“Hidro Santa Cruz: ¿Cúantas mujeres necesitan violar para producir luz?”. Es lo que pone en la pancarta que alzaban mujeres campesinas guatemaltecas en las movilizaciones contra el proyecto hidroeléctrico de una compañía española. El Gobierno de Guatemala decretó el estado de sitio para frenar las protestas populares y se produjeron detenciones y casos de violaciones de mujeres por parte de los soldados. Con esta imagen cerraba Mercedes Hernández, presidenta de la Asociación de Mujeres de Guatemala, su intervención ayer en la mesa redonda sobre feminicidios y nuevas formas de guerra celebrada en La Casa Encendida de Madrid.
Más de 1.000 mujeres son asesinadas en un sólo año en Guatemala. Mercedes me explicó perfectamente qué factores contribuyen a ese exterminio femenino controlado el día que la entrevisté para escribir el reportaje Cuando el campo de batalla es el cuerpo de las mujeres. En el nuevo escenario de guerras no convencionales, la colonización del territorio (por tráfico de armas,droga, órganos, trata) se hace colonizando los cuerpos de las mujeres. La violencia sobre ellas sirve para dar mensajes, para aterrorizar, para dominar. Pero Mercedes indica que esta violencia estructural es heredera de la que asoló el país durante los 36 años de guerra civil (1960-1996), “donde más de 100.000 mujeres fueron violadas por agentes estatales, como parte de una estrategia ejecutada para destruir el tejido social”. Y cita al actual presidente de Guatemala, el ex general Otto Fernando Pérez Molina (el mismo al que recientemente la alcaldesa de Madrid, Ana Botella, ofrecía la Llave de Oro de la ciudad, el mismo que comió en el Palacio Real acompañado de Rajoy y del rey, el mismo al que hace cuatro días ha recibido en el Vaticano el “valoradísimo” papa Benedicto XVI). “Tenemos un presidente responsable directo de la política estatal del terror. Se llevaba a los cuarteles militares a mujeres en situación de prostitución para que los hombres aprendieran a tener relaciones sexuales públicas. Había un adoctrinamiento para deshumanizarlos, para que ese acto que se considera íntimo aprendieran a hacerlo público. Se entrenaron para ir luego a las comunidades y violar públicamente a las mujeres. No es una pulsión sexual de los hombres, ni en el sentido del sexo como placer sino como arma. No es que un grupo de hombres iban para desfogar sus instintos sexuales (que también es un delito). Es otra cosa, algo organizado: yo soy el propietario de ese cuerpo que tú considerabas que era tuyo. Igual que con las tierras”.
La imagen de la foto, la de la pancarta, es del año pasado. Lo digo porque las tácticas feminicidas se heredan y se perpetúan si hay impunidad, si no se persigue el delito, si no se educa en la igualdad. Lauren Wolfe, periodista y directora de Women Under Siege, afirma que “la violencia sexualizada en las guerras también es perpetrada por civiles”.
No hay muchos hombres, dicen las expertas, que luchen contra la violencia feminicida. Carlos Castresana, fiscal del Tribunal Supremo de España y ex jefe de la Comisión Internacional contra la Impunidad de Guatemala, conoce de cerca la existencia del sistema patriarcal judicial, formado por hombres que interpretan y aplican la ley bajo su mirada machista. Afirma que la impunidad es una invitación a repetir los crímenes. “Si la vida femenina es un bien valiosísimo pero se mata a mujeres y no pasa nada, ¿cuál es el mensaje que se está dando? Mate usted las que quiera”. Pero da un mensaje firme: si hay voluntad personal sí se pueden cambiar las cosas. “Cuando no se depuran y se sanean las instituciones, cuando no se democratizan de verdad, la historia se repite. Cuando el Estado no lo hace, tiene que intervenir la Corte Penal Internacional. Hay que entender que sí se puede actuar. Sí se puede combatir la impunidad”.
Durante la mesa redonda y el curso que la ha precedido, varias expertas han reflexionado sobre el papel de los medios de comunicación como sujetos activos, capaces de generar y (de)construir los escenarios, las víctimas y los victimarios, dentro de la propia estructura bélica. “El aparato mediatico marca que unas vidas son dignas de ser lloradas y otras no”, dice Mercedes.
Después de Guatemala y El Salvador, Colombia es el país con la tasa más alta de feminicidio en Latinoamérica. “El Proyecto de Ley contra el feminicidio en Colombia incluye el suicidio feminicida, son suicidios inducidos”, asegura Isabel Agatón, escritora y jurista colombiana. “Es el feminismo el que ha permitido que se tipifique el feminicidio en Latinoamérica. Sacar del sepulcro del olvido la verdad viva es una forma de resistencia narrativa”.
Sandra Rodríguez Nieto, periodista mexicana (coautora de La guerra por Juárez y autora de La fábrica del crímen) recordaba los 1.954 homicidios en un año en Ciudad Juárez. “Sólo se han abierto 48 carpetas de investigación”. Añade que “el modelo económico empobrecedor de Ciudad Juárez es otro de los victimarios de la población”.
No está desligado el modelo económico del feminicidio. Mercedes recuerda que el sistema financiero es cómplice. Y cómplices son quienes consumen en los países ricos. “No olvidemos que la droga, la trata de mujeres, el tráfico de órganos, la adopción ilegal (se usa el vientre de las mujeres para reproducir y luego les roban el bebé para venderlo) se consumen en el Norte”.
No está desligada tampoco la luz que va a producir la hidroeléctrica española. Lo hará contra las protestas campesinas que intentan ser silenciadas con violencia. Con violaciones.