La niña preguntona (cuento sin respuestas)

LA NIÑA PREGUNTONA (CUENTO SIN RESPUESTAS)
Por Silvia Melero Abascal

Las preguntas desaparecieron. Poco a poco. No se sabe si murieron, se escondieron, fueron asesinadas o simplemente ignoradas. Se dice que algunas huyeron. Lo cierto es que pocas quedaban ya y nadie quería saber de ellas. Los adultos las temían. Así que, a pesar de lo pequeña que era (ocho breves años de edad), la Niña Preguntona tuvo que meter todas las interrogaciones en una mochila y marchar con las incógnitas a otra parte, en busca de respuestas. Un viento del Sur le había contagiado el amor por la interrogación a los pocos meses de vida, pero pronto se chocó con rígidos muros. ¿Por qué a los mayores no les gustaba que hiciera preguntas? Otra pregunta más para cargar a hombros.

Al principio la Niña Preguntona caminó sin rumbo, y sin preguntar, dejándose empujar por el viento, impulsada por las alas de los pájaros que se acercaban a picotear su pelo. Entonces llegó a un edificio enorme y gris. ¡Era una cárcel! Entre las rejas de las ventanas pudo ver que dentro había centenares de interrogaciones encarceladas, detenidas, incluso sometiéndose a durísimos interrogatorios. La niña preguntona se quedó desolada. Estaba tan triste que apenas tomó conciencia del riesgo que suponía llevar escondidas en su mochila tantas preguntas.

Siguió con su recorrido, sin entender nada, hasta que las lágrimas se secaron y la claridad de los ojos le mostró el mundo alegre y desenfadado de las exclamaciones. Claro, las exclamaciones campaban a sus anchas por la calle. A todo el mundo le caían bien. La gente gritaba, insultaba, saludaba, cantaba y se sorprendía exclamando. Para estos palitos rectos con puntito arriba la vida era fácil. Nada que ver con la de sus primas de palito curvado. Llena de indignación, la Niña Preguntona se acercó a una de esas exclamaciones desentonadas y le soltó ¡otra pregunta! “¿Es que no os importa que las interrogaciones estén encerradas?”. Por suerte varias mariposas llegaron a tiempo para alzarla al vuelo pudiendo escapar de la ira exclamatoria con la que intentaron rodearla.

¿Dónde iría ahora? Cuantas más preguntas se hacía, más pesaba la mochila sobrecargada. Así que entendió que lo mejor era dejar de cuestionarse las cosas. Y para no cuestionarse nada, debía dejar de pensar. Decidió dormirse en un parque. En el mundo de los sueños todo vale y todo está permitido. Nadie la perseguiría allí por hacer preguntas. Soñó con un espejo. Quería gritarle muy fuerte “¿Por qué?”, pero no le salía la voz. Se veía reflejada, haciendo la pregunta pero sin poder oírse. Tanto se esforzó en gritar que el espejo estalló justo en el centro, en el corazón, y se rompió en pedacitos. No fue un espejismo, los trocitos inundaron el suelo. No está demostrado científicamente cuántas veces puede reconstruirse un corazón, pero parece que las posibilidades son infinitas. La niña preguntona se apresuró a recoger los cachitos pero no le dio tiempo a pegarlos porque se despertó.

La despertó el silencio repentino, helado. Tardó pocos segundos en darse cuenta. Buscó despacio con la mirada su mochila. Estaba vacía. Las interrogaciones habían escapado. Preferían ser detenidas y cobijarse en la cárcel antes que emprender la incierta aventura de un camino sin aparentes o fáciles respuestas. La niña preguntona se quedó también vacía, como la mochila, por unos instantes.

Era muy tentador mantenerse en ese estado. No preguntar resultaba más fácil. Tenía que elegir: desterrar las preguntas de su vida o volver a darles vida. Pero es que no preguntar implicaba matar su curiosidad, sus ganas de saber, su manera de comunicarse con el mundo. ¿Te imaginas no poder preguntarle a un colibrí si no se cansa de tanto batir las alas? ¿Y por qué los puntos suspensivos son sólo tres? ¿Los duendes verdes siempre llevan gorro? ¿Por qué se permite a los despertadores ese descaro por las mañanas? ¿Dónde se puede comprar un lápiz mágico que haga solito los deberes del cole? ¿Cómo saben las plantas cuándo les toca cambiar de estación? ¿Me quieres o no me quieres? ¿Te vienes a jugar a cualquier cosa que no sea hacer preguntas?

Tan ensimismada estaba en su debate, que caminó durante horas hasta penetrar en la espesura de un bosque. Y quién se lo iba a decir, los árboles ya no eran reales, eran de plasma para no tener que responder preguntas. Se quedó tan impactada que salió corriendo. El bosque estaba rodeado de hombres grandes y serios con máquinas gigantes que se llevaban, cortados en pedazos, a los árboles de verdad. Y ella, sin pensarlo dos veces, se abalanzó sobre ellos para lanzarles la bala fatal: “¿Por qué hacéis esto?”. El arma de la Niña Preguntona les dejó inmovilizados, fue más potente que sus sierras eléctricas y sus máquinas excavadoras. Se miraron entre ellos asustados. Ninguno sabía qué responder. Nunca, nadie, jamás, les había preguntado por qué lo hacían. Por qué destruían un bosque. Pero lo más grave y desconcertante es que tampoco ellos se habían hecho esa pregunta. Así que desarmados, fueron parando su actividad. Porque ahora que se lo preguntaban, no le encontraban ningún sentido.

Y la Niña Preguntona encontró más sentido que nunca a su pregunta, aunque no había obtenido una respuesta como tal. Las respuestas vendrían en silencio, en el interior de cada uno de esos hombres. Las respuestas, desencadenadas por una sencilla pregunta, podrían transformar, quizá, un pequeño trozo de ese bosque.

La Niña Preguntona estaba tan contenta que saltaba y cantaba de alegría. Comprendió la fuerza de las preguntas y volvió a llenar la mochila de interrogaciones. Las necesitaría para superar los baches del camino.

Ya no era momento de retrocer. Sólo podía avanzar. Así que dio un paso grande tras coger impulso. Y no sabemos nada más. Podríamos preguntarnos qué fue de su historia. Pero, la verdad, no hay respuesta final en este cuento. Sólo podemos imaginar que sigue caminando con una mochila llena de interrogantes. Si te la encuentras, pregúntale sin miedo.

Cuento que escribí en 2015 pero que hoy cobra un significado especial…

Para mi sobrina Emma, que hoy cumple seis meses de estancia en la Tierra. Que tus ojos nunca dejen de explorar y descubrir el mundo con esa luz llena de vida, sorpresa, atención y curiosidad

Silvia Melero Abascal