Facundo Manes: “La manera de pensar determina nuestra forma de sentir”

Le apasiona estudiar el órgano más complejo del universo: el cerebro humano. Facundo Manes es un neurólogo y neurocientífico argentino. Tras formarse en universidades de Buenos Aires, Estados Unidos e Inglaterra, regresó a su país con el compromiso de mejorar la investigación en neurociencias cognitivas y neuropsiquiatría. Creó el INECO (Instituto de Neurología Cognitiva) y el Instituto de Neurociencias de la Fundación Favaloro, líderes en publicaciones científicas. Preside la Federación Mundial de Neurología (Trastornos Cognitivos), ha publicado más de 180 trabajos científicos y es divulgador en programas de televisión de gran éxito, al igual que sus charlas. Junto a Mateo Niro ha publicado Usar el cerebro, conocer nuestra mente para vivir mejor (editorial Paidós).

El cerebro humano investiga sobre sí mismo, ¿es una ventaja o un inconveniente?
Puede pensarse a sí mismo justamente por su complejidad y riqueza y esto lo hace único. No hay otro elemento en el universo que intente entenderse a sí mismo. Pero esta misma virtud se vuelve una paradoja: la complejidad que hace que pueda querer entenderse es la característica que lo hace un tanto inabordable. Un neurólogo decía que pretender comprender nuestro cerebro con nuestro cerebro es como intentar saltar tomándose de los cordones.

Su último libro, escrito junto a Mateo Niro, habla de conocer nuestra mente para vivir mejor. ¿La usamos bien?
Usamos nuestro cerebro, ni bien ni mal. Existe el mito que sostiene que sólo usamos el 10% y es falso. Cuanto más sepamos sobre su funcionamiento, más vamos a poder entender y de ahí, actuar.

Si en las últimas décadas hemos aprendido más que en toda la historia, ¿qué nos espera?
Soy muy optimista, creo que va a haber grandes avances en el conocimiento del cerebro y también en la posibilidad de mejorar los tratamientos de muchas patologías neurológicas y psiquiátricas que constituyen la principal causa de discapacidad. Cuanto más conocemos, a su vez, se plantean nuevos interrogantes. Por ejemplo, todavía no existe una teoría general del cerebro que explique su funcionamiento, nos falta entender cómo el cerebro orquesta sus múltiples áreas y los procesos cognitivos que originan la conducta humana. Tampoco sabemos cómo las neuronas y sus conexiones dan lugar a ese proceso íntimo, personal y subjetivo que es propio de cada uno de nosotros al experimentar o vivir una situación dada, nuestra experiencia mental.

Insiste en que ese conocimiento no puede estar restringido al mundo científico, ha de abrirse a otras disciplinas.
Las neurociencias son la rama de la ciencia que estudia científicamente el cerebro. El responsable de todo lo que hacemos es el cerebro, de ahí que los avances impacten en otras disciplinas y se necesite del trabajo colectivo interdisciplinario. En nuestros laboratorios en Argentina intervienen psicólogos, físicos, matemáticos, neurólogos, antropólogos, sociólogos, economistas. Por ejemplo, si nuestro objetivo es tener un impacto en la educación tenemos que trabajar con los docentes, pedagogos, padres y alumnos. El libro también es fruto de un trabajo interdisciplinario. Fíjese que fue escrito, no con otro neurólogo, sino con un especialista en Letras. Es un puente con el arte porque la literatura expone lo que los científicos no podemos explicar. La ciencia no se permite la ambigüedad y la literatura sí.

¿Qué significa que el cerebro tiene neuroplasticidad? ¿Podemos modificarlo y cambiar?
Sí, exactamente. Nuestro cerebro es fundamentalmente un órgano adaptativo que se transforma constantemente a lo largo de nuestra vida. La neuroplasticidad es la capacidad del sistema nervioso para modificarse o adaptarse a los cambios. Las neuronas se reorganizan al formar nuevas conexiones y ajustan sus actividades en respuesta a cambios en el entorno, la experiencia y el ambiente.

Se ha avanzado poco en el estudio de la enfermedad mental. ¿Hay un retraso respecto a otras enfermedades?
Se ha avanzado en las últimas décadas, pero si bien tenemos un buen comienzo de la comprensión del cerebro, queda todavía un largo camino. Hace un siglo los médicos tenían poco conocimiento de las bases biológicas de la enfermedad cardíaca. Hoy se pueden medir los niveles de colesterol, examinar los impulsos eléctricos del corazón y tomar imágenes detalladas del sistema vascular para ofrecer un diagnóstico preciso. Como consecuencia de estos avances, la mortalidad por ataques cardíacos se redujo drásticamente. En muchos aspectos, el diagnóstico y tratamiento de la enfermedad mental es actualmente parecido a la cardiología de hace 100 años. Todavía no tenemos un marcador biológico, con lo cual se hace muy subjetivo el diagnóstico y el seguimiento del tratamiento. Ahora bien, tenemos que considerar que la enfermedad mental es también el producto de la interacción con el mundo, con el nicho social, en el ambiente.

¿Cuáles son, entonces, los grandes retos?
Desarrollar diagnósticos más precisos. La detección temprana se ha convertido en el objetivo primario del trabajo en salud mental. La depresión, el trastorno bipolar, la esquizofrenia y el autismo son la manifestación clínica de sutiles alteraciones en el normal desarrollo del sistema nervioso. Diversos estudios han detectado que el 13% de los chicos entre 8 y 15 años tiene alguna forma de trastorno mental y menos de la mitad recibe tratamiento. Redefinir estas enfermedades como alteraciones en el neurodesarrollo significa que el proceso que las determina ha ocurrido mucho antes de que se manifestaran los primeros síntomas. El objetivo es poder identificar de forma precoz a las personas en riesgo y así modificar la trayectoria de la enfermedad.

Ha creado dos institutos para estudiar este órgano decisivo en la investigación de la demencia y el Alzheimer. ¿En qué aspectos están trabajando?
La clave hoy es avanzar en la detección temprana. Por ejemplo, en el estudio de la demencia que atrofia el lóbulo frontal y que cambia la personalidad, es decir, las personas se vuelven más vulgares, impulsivas, desinhibidas. Estamos desarrollando técnicas de predicción. Estamos trabajando intensamente en el desarrollo de baterías cognitivas y tests de screening destinados a facilitar el diagnóstico temprano. En el caso del Alzheimer, el objetivo es poder identificar personas que no tengan síntomas de la enfermedad pero que presenten un alto riesgo de padecerla. Los cambios en el cerebro se producen décadas antes de que se haga evidente la enfermedad clínicamente. Otro desafío es desarrollar drogas efectivas que modifiquen la biología de la enfermedad.

Si el cerebro crea la realidad. ¿Somos conscientes de su poder para transformarla?
En muchos casos las personas no son conscientes de que nuestra mente crea la realidad y que, por lo tanto, la manera en que pensamos determina la forma en que sentimos. Por esto, siempre insisto en que, como usted me preguntaba, los conocimientos neurocientíficos deben difundirse en la sociedad y no deben quedar restringidos en los laboratorios porque impactan en nuestras vidas. Por ejemplo, si pensamos negativamente, nos vamos a sentir mal. Si pienso que cuando estoy dando una charla el auditorio se está aburriendo o que estoy fracasando, voy a sentirme frustrado y triste. Pero yo no sé si eso es lo que está pasando; sin embargo, ese pensamiento determina la forma en la que voy a sentirme. Si modificamos los pensamientos distorsivos, podremos vivir mejor.

¿Se puede abordar algo como la espiritualidad desde la investigación en un laboratorio?
En los últimos años se ha empezado a estudiar la espiritualidad científicamente. Los avances tecnológicos y el trabajo interdisciplinario hacen posible que se consideren actualmente estas inquietudes, que históricamente han sido descartadas. Desde las neurociencias, diversos estudios han demostrado que las personas que tienen fe, sea cual fuera la religión, viven más y mejor. Otras investigaciones buscan responder si el cerebro humano está programado para tener fe o si se trata de una habilidad mental que se desarrolló a través de la cultura.

Le entregó un premio Francisco antes de ser papa. ¿Cómo fue ese encuentro?
Fue un encuentro muy significativo para mí. Mientras era el cardenal Jorge Bergoglio me entregó un premio por la educación que otorga el arzobispado de Buenos Aires. Me sentí muy emocionado y honrado por este reconocimiento.

Si el cerebro trabaja en red, ¿los cerebros se conectan también en redes y crean una inteligencia colectiva?
Sí. Si tengo que definir el cerebro, puedo decir que es básicamente un órgano social. No se puede ver aisladamente. Así como el término en red remite al campo de la informática, podemos hacer una analogía con el funcionamiento de las computadoras. Una máquina aislada, sin conexión a Internet, a infinidad de programas y datos a gran escala, a otras computadoras, tiene muy poco sentido. Aunque se trate de una máquina de última generación, no funcionará a pleno. El cerebro humano también funciona en constante interacción. Nuestro cerebro se encuentra conectado a otros cerebros a través del lenguaje, la vista, la imitación y la identificación emocional. La inteligencia colectiva es mucho más que la suma de las inteligencias individuales. Con el trabajo en equipo la inteligencia individual se expande.

La conciencia, la razón, las emociones, las decisiones, los sentimientos, el amor… Todo nace y se desarrolla en el mismo lugar: el cerebro. Somos cuerpo, pero, ¿sobre todo somos mente?
Podemos decir que los seres humanos somos cerebros con patas porque todas nuestras actividades tienen origen en el cerebro, todo lo que hacemos, desde respirar hasta resolver las cuestiones filosóficas. Cuando me preguntan sobre la creencia extendida de que se ama con el corazón, suelo responder que se ama con el cerebro, y el órgano que lo padece es el corazón. Cada aspecto del comportamiento se lleva a cabo por el cerebro: da forma a nuestros pensamientos, recuerdos, sentimientos, creencias, percepciones, esperanzas, sueños e imaginación, y es el responsable de nuestros movimientos, de lo que vemos, oímos, tocamos, olemos y degustamos. Una pequeña lesión cerebral nos puede llevar a perder la memoria, la identidad o a cambiar la personalidad.

¿En qué medida la inteligencia emocional ayuda a tener vidas más plenas?
La inteligencia es un concepto muy complejo. Hay una inteligencia analítica que tiene que ver con hacer cálculos matemáticos, la aritmética, por ejemplo. Esta inteligencia puede medirse con el coeficiente intelectual. Pero además, tenemos inteligencia emocional, vinculada con una mayor capacidad empática con los demás y con la capacidad de liderazgo. En la Universidad de Cambridge se hizo un experimento sobre dos matemáticos que habían ganado el mayor premio otorgado en su disciplina. Les mostraban fotos de miradas con expresiones de sorpresa, enojo, entre otras, y ellos tenían que reconocerlas. Ambos fallaron. Tenían una inteligencia analítica impresionante pero una baja inteligencia social, que es la que nos permite conectarnos con los demás y desempeñarnos mejor en comunidad. En este sentido, sí, nos permite tener vidas más plenas, en tanto los vínculos sociales son esenciales para los seres humanos.

Científicos de la Universidad de Wisconsin determinaron que el biólogo y monje budista Matthieu Ricard era el “hombre más feliz del mundo”, logrando entrenar su cerebro a través de la meditación. ¿La ciencia puede medir la felicidad? ¿Qué efectos tiene la meditación en el cerebro y en la vida?
Se suele afirmar que la felicidad es un concepto amplio y vago que no puede medirse científicamente. Sin embargo, en los últimos años se han multiplicado los estudios que intentan abordarlo. En las investigaciones se la relaciona con dos estados: el placer y el deseo. Respecto a la meditación, ligado a quien me comenta, puedo decirle que hay estudios neurocientíficos que dan cuenta de efectos positivos en el cerebro. Registraron modificaciones en nuestro sistema nervioso durante la meditación. Las áreas cerebrales asociadas con las emociones y funciones sociales están activas; mientras que las zonas vinculadas con el procesamiento de emociones negativas disminuyen su actividad. Algunas prácticas de meditación mejoran la función inmune a través de un aumento en los niveles circulantes de anticuerpos.

Usted ha popularizado la ciencia a través de programas de televisión y llenando teatros. ¿Cuál es la clave para hacer comprensible lo complejo?
Los grandes desafíos despiertan curiosidad y entusiasman. Y el cerebro representa uno de los misterios más grandes del universo. Mi rol y compromiso es simplemente hacer llegar este saber a todos quienes estén interesados porque creo que le atañe a la sociedad por completo. En los próximos años se van a desarrollar nuevos avances y van a implicar nuevos debates en los que todos tenemos que participar. Mi pasión también está en poner el conocimiento y la educación como prioridad social.

¿Qué cosas hace en su día a día para mantener en forma su cerebro?
Controlo mi salud con chequeos, lucho contra el estrés, trato de alimentarme bien y de tener un sueño reparador. Realizo ejercicio físico, me planteo desafíos intelectuales y tengo una vida social activa.

Si no investigara el cerebro, ¿qué estaría investigando con tanta pasión?
Las neurociencias me apasionan y estoy comprometido con su difusión. También me apasiona mi país y participar en proyectos colectivos. Quizás, más allá de investigar tal cosa o actuar sobre otra, lo más importante justamente sea eso: la pasión con la que uno lo realiza y el bien común.

(Entrevista de Silvia Melero publicada en revista 21)