Sabe contar historias y suele dejar al espectador pensando en sus películas. Isabel Coixet se ha ido hasta Japón para rodar su última cinta, Mapa de los sonidos de Tokio, en la que explora un nuevo género sin alejarse de lo humano y el intimismo que caracteriza su cine. La directora catalana estrena este nuevo thriller romántico el 28 de agosto.
Este Mapa de los sonidos de Tokio que nos retrata Isabel Coixet (Barcelona, 1962) es, sobre todo, una película de sensaciones, olores, sonidos, sabores e imágenes. Con la poesía habitual de sus guiones, Coixet cuenta una historia de amor, pasión, secretos, silencios y redención protagonizada por Sergi López y Rinko Kikuchi. La directora de películas como Cosas Que Nunca Te Dije, A los que aman o La vida secreta de las palabras (premiada con cuatro Goyas) respondido a las preguntas por teléfono desde Barcelona.
Se atreve con un nuevo género. ¿Qué se van a encontrar los espectadores en Mapa de los sonidos de Tokio?
Una película muy romántica, muy sensual y, sobre todo, un viaje a otro mundo. La gente que no haya estado en Japón, viendo la película tendrá la sensación de haber estado allí.
¿Por qué le fascina tanto la cultura japonesa?
Me gusta todo: la comida japonesa, la literatura, la música. Hay algo en la estética de las cosas, en cómo cuidan los platos, los jardines, que me encanta.
Además usted les gusta a ellos, porque sus películas se ven mucho en Japón…
Es surrealista pero las entienden muy bien, tengo muchos fans allí.
Ha hablado del origen mágico, casual, de la historia de esta película. ¿Le pasa habitualmente?
Sí, tengo mucha suerte. La historia se me apareció en el mercado de pescado de Tsukiji en Tokio, cuando una chica que manejaba una manguera se negó enérgicamente, algo poco habitual en Japón, a ser fotografiada por mí. Recuerdo que en el metro de vuelta al hotel no dejaba de pensar en esa chica, en las botas de agua chapoteando entre el hielo y la sangre de los atunes recién cortados. Supe entonces que iba a contar la historia de una mujer con una doble vida.
¿Cómo ha sido el rodaje? ¿Se hace duro estar tantas semanas fuera de casa?
Duro es, pero es un proceso que disfruto muchísimo. Lo que recuerdo antes que nada no es la película acabada sino cómo fue el rodaje, esa aventura donde un montón de gente se reúne y se sumerge en otro planeta.
¿Le resulta fácil crear esa conexión con los actores?
Sí, he tenido mucha suerte y he trabajado con grandes actores, pero sobre todo con grandes personas y ha sido realmente un placer estar con ellos dentro o fuera del plató. Este rodaje ha supuesto entrar en contacto con una cultura muy diferente, nos ha dado muchas satisfacciones: la gente del equipo japonés estaba fascinada con nuestra forma de trabajar y nosotros con la suya. Se produjo un intercambio de ideas y de puntos de vista sobre el mundo muy interesante. Hubo momentos duros, como cuando tuvimos que rodar en el love motel, pero yo utilizo el sentido del humor para relajar y al final fue muy bonito.
Siempre tiene anécdotas muy graciosas en los rodajes…
En Tokio nos han pasado muchas cosas (risas). El primer día me dijeron que lo mejor para dirigir a un actor era decirle “interpretas tan bien como un rábano” (en japonés, claro). Así que me fui directa y se lo dije a uno. Me puso una cara rarísima, como de horror. Me la colaron, le había dicho lo peor que se puede decir a un actor…
No debe de ser fácil compatibilizar todo ese ajetreo profesional teniendo una hija de 12 años.
Ella estuvo conmigo en Japón y ha vuelto muy influida por la moda de las Harayuku girls. Pero como lo ha vivido desde pequeña, lo tiene todo muy desmitificado. Me acuerdo cuando rodé con Tim Robbins. En el camerino tachó su nombre del cartel y puso Tim Burton, que le encanta (risas). Al final se compagina haciendo equilibrios. Siempre digo que el problema es que la mujer tiene la mochila más cargada.
Rueda en inglés, con actores y capital norteamericano, ahora se va a Japón… ¿El cine permite romper fronteras?
La verdad es que sí. Para mí es un privilegio y un gustazo. Mucha gente no entiende que ruede fuera pero para mí es normal, tiene que ver con la aventura vital. Desde pequeña tuve muy claro que el mundo era ancho y ajeno y que había muchas cosas que explicar ahí fuera.
Sus películas dejan enganchado al espectador, uno sale del cine y sigue el vínculo, la charla…
Me gusta enseñar cómo son las personas, ponerlas en situaciones límite y al público eso le gusta. Más que una buena crítica o un premio, lo que me alegra es que me digan “he estado pensando mucho en tu película”. Para mí eso es lo que da sentido a lo que hago.
Hay mucha presencia de sentimientos y buena gente. ¿Confía en lo bueno del ser humano por encima de todo?
Sí, soy una persona muy ingenua y me parece que hay que tirar siempre para adelante, porque no tirar significa desengancharse de la vida y a mí me gusta vivir. A pesar de que vivimos en un mundo muy injusto y muy difícil, me gusta.
Lo mismo hace un anuncio publicitario, que un spot electoral para el PSOE o un video de Alejandro Sanz. ¿De dónde saca esa versatilidad?
Ahora que lo pienso, me resulta muy fácil pasar de una cosa a otra. Yo me siento a gusto donde me dejen hacer lo que me da la gana.
Acaba de volver del rodaje de un documental, ¿nos puede contar algo?
He rodado en el mar de Aral, en Uzbekistán, donde hay una catástrofe ecológica tremenda. Me gusta ser testigo de cosas que retratan el estado del mundo de hoy. El contraste máximo fue ir del glamour del festival de Cannes a un lugar donde no hay ni agua corriente.
Con La vida secreta de las palabras acercó el conflicto de Balcanes a mucha gente. ¿El cine debe ser ese vehículo de conexión entre la realidad y la denuncia?
En el cine no hay reglas. Tiene sentido hacer una comedia loca, una película comprometida, contar una historia terriblemente romántica o una bélica. Creo que el cine debe ser lo que el cineasta quiere que sea. Mientras lo que cuentes sea genuino y sea honesto, todo vale.
¿Todavía no se cree que es directora?
Me pasa muchas veces que no me acuerdo. Tengo la sensación de estar empezando. Voy por la calle y veo algo y pienso “cuando sea directora haré una peli de esto”, y luego me digo ¡pero si ya lo soy!
Su abuela vendía entradas de cine y a usted le regalaron una cámara en su primera comunión. Esto de la gran pantalla le viene desde pequeña…
De pequeña iba con mis padres a cenar al cine, llevábamos el bocata de tortilla de patatas. Para mí es algo muy ligado a la infancia, al mundo de los sueños. Cuando me preguntaban qué quería ser de mayor decía “directora de cine” sin saber muy bien qué era. Entiendo que el cine ahora se ve de otra forma, en casa, hasta en el móvil, pero la magia de una sala de cine es brutal, hace que vivas mucho más la película.
Y ahora se ve rodando con grandes estrellas como Penélope Cruz o Tim Robbins, recibiendo premios en grandes festivales. ¿Cómo vive todo esto?
Tengo una vida muy normal, la verdad, sigo comprando en el mismo supermercado. Todo eso no te cambia quién eres tú realmente.
¿Cómo se ve dentro de 30 años?
Igual. Paseando por la calle y pensando en el día en el que cumpliré el sueño de ser directora. •
EN PRIMERA PERSONA
Tu mejor recuerdo de infancia:
Las aceitunas rellenas mezcladas con Coca-Cola
Una persona a la que admires:
Mi madre
Un libro imprescindible:
Las cartas a un joven poeta, de Rainer María Rilke
Un consejo que siempre recuerdes:
Me lo dío Robert Altman: “Escucha y ten los ojos abiertos”
Un miedo confesable:?
Las cucarachas
Un lugar para escaparse:?
Huesca
Un sueño pendiente:?
Hacer surf
La primera película que te marcó:?
Isadora. Hay una escena en la que la niña quema el certificado de boda de sus padres. Me impresionó tanto que creo que por eso nunca me he casado…
(Entrevista de Silvia Melero publicada en revista 21)