“Desde que creé ‘Luto en Colores’ hace unos años, no he dejado de aprender de las personas en duelo, de su capacidad para seguir adelante tras la muerte de un hijo, una pareja, una madre, un padre, una hermana (mi hermana)… Me maravilla lo que se crea cuando compartimos desde el corazón, sin miedo al juicio externo. En la dura situación que atravesamos, me gusta pensar que la Madre Tierra nos ha lanzado un llamamiento global, una oportunidad para que evolucionemos con ella hacia una etapa más sostenible, con menos destrucción, con más cuidados, respeto, armonía…”. Con Silvia Melero abrimos en El Asombrario una semana de artículos de reflexión de nuestros colaboradores antes de entrar en un septiembre lleno de incertidumbres.
Cómo duele, cuando duele. Y cómo alivia respirar. Respirar es llenar los pulmones de presente. Del único instante posible: este momento. El único espacio donde realmente podemos hacer algo. Porque el pasado no lo vamos a cambiar, ya fue, y el futuro aún no ha llegado. Así que todo el potencial lo tenemos en ese sencillo “aquí y ahora”.
Hemos atravesado dolor, miedo, incertidumbre, hemos sentido cómo todo se tambalea, buscando dónde arraigarnos. Cuando todo parece oscuro, lleno de desesperanza, resulta que confiar nos permite un margen, una rendija. Confiar en que después del dolor hay algo más.
Este virus, esta pandemia, esta emergencia sanitaria, esta situación global compartida nos ha traído muchas pérdidas. Pero también muchos aprendizajes si nos abrimos a recibirlos. Hemos perdido una supuesta sensación de seguridad y estabilidad construida sobre esquemas cuyos cimientos ya no sirven. Hemos perdido la sensación de control, conectando con nuestra vulnerabilidad. Pérdidas económicas, laborales y, sobre todo, pérdidas personales. El coronavirus ha hecho que la muerte se amplifique, que la muerte que antes estaba (y que seguirá estando después) adquiera una dimensión pública única por suceder simultáneamente en muchos lugares ocupando todo el espacio informativo. Por primera vez la enfermedad y la muerte, las epidemias y las pandemias, no son cosas que les pasan a otros, lejos, en otros lugares, en otros tiempos. Lo hemos vivido en directo, como otros grupos humanos lo vivieron antes también. Pero la humanidad ha ido afrontando todos esos desafíos, saliendo adelante siempre.
Me gusta pensar que la Madre Tierra nos ha lanzado un llamamiento global, una oportunidad para que evolucionemos con ella hacia una etapa más sostenible, con menos destrucción, con más cuidados, respeto, armonía… ¿De qué otra forma, si no, se hubiera parado el mundo entero a pensar, aunque sea a pensar un momento?
Esta oportunidad de conectar internamente, de sentir como hemos sentido, de echar de menos a nuestros seres queridos, de experimentar el Amor en su forma más elevada, ha generado movimientos en cada ser. A cada cual lo suyo, pequeñas transformaciones íntimas, personales, que darán sus frutos en la transformación colectiva. No es de la noche a la mañana, pero será. Porque todo es cambio. Siempre. Nos guste o no.
Nuestra propia existencia es cambiante continuamente. Nuestros cuerpos, nuestras relaciones, nuestras actividades profesionales, nuestros gustos. Nuestra vida.
En ese cambio continuo está la muerte. La muerte de quienes amamos y nuestra propia muerte. Es imposible estar en la vida plenamente sin aceptar y naturalizar la muerte.
Por supuesto, me gusta vivir. Quiero vivir y exprimir cada momento como un regalo, pero sé que me voy a morir. No sé cuándo, no sé si será por un virus, una enfermedad, un accidente o por vejez. Sé que cada día me acerco más a mi muerte. Pero eso no significa que tengamos que vivirlo con miedo. Al contrario, la consciencia la muerte me ayuda a estar mejor en la vida.
Perder a un ser querido te desgarra por dentro. Es un dolor inevitable, aprendí que sólo podemos aceptarlo y entregarnos a él, atravesarlo con la confianza de poder transformarlo. Es lo que experimenté hace seis años: al otro lado del dolor hay algo más. Confía en tus capacidades para sostenerte. A lo largo de estos años desde que creé Luto en Colores no he dejado de aprender de las personas en duelo, de su capacidad para seguir adelante tras la muerte de un hijo, una pareja, una madre, un padre, una hermana…
Me maravilla lo que se crea cuando compartimos desde el corazón, sin miedo al juicio externo. Nuestros sentimientos, nuestras emociones, nuestros pensamientos tienen un hilo común, desde la particularidad única de cada caso. Y ahí aparece toda esa sabiduría personal y colectiva que nos ayuda a aligerar el sufrimiento. Los conocimientos ancestrales sobre la muerte, las vivencias de diferentes sociedades y culturas, todo lo que nos nutre y nos ayuda a entender lo que sentimos y experimentamos.
Emerge el amor por nuestros seres queridos, el amor que seguimos experimentando aunque no estén físicamente. Siempre digo que mi vínculo de hermandad con mi hermana no ha muerto, yo lo sigo sintiendo, yo la sigo sintiendo en mi vida aunque no esté físicamente. Es lo que expresan muchas personas, esa forma única en la que nos relacionamos con nuestras ausencias. Nos lo enseñó El Principito: “Lo esencial es invisible a los ojos”. Lo podemos experimentar.
El duelo no es una enfermedad, pero a menudo se trata como si lo fuera. El duelo es un proceso natural por el que elaboramos el dolor que nos provoca la muerte de un ser querido. Tiene sus tiempos, cada cual a su ritmo, pero es una etapa. Después viene otra y así seguimos haciendo el camino, experimentando, vivenciando, escuchando nuestra sabiduría interna que es la que mejor nos guía. No hay una sola manera de vivir la muerte, el duelo o la despedida. Hasta en esto hay alternativas y diversidad. No es terreno para imposiciones, es lugar para que emerja la autenticidad desde el corazón, para vivenciarlo desde la coherencia personal y no desde lo que se espera que hagas. Desde ahí hay sanación, no parches.
Por eso te invito a que conectes con tu dolor y lo aceptes para poder transformarlo si has perdido a un ser querido. Y que esa experiencia te permita aceptar también la certeza de la muerte, de tu propia muerte, para poder saborear la vida.
Si hoy escribo estas letras y tú las lees es porque estamos en la vida. No sabemos por cuánto tiempo más. Pero lo cierto es que aquí, ahora, hoy, en este instante, podemos respirar con los ojos cerrados y sentir el hilo que nos conecta a la existencia, a todo lo que vemos y lo que no vemos. A la red que nos sostiene aunque a veces ni sepamos que está ahí. Pero si confías, aparece. Confiar requiere ese sutil ejercicio de no esperar pruebas previas (entonces no sería confianza). Confiar es una actitud sencilla, humilde. Confías sin más. Sabiendo que todo estará bien, aunque el camino no esté exento de dificultades. Pero confías en que encontrarás la manera de afrontarlas y seguir. ¿Acaso es posible la vida sin atravesar momentos de incertidumbre, dolor, frustración, desgaste? Acoger a la vida en todas sus facetas y formas para aprender de cada experiencia, por insignificante que parezca. Es una elección, por supuesto. También se puede elegir estancarse, no incorporar nuevas enseñanzas, no evolucionar, no crecer, no aligerar cargas (muchas de esas cargas nos las autoimponemos, con la perspectiva del tiempo cuando miramos hacia atrás lo vemos más claro). Acoger a la vida implica entender que hay personas que no tienen mi perspectiva, que ven las cosas de otra manera, que tienen su propio recorrido histórico, personal, familiar, distinto al mío.
No puedo malgastar mucha energía en odiar y tener miedo, necesito focalizar en qué voy a emplear mi vida, esta vida. ¿Qué voy a sembrar hoy, en lo cotidiano, lo sencillo, para que este mundo sea un poco mejor? Porque eso es lo que me recuerda la muerte: ¿qué vas a hacer hoy con tu vida? Porque mañana no sabes si seguirás estando en este maravilloso planeta Tierra.
Hay una viñeta del dibujante Charles M. Schulz que me gusta especialmente y en la que los famosos personajes comentan esto:
– Un día nos vamos a morir, Snoopy
– Cierto Charly, pero los otros días no.
Quizá estos tiempos de pandemias y confinamientos nos han traído la oportunidad de pensar qué vamos a hacer con los días de vida que atesoramos. Podemos vivirlos desde el amor (afectos, solidaridad, construir) o desde el miedo (odio, destrucción, violencia).
De lo que sembremos, recolectaremos. Hoy confiar en la vida es un acto de amor personal y de amor colectivo. Quiero confiar en mí. Y confiar en ti.
(Artículo escrito por Silvia Melero Abascal publicado en El Asombrario)