Dice la escritora Almudena Grandes que la parroquia de San Carlos Borromeo es algo de lo que los madrileños podemos sentirnos orgullosos. Así es. En este Madrid que se torna cada día más gris, en el Madrid de Gallardones, Aguirres, Botellas y compañía, en el Madrid que privatiza la sanidad pública, que deteriora la educación, que sanciona la hospitalidad, que criminaliza al manifestante y que hace redadas racistas en Lavapiés, nos quedan pocos espacios de libertad y utopía, pero nos quedan.
Ayer se llenó el auditorio Marcelino Camacho de CCOO. Impresionaba verlo así. Se llenó física y emocionalmente. Se llenó espiritualmente. Hasta esta agnóstica que escribe se siente como en casa entre los borromeos. Sucedía que el periodista Marçal Sarrats presentaba su libro Así en la tierra. Enrique de Castro y la Iglesia de los que no se callan. Señaló Almudena Grandes que este libro es la historia de una aventura de amor. Amor mas allá de la polémica con Rouco, que no pudo silenciar a estos curas rebeldes y a esta comunidad amplia e inclusiva.
Habló Enrique de Castro. Primero, recordando a un chaval del barrio detenido. Pasan los años pero sigue el mismo sufrimiento. La drogadicción que acabó con dos generaciones de jóvenes (genocidio del que hablan las Madres contra la Droga) intentó acallar la lucha en los barrios obreros. Hoy se detiene arbitrariamente a inmigrantes o a jóvenes que participan en movimientos sociales y que salen a la calle porque, como la gente de Borromeo, no quieren callarse. Hoy también se echa a la gente de sus casas. Hoy se recortan derechos laborales y sociales.
Dijo Enrique que la fe es patrimonio de la humanidad y no puede ser secuestrada por el templo ni por el sacerdote. Habló de esa fe que significa confianza en el ser humano, esperanza en la utopía. Habló de Iglesia “ni católica ni cristiana, la Iglesia es comunidad”. Por eso ahí cabemos todos. No están preocupados por su ombligo ni por etiquetarse ni por convecer a nadie de que su religión es la mejor, única y verdadera. Por eso estos borromeos se han ganado la admiración de creyentes y ateos. Por eso han sabido crear una microsociedad de solidaridad, acogida y esperanza.
Habló también Javier Baeza, diciendo que no se callan porque no quieren callarse. “Qué novedoso sería que el papa, en vez de decir que hay que acoger al inmigrante, abriera las puertas del Vaticano para hacerlo”. Habló Carmen Díaz, representante de las Madres Unidas contra la Droga y habló Alhagi Yoro, un “hijo de San Carlos de Borromeo”, como él mismo se definió. Llegó hace tiempo a España en patera y le tendieron una mano. Dice que esta parroquia de Entrevías “es la puerta del futuro”. Lo es porque caben todos: musulmanes, cristianos, ateos y agnósticos.
El autor del libro explicó que acercarse a la microsociedad de Borromeo le ha transformado. Ahora acompaña a los voluntarios por las mañanas para llevar el desayuno a los niños de El Gallinero. Cantó finalmente Pedro Pastor tras decir que su padre es el cantautor que es porque los curas obreros de Vallecas se le cruzaron en el camino. Nos lo contaba el propio Luis Pastor en una entrevista que publicamos en la revista 21.
Todo lo que pasó ayer me trajo recuerdos de mi época universitaria, cuando hacía un voluntariado dando un taller de prensa a chavales de una parroquia de Vallecas cuyo nombre no recuerdo. Sí recuerdo que yo era mucho más atea que ahora. En fin, el caso es que al bajar por la Avenida de la Albufera siempre tarareaba el Maky Vallecas de Luis Pastor. Me fascinaba el barrio, el tejido social, la implicación de la gente, el sabor de sus calles. Años después viví en Puente de Vallecas, años después acudí a San Carlos Borromeo a una actividad cultural ¡que no una misa! para ver una película. Años después me sigue sabiendo igual de bien todo eso cuando ayer escuchaba a toda esta buena gente hablar de lo que nos rodea, con las botas manchadas de barro.
Muchos de los temas que se pusieron sobre la mesa han ocupado nuestras páginas en la revista 21 con extensos reportajes: La Cañada Real-El Gallinero, los Centros de Internamiento de Extranjeros, la pobreza que se extiende en nuestros barrios, los centros de menores, el racismo, y, recientemente, la lucha de esa Iglesia rebelde de los cristianos indignados…
Pero las gentes de Borromeo van muy por delante, todavía podemos aprender mucho. Su ejemplo es inspirador. Y, claro, te ponen frente a un espejo porque llevan eso de la solidaridad al extremo. “La solidaridad cuesta, si no, es caridad o asistencialismo”. Esa coherencia de vida les lleva a abrir la puerta y acoger y acompañar a quien lo necesite.
Las gentes de Borromeo no entienden de besamanos y reverencias a obispos, altos cargos o estamentos de poder. Eso siempre me produce mucha admiración. Les escuchas hablar del papa o de Rouco y los sitúan al nivel de lo humano, nivel imprescindible que permite la crítica.
Estas gentes de Borromeo pueden hablar del aborto o de la homosexualidad sin obedecer a dogmas de otros. Decía Baeza que lo primero que aprendió al llegar a Borromeo fue la desobediencia. Quizá hoy es más necesario que nunca aprender a decir no. Los borromeos no entienden de obediencias debidas ni obediencias de por vida. De esa obediencia en la que se escudan muchas personas para justificar comportamientos que les incomodan, lo que supone una falsa lealtad porque uno sólo puede ser leal a aquello en lo que verdaderamente cree.
Los borromeos y borromeas son fieles a su conciencia y a sus valores. Son libres. Ya han demostrado que no le tienen miedo al poder. Están del lado de los más débiles siempre, denunciando el abuso y la injusticia.
Cuántas cosas aprendimos ayer aquí en la tierra (que no en el cielo).