientes”, según el Instituto de Migraciones y Servicios Sociales. Todo esto facilita que otras personas abusen de ellos sin un sentimiento de culpabilidad o remordimiento.

De los casi ocho millones de mayores que hay hoy en España, un millón y medio viven solos. Cruz Roja desarrolla programas de atención y fomento de la autonomía personal porque muchos se encuentran en situación de vulnerabilidad por problemas de salud, bajos ingresos, situaciones de dependencia, soledad, etc.

Maltrato institucional
A Juana Rosa no le quedó más remedio que ir por propia iniciativa a una residencia. Con sus 84 años –y con su artrosis, su cansancio y sus achaques– se siente muy contenta. No ha tenido una vida fácil. Al duro trabajo en el campo recogiendo aceitunas en Jaén, se suman dos décadas sirviendo en una familia en Francia y la tragedia de perder a sus dos hijos. “Mis nueras con todo lo que tienen no se pueden hacer cargo de mí, es lógico”. Hace dos años, viviendo sola con una pensión de 400 euros que no le llegaba para cubrir los gastos, “y a veces ni para comer”, (recordemos que casi el 30% de las personas mayores se encuentra en riesgo de pobreza), acudió en busca de ayuda a los servicios sociales. “Ha sido mi salvación, he hecho amigas en la residencia, ya no me siento sola, la gente es muy cariñosa, hay mucha alegría y lo pasamos bien”.

Sin embargo, también se ha hablado del llamado “maltrato institucional” que se produce en el ámbito residencial. Sergio Mella, director de la residencia Montserrat Caballé en Madrid, defiende la inmensa labor social que las residencias serias y profesionales desempeñan. “La mayoría son personas dependientes, ya no pueden valerse por sí mismas y en casa los familiares no pueden proporcionar esa atención profesional multidisciplinar que en muchos casos necesitan (médicos, psicólogos, fisioterapeutas, trabajadores sociales). Pero, por supuesto, el cariño de la familia es único”. Sergio reconoce que, aunque las familias se suelen implicar bastante y visitan y acompañan a sus mayores, éstos demandan más atención y conversación.

De esto sabe mucho Dori, voluntaria del Teléfono Dorado (900 22 22 23), un número gratuito de la Asociación Mensajeros de la Paz. La voz juvenil con la que atiende a los mayores que llaman disfraza sus 72 años. “Parece algo muy simple pero les damos mucha compañía, llaman ancianos muy necesitados. Están solos, te cuentan sus problemas cotidianos, les animas a que salgan a pasear, a leer, que se echen amigos, incluso con algunos intercambiamos recetas”. Cuenta Dori que se palpa la soledad, y la necesidad de cariño y comunicación. “Se sienten marginados, obsesionados con temas de familia, miran mucho al pasado, ven que han dado mucho y no se sienten recompensados, no ven respuesta a su buen hacer en la vida”. Ella tiene claro que a su edad se puede (y se debe) seguir aportando a la sociedad. “No podemos ir a los barrios de chavolas a ayudar pero podemos llevar bienestar a tantas personas tan sólo hablando por teléfono…”.

Proporcionar a los abuelos y abuelas ese espacio de expresión e intercambio ha llevado a Sara Valcárcel, psicóloga y experta en psicoterapia psicoanalítica, a poner en marcha un seminario junto a su madre. “La tercera edad y la infancia son dos etapas en la vida bastante desatendidas. Los mayores, además, han pasado a ocupar el rol de cuidadores también en la vejez, ocupándose de la crianza y educación de los nietos”. A su consulta llegan abuelos estresados y desbordados. “Sienten sus limitaciones y no pueden comentarlo con sus hijos porque éstos están muy agobiados con sus trabajos. Hay abuelos medicados con ansiolíticos y antidepresivos. Es una edad de la vida en la que necesitan una mirada y un cuidado especial, pero no les damos voz”.

A esto se suma el sentirse que ya no son productivos para la sociedad y el enfrentarse a la etapa final de la vida. “Nadie nos prepara para la muerte. Se les juntan muchas cosas y muchos tienen depresiones enmascaradas”. Sobre todo, mujeres con sentimiento de culpa, que nunca han dedicado tiempo a ellas mismas, sienten que si lo hacen no están al nivel de exigencia de sus hijos y nietos. “Tienen que cultivar su parcela interior, les digo siempre que acudan a los servicios de orientación de los Ayuntamientos, que hagan actividades o estudien en la universidad de mayores”, aconseja la psicóloga.

Mucho en común
Es justo decir que los mayores cada vez tienen una calidad de vida mejor y que la población está más concienciada que hace unos años. Una interesante iniciativa para promover el diálogo intergeneracional es el proyecto educativo Tenemos mucho en común, de la Fundación Pfizer. En él, las personas mayores se forman para difundir en las escuelas hábitos saludables, fomentar valores positivos sobre el envejecimiento y facilitar los vínculos entre ancianos y niños. Mariano (75 años) ejerce esta labor de dinamizador en Valencia. Pediatra ya jubilado, ha encontrado una nueva actividad en la que volcarse de lleno. “Salimos muy contentos, nos prestan mucha atención y nos preguntan cosas. Les enseñamos, por ejemplo, a hacer un desayuno como debe ser, sin prisas, en familia. No ahora que salen corriendo de casa con una galleta y llegan a clase sin energía… Con el estrés actual de los padres, estas cosas de la vida se están perdiendo”. El mensaje llega a los más pequeños y, sobre todo, la imagen de ver a mayores activos que aportan su granito de arena.

Antoni Bargueño defiende la importancia de dotar a los mayores de canales de participación social. “Hay que promover un cambio de actitud ante la vejez, considerando esa etapa de la vida como algo natural y conveniente. El problema es que vivimos en una sociedad en la que prima todo lo relacionado con la juventud, con la novedad y por ello desterramos todo lo viejo. El respeto a los mayores es fundamental en todos los ámbitos: social, sanitario, económico, político. Son la mirada del ayer y del futuro aportando a esta sociedad toda su experiencia y sabiduría”.

Además, Enrique Baca señala que el aumento de la expectativa y calidad de vida en nuestro país hace que los 65 años ya no se puedan considerar una edad avanzada, sino un periodo que, si bien pueden aumentar las necesidades de salud, es perfectamente compatible con una vida normal y activa. “Pero la existencia de una población cada vez mayor exige que la sociedad deba saber y tener presentes estos cambios poblacionales que suponen ya necesidades nuevas. ¿Las principales de éstas? Probablemente la redefinición de determinados papeles sociales y la lucha contra la marginación y la soledad de los mayores”. ¿Y cómo podemos conseguirlo? La respuesta del psiquiatra es sencilla: “Teniéndolos en cuenta”.

(Reportaje de Silvia Melero publicado en revista 21)