El machismo sigue matando

No hace mucho se consideraba una ‘cuestión privada’. Las voces que han levantado las mujeres, su denuncia y su lucha lo han situado como un grave problema social que incumbe a toda la población. Por violencia de género se entiende el maltrato explícito que los hombres ejercen sobre las mujeres sólo por eso: por ser mujeres. Se han dado pasos importantes para acabar con este terrorismo machista que siembra el infierno en muchos hogares. Uno de ellos es la Ley integral que, sin embargo, no ha evitado que 70 mujeres fueran asesinadas en 2008. ¿Qué hay que hacer para erradicar definitivamente esta lacra social?

Desde el año 2000, ETA ha matado a 60 personas. En este mismo periodo, 584 mujeres han muerto asesinadas por sus parejas tras padecer durante años malos tratos. Muchas otras, aunque no salen en los periódicos, siguen sufriendo en silencio el infierno cotidiano de los golpes, las humillaciones y el miedo. Con estos datos, nadie se atreve ya a cuestionar que la violencia de género es uno de los problemas más graves que afronta la sociedad española. Entonces, ¿cómo se puede poner fin a esta pesadilla cotidiana?

Protección integral para las víctimas. Todavía revive su propia historia cada vez que escucha una noticia sobre malos tratos. Bajo el seudónimo de Paula Zubiaur, se atrevió a contar hace unos años su terrorífica vivencia en el libro Gritos silenciosos,que ahora reedita Ámbar. Con la perspectiva del tiempo, asegura que se puede salir de esa situación. “Yo lo he hecho, lo hice con cuatro hijos. En esa época pesaba mucho el qué dirán y el algo habrá hecho ella. Cuando fui a poner la denuncia me preguntaron que si estaba segura de lo que estaba haciendo”. Pero fue valiente y dio el paso. Hoy Paula ha rehecho su vida. Su verdugo: un importante empresario de la alta sociedad vinculado a una conocida organización religiosa. Durante 16 años de matrimonio Paula recibió órdenes para tener la casa impoluta, cocinar como una profesional, no engordar en los embarazos, no pasarse de lista en público y cumplir en la cama. “Te sientes culpable, le justificas porque crees que la que lo hace mal eres tú”.

A Paula un día se le pasaron las lentejas y decidió hacer un puré. “Cuando él regresó a casa me agarró del pelo y me hundió la cara en la sopera mientras gritaba: esta mierda te la vas a comer entera tú. Luego me ordenó que me duchara porque le daba asco pegarme así”. Cada paliza iba precedida de su frase predilecta: “La noche va a ser larga”.

En otra ocasión, no le importó el embarazo de su mujer. “Me repetía que me iba a sacar al subnormal que estaba engendrando por la boca, mientras me daba patadas que intentaban acertar en la tripa”. Esa misma noche el maltratador se fue al casino y regresó arrepentido. “A menudo se arrodillaba pidiendo perdón y diciendo que nunca más iba a ocurrir. Piensas que puede cambiar, pero eso nunca sucede”.

Han pasado muchos años desde que ella se liberó de esta tortura, pero considera que los avances en materia de violencia de género no son tantos. “Hay pocos recursos, los juzgados están saturados y es necesaria más agilidad en la justicia”, aunque sí reconoce una mejora en la concienciación social. Fruto de ello es la Ley Integral contra la Violencia de Género que se aplica desde 2005. Para Ana María Pérez del Campo, presidenta de la Federación de Mujeres Separadas y Divorciadas, la ley es excelente pero falla su aplicación. Un ejemplo: en el 35% de los homicidios de 2008 existía orden de protección o solicitud de la misma. “Este año hemos lamentado una víctima mortal porque el agresor con brazalete traspasó la generosa zona de exclusión (300 metros). La alarma suena en una empresa de seguridad privada que a su vez tiene que avisar a la policía. Llegaron tarde”.

Ana María denuncia que no se pueden derivar estos servicios a empresas privadas que no tienen formación. “La sensibilización no se adquiere con una charla de dos horas. El problema es más amplio, porque quien aplica la ley –hablo de jueces, fiscales, abogados– no tiene esa concienciación necesaria”. También hay que mejorar las medidas de protección para que se sientan seguras al denunciar. “Viven con su verdugo, a veces retiran la denuncia porque tienen miedo, hay que entender que mueren acuchilladas, apaleadas, quemadas…”, dice Ana María. El Centro de Atención y Recuperación para Mujeres Maltratadas que ella misma dirige acoge a las víctimas y sus hijos para ofrecerles un tratamiento integral. “El 72% de las mujeres se recupera totalmente”, asegura. Ofrecer apoyo psicológico, un asesoramiento jurídico adecuado y la reinserción laboral son las claves.

Según los datos del Ministerio de Igualdad, el pasado año 400 mujeres al día decidieron denunciar la violencia. Cuando no lo hacen, la detección precoz es determinante, y en eso los médicos de familia tienen un papel decisivo. “Somos profesionales cercanos a ellas, tenemos un lugar privilegiado para detectarlo y orientarlas”, explica la doctora Carmen Fernández, médico de familia en Valladolid y coordinadora del Grupo de Salud Mental del Programa de Actividades Preventivas y de Promoción de la Salud.

En el ámbito sanitario también se está haciendo un esfuerzo para sensibilizar a los profesionales. “No hemos sido formados en las facultades para abordarlo. Primero hemos de tener claro que es un problema grave de salud, por lo tanto sí nos incumbe. Hasta ahora los médicos no se atrevían a preguntar a las mujeres, se consideraba algo íntimo”. Se estima que sólo se conoce un 10% del total de casos de maltrato. La mayoría están ocultos, por lo que los médicos deben preguntar cuando vienen con lesiones, golpes, depresión, insomnio o ansiedad. Normalmente, cuando se atreven a contarlo ya llevan años sufriéndolo.

“Identificar el maltrato psicológico cuesta más, y a veces es más dañino”, dice la doctora. Además, entender que la persona a la que amas, el padre de tus hijos, es tu verdugo es un proceso muy complejo. Según Carmen, “el camino para salir es dar el primer paso de contarlo”. Cualquier mujer puede ser víctima de maltrato. No hay perfiles, ni edades, ni clase social. Es cierto que se dan situaciones que hacen más vulnerables a las mujeres, como la precariedad económica o la dependencia. Y la inmigración. Casi la mitad de las víctimas son extranjeras. “Las inmigrantes están aisladas y son más vulnerables”, explica.

¿Rehabilitar a los maltratadores? No se llega de la noche a la mañana a una situación de malos tratos. “Ya en el noviazgo se dan los primeros síntomas de una relación desigual. Ellos ejercen el control pidiendo que no lleven esa ropa o que no vayan a ese sitio. Esto aumenta progresivamente, van minando la autoestima, aislando a la mujer. Cuando ella se revela comienza el maltrato físico”, indica la médico. Por tanto, el comportamiento violento no se debe a una enfermedad mental sino a una masculinidad agresiva. Los maltratadores no tienen control de la ira, no sienten empatía por sus parejas y las consideran una posesión:?ellos mandan. Además, suelen ser reincidentes. En un 30% de los casos de asesinatos, el agresor tenía antecedentes por violencia de género.

Existen iniciativas para rehabilitar a los maltratadotes. Mª José Beneyto, psicóloga de la Asociación Previo, está convencida de que “la violencia no es genética, es aprendida, y como tal puede modificarse”. A estos programas vienen obligados por el sistema judicial ya que han cometido delitos condenados con menos de dos años de cárcel y no tienen que ingresar en prisión si no tienen antecedentes. Pero también acuden de forma voluntaria al programa de intervención terapéutica. “Lo primero es trabajar la asunción de la responsabilidad. Ninguno viene reconociendo que es un maltratatador: la culpa es de ellas que les provocan”. Para la psicóloga, con que se produzca un solo cambio, el resultado es positivo.

Sin embargo, Ana María opina que no se pueden rehabilitar. “Ellos consideran que no hacen nada malo. Si no asumen su problema no hay ningún efecto, pueden simular en los tratamientos, son manipuladores”.

En la Universidad de Valencia, Marisol Lila, profesora de psicología social, impulsa programas de reinserción. “Solo intervenimos con los que pensamos que pueden modificar su conducta”. Un punto esencial es transformar su contexto social. “Si no tuvieran un entorno favorable no sería tan fácil maltratar”. Marisol defiende el aislamiento y rechazo absoluto para el que no quiera cambiar. “Pero si con alguno hay posibilidad, estamos protegiendo a futuras víctimas”.

A Paula le cuesta creerlo. “No sé cómo son los tratamientos actuales, pero mi ex marido hizo cursos en la organización religiosa a la que pertenecía y nunca mejoró. Lo veo difícil, supongo que depende de la mentalidad y la disposición de cada uno”. Por su parte, Carmen considera que hay que dar una respuesta ante el agresor. “Es cierto que los programas han dado malos resultados porque los primeros se hicieron con asesinos condenados en las cárceles. Pero cuando se aborda precozmente una conducta de malos tratos, hay más posibilidades”.

Cambio social de mentalidad. Siglos de educación machista han forjado una sociedad en la que perdura la ideología de la supremacía masculina. Todavía hoy, hay quien sigue disculpando al maltratador o quien no entiende que se trata de una violencia específica de género: del hombre hacia la mujer. No es violencia familiar ni doméstica, como explica Ana María, “es fruto de la discriminación más permanente a lo largo de los siglos y más universal, pues no hay un país que no tenga violencia de género”. En esa transmisión de valores, “instituciones como la Iglesia han contribuido a difundir el sentimiento de culpa y el sometimiento de las mujeres”.

Miguel Lorente, delegado del Gobierno para la Violencia de Género, ha afirmado públicamente que “el machismo ha urdido nuevas tramas adaptadas a los nuevos tiempos para mantener su posición tradicional de poder”, como el mito de las supuestas denuncias falsas que ponen las mujeres. Carmen ve claro que “la verdadera prevención está en la sociedad, la familia, los colegios y los medios de comunicación porque son los espacios donde se transmiten los valores que rigen las conductas de los adultos”. Lo cierto es que en el entorno europeo, España es pionera en políticas de igualdad y la mayor sensibilización social ha hecho que las denuncias presentadas por los familiares hayan aumentado un 116% durante el pasado año. Algo está empezando a cambiar.

(Reportaje de Silvia Melero publicado en revista 21)