Carmen Enguita: “Si descuidas tu cuerpo, ¿cómo vas a cuidar la Tierra?”

Hoy traemos a una Mujer-Tierra. Más de cuatro décadas investigando, trabajando con mujeres, abriendo caminos, inspirando. Siempre en conexión con la naturaleza, con el cuerpo y la biología, con la Tierra de la que formamos parte, con el arte y la creatividad. Carmen Enguita, a través de sus charlas, talleres y diferentes propuestas, explora las profundidades del ser para “vivir la mujer que soy, mujer sabia e intemporal”. Reivindica la edad madura para visibilizarla y dignificarla con todos sus dones y cualidades. “Para mí es importante poner a la mujer madura en la espiral de la vida, sin imponer la eterna juventud”. Con Carmen Enguita abrimos una semana de artículos sobre mujeres que nos van a inspirar en estos primeros días del Nuevo Año. Todo un regalo.

 ¿Qué pasa, sobre todo con las mujeres, con esto de la edad madura?

Yo soy una mujer madura. Soy proedad. La madurez está invisibilizada, hay mucha exigencia con las mujeres, pasan momentos de crisis muy fuertes.

La madurez es un florecer del espíritu, te lleva a un proceso interno para volver a semillar el mundo con tus propios valores de forma transpersonal. Es una etapa tan bella, con la sabiduría que vas destilando, y tan poco valorizada y visibilizada…

Para mí es importante poner a la mujer madura en la espiral de la vida, sin imponer la eterna juventud. La madurez tiene dones, dejas espacio a la paz, el amor, el equilibro, la creatividad, la salud. Se da el cuidado hacia una, pero también hacia otras personas y hacia el planeta. Expandes tu luz interna, la irradias, tiene que ver con cómo te valoras, qué gozo te das, cómo te gustas. La belleza irresistible de habitar un alma sabia y habitar un cuerpo sagrado que está presente y forma parte de la Tierra. Se habla del climaterio y la menopausia, sí, pero como si no hubiera nada más. Es una etapa que te da la oportunidad de regenerar, de adentrarte en quién eres tú, qué te dice tu cuerpo, te pide descargar la mochila, que no te cargues de comida ni de emociones ni de pensamientos porque todo el exceso satura el sistema para que te hagas cargo y sueltes. Claro que hay arrugas y cambios, lo importante es lo que tú eres en eso.

A ti te llegó también el cambio de formato a lo digital el año pasado…

Siempre he sido presencial, muy de la carne, y me tuve que reinventar en lo digital también como tanta gente con lo de la pandemia. Y lo online y las redes sociales han permitido que se abra todo a mujeres de diferentes países, sobre todo de Latinoamérica, con charlas abiertas para compartir, talleres como El Umbral de la Sabiduría para mujeres maduras, y ha sido maravilloso. El nuevo proyecto, Mujer Intemporal, es un espacio para dimensionar la madurez en la espiral de la vida. Vivimos un momento muy particular porque nunca ha habido tantas mujeres maduras (en otras épocas nos moríamos antes), en plena forma, independientes, es algo nuevo. Me interesa mucho rescatar los valores que se abren cuando nos adentramos en la madurez, dignificar la madurez. Crear una mística de la madurez, irradiar la belleza, pero la que sale de dentro. Tener esa escucha interna para darse una atención tierna y cariñosa, tomar consciencia, cuidarse, comer comida real, mover el cuerpo, hacer lo que es natural para estar viva, llena de energía.

¿Cómo empieza este viaje tuyo, esta búsqueda personal?

Todo este viaje empezó conmigo, era una niña muy inquieta desde muy pequeña, me crié en el campo, pasaba mucho tiempo sola en la naturaleza, empecé a explorar e indagar muy pronto, y eso siguió en la adolescencia. Me interesaba el mundo de la alimentación, la macrobiótica (en aquella época no había nada, había la Central Vegetariana y allí comprábamos el arroz integral, las algas). Para mí la vida era complicada, lloraba al ir al colegio, era un mundo hostil. Uno de mis juegos favoritos era encontrar tesoros en el campo, los enterraba en el jardín de mi casa y tiempo después descubría los tesoros. Y eso es lo que he hecho siempre: encontrar tesoros, descubrirlos y compartirlos con otras personas.

A los once años hablaba del andrógino con una amiga, con los pies en la tapia, sin tener mucha idea y no en vano he explorado mucho la polaridad humana a lo largo de mi vida.

¿Qué papel ha desempeñado la naturaleza en tu vida?

El contacto con la naturaleza fue desde niña fundamental para mí, siempre me ha ayudado a salir de momentos complicados, tumbarme y abrirme al Sol, los animales, los árboles. Mi cuerpo y mi sistema ahí se recargaban y me ayudaba a gestionar todo lo que no podía gestionar fuera. Explorar mi cuerpo, hacer ejercicio, me liberaba mi angustia vital, sentía que esto de vivir era muy complicado ahí afuera y yo miraba a los pájaros y veía todo mucho más sencillo. Hice atletismo, yoga, kárate, era una necesidad imperiosa de mi ser estar en contacto con el cuerpo. Una búsqueda permanente para encontrar cómo yo me iba a expresar en el mundo (en aquella época postfranquista no había tanta información como ahora sobre temas alternativos). Y siempre también muy vinculada a la alimentación saludable, nos unimos varios amigos para crear el primer restaurante vegetariano macrobiótico de Madrid y eso me abrió mucho al mundo de la salud, el cuidado, la alimentación consciente. Siempre estaba entre pucheros, muy alquimista, y un día empecé a dar ahí los cursos de cocina y descubrí que transmitir y comunicar me entusiasmaba, me emociona, me gusta.

¿Y tu relación con el arte y la cultura?

En los años 80 mis hermanos, que siempre estuvieron muy ligados a mundo del arte (el mayor creó la Asociación de Galerías de Arte), encontraron un local para hacer una galería. Creamos el centro Aldaba, que unía arte, yoga, taichi, un hervidero de cultura, conferencias, conciertos, medicina natural y alternativa, creé la escuela de shiatsu, traíamos a gente de todo el mundo… Fue una época muy importante para mí. Después me fui a Estados Unidos, me formé, traje un seminario sobre relaciones con amor. Funcionaba muy bien, había mucha proyección, éxito profesional, pero llegó un momento en el que me sentí seca como mujer, mi relación con el padre de mi hija se resquebrajaba y decidí escucharme, parar y volver a la naturaleza. Dejé todo.

¿Cómo fue ese proceso interno?

Fue una época de bajar al hueso, a las profundidades de mí misma, a explorar de forma más íntima. Miraba la naturaleza y pensaba que si la naturaleza brota yo iba a brotar otra vez. Supuso desafiar muchas cosas, cuestionarlo todo, desprenderme de lo que sobra, entender que el sufrimiento es una elección, que podía crear otras cosas. Floreció una Carmen más orgánica, menos controladora, escribía muchos poemas de ese resurgir, de ese gozo, esa libertad y esa apertura. Y a partir de ahí se creó Viviendo la mujer que soy, un espacio para compartir entre mujeres, en un tiempo en el que todo esto estaba muy enterrado. La consciencia del cuerpo, la creatividad, desenterrar la semilla, siempre muy conectadas con la naturaleza, los ríos, los montes. Acompañando a mujeres en esa boda alquímica con las polaridades internas que siempre están presentes. Era un viaje que incluía la sexualidad y luego ese camino de aprendizaje y escucha me llevaba a querer compartirlo también con los hombres, para poder trabajar las heridas que traemos (aunque nadie piensa que las tiene). Conocí a Michel, que es mi pareja desde hace 18 años (nunca hemos vivido juntos) y creamos también talleres de forma conjunta, siempre abriendo caminos

Has participado recientemente en un congreso sobre el amor y el deseo después de los 50.

Sí, uno de los tópicos que hay con las mujeres en la madurez es que se va el deseo. Es verdad que hay una época en la que el cuerpo da llamadas de atención porque no está regularizado el sistema, es un cambio muy profundo y puede haber caos en la biología, requiere atención, cuidados, es un momento caótico puntual y el deseo se dimensiona de otra manera según cómo ha sido tu sexualidad. La madurez te da la oportunidad de ver esto, si tu cuerpo se cierra en banda te pide atender, cuidar, entender que no estás en el mercado hormonal, sentir el deseo de vivir, replantearte cómo quieres tu sexualidad, hacer una escucha interna, poner atención allí donde no la has puesto, movilizar los líquidos, el cuerpo, masajear los genitales, acariciarte y despertar tu jugosidad.

Cultivar tu sensualidad, darte otro tiempo, respetar lo que te pasa y abrir otras puertas, explorar, no sentir la obligación, porque la energía sexual no es eso, es algo muy potente y va más allá de la genitalidad. Requiere respetarse, elaborarlo, vivirlo de forma diferente pero no abandonarse. Es una sexualidad que adquiere profundidad, riqueza, una libertad nueva, viene a ayudar más que a entorpecer. Hay que reactualizar la memoria de las hormonas y mover la energía sexual para que no se duerman, reprogramando esa nueva etapa de la vida. Hay que cultivar la vida como tú quieras.

Para ti la biología es fundamental…

Es que lo es. Un árbol te cuenta muchas cosas, cómo enraizarte, cómo circula la savia… Si no respetas lo mínimo de tu biología es muy difícil que fluyas en la vida. Puedes elegir no fluir pero tendrás más sufrimiento. Perteneces a un cuerpo, a la Tierra, a un sistema solar, necesitamos alinearnos con todo lo que somos. Somos antenas con una conexión y una toma de tierra, si no estamos con atención habitando esto, en toda su unidad, generamos una distorsión, disgregación. Tenemos un sistema perfecto para sostener una emoción, podemos manejar las dificultades, pero para desarrollar todo el potencial creativo necesitamos estar presentes, no me refiero sólo al momento presente, me refiero a estar en tu cuerpo que es tu casa. Estar encarnados de forma consciente, con presencia biológica. Si no, sólo estamos en la mente.

Necesitamos metabolizar la vida. Cualquier hierba pequeña que veas en el jardín tiene unas raíces, hace lo que tiene que hacer. Sin raíces no te conectas, no haces la fotosíntesis. Los humanos no nos permitimos ser lo que somos. Tenemos que estar bien conectados y enchufados para funcionar. La observación de la naturaleza permite entender todo. Los humanos somos seres biológicos, como los gusanos, y atentamos contra la biología todo el tiempo. Atentamos contra las leyes naturales del Universo. Nuestro sistema está intoxicado de información, de comida basura…

Suele verse como algo ajeno cuando decimos “hay que cuidar la naturaleza, la Tierra”, como si fuera algo separado de nosotros.

Nos hemos desconectado tanto que hemos olvidado que es la Tierra la que nos permite estar aquí formando parte de todo, no al revés. Que formamos parte de todo un sistema. Y esa desconexión genera angustia. No es un tema poético en plan todos somos uno, es una evidencia que todo está conectado en este sistema, vamos juntos, la Tierra, el Sol, los humanos, los animales, las plantas… Si no sabes que formas parte de la Tierra, si no sientes esa conexión, ¿por qué la vas a respetar? Si descuidas tu cuerpo, tu propia biología, ¿cómo vas a cuidar la Tierra?

Implica desafiar todo, desaprender, responsabilizarme de mis acciones y mis emociones; no es cómodo, pero necesitamos esa consciencia. Estar tanto en el hacer y tan poco en el Ser nos enferma. Somos hacedores desconectados. Sólo un ser humano desconectado es capaz de fumigar tóxicos y venenos a los propios alimentos que se va a comer. El consumidor consciente tiene mucho poder. Si como consumidores rechazamos ciertos productos, se haría otro negocio más ético y saludable.

Has llevado esa necesidad de reconexión a alguna de tus propuestas, ¿cómo es Vinculadas a la Tierra?

Con ese amor por estar en la naturaleza creé esa propuesta para explorar ese vínculo durante cinco días caminando en la montaña, con ríos para bañarnos, dormimos bajo las estrellas, sentimos el silencio para experimentar qué pasa cuando nos vinculamos con la naturaleza, con el cosmos, con una comida sencilla, basada en frutos secos, arroz, plantas, frutos rojos, lo justo para obtener energía y purificar el cuerpo. Compartir el calor de la tribu, pero cada una con su mochila, con sus cargas, viendo lo que sobra, reflexionando, conectando con la fuerza física y mental, superando retos. Regeneración y conexión profunda con lo esencial. Despojarte de la domesticidad para que aflore la vitalidad.

Al principio vas quemando y soltando, te peleas con el peso, la mochila, la piedra debajo del saco, sale la pelea interna y luego llega la conexión, la limpieza. Poniendo una intención en cada paso… Con la idea de incorporar todo ese recorrido y aprendizaje a la vida cotidiana, porque ése es el sentido. No una experiencia aislada, sino cómo incorporar lo destilado a mi día a día. Y desde esa experiencia con mujeres nació también la idea de hacer otra propuesta: ‘Hombres y mujeres caminando juntos por una consciencia global’. Me parece importante hacerlo, ese caminar compartido, casi como un acto poético. Caminamos desde ese aprendizaje para crear otra realidad.

¿Qué actitudes necesitamos cultivar en estos tiempos para adquirir ese combustible vital que nos nutra?

Estamos en un momento vital para que los seres humanos maduremos, para tomar consciencia de la capacidad de crear que tenemos. Discernir si esto me lleva a un lugar donde quiero estar o si me lleva a un lugar de sufrimiento.

Es un momento para autocuestionarnos y cuestionar, saber que hay alternativas, que podemos crear otras cosas. De hecho, hay gente que lo hace, podemos inspirarnos, elegir cómo queremos vivir, decir no, decir sí. Claro, no siempre es cómodo, implica que te sitúes, que des un paso, que salgas del miedo o la queja y crees lo que quieres. Observa qué hace la gente, porque todo el mundo no responde igual ante un mismo hecho, así que hay opciones. Tu actitud es fundamental, lo que piensas, lo que sientes, lo que haces. En tu pequeño entorno puedes practicar consciencia y crear lo que quieres. Usemos esa capacidad que tiene lo digital para reactualizar aplicaciones, vamos a hacer lo mismo los humanos porque estamos viviendo con aplicaciones muy antiguas y toca otra cosa. Si no estás en ti, todo lo que pasa alrededor te va a arrasar, por eso es tan importante vivir de forma consciente.

Abrirse a la vida, con todas sus vivencias…

Sean como sean, habrá de todo tipo. El camino siempre va a tener dificultades, problemas, pero podemos afrontarlo de otra forma, desde la apertura a la vida. ¿Cómo me relaciono conmigo misma, cómo me relaciono con los demás y cómo me relaciono con el medio? Navegamos con otras personas y es necesario saber cómo quiero hacerlo. Si no estas en el ser, en el sentir, en el silencio, es más difícil gestionar la vida y crecer en la adultez. Necesitamos ser adultos responsables respondiendo con nuestra vida en lo cotidiano. Imagínate millones de personas conscientes, responsables, decidiendo qué quieren comer, cómo quieren vivir, no dejándose manejar externamente. Pero para eso hay que estar conectados.

Adéntrate en el bosque, deja que te penetre, es saludable, es imperioso pisar y sentir la Tierra.

(Entrevista de Silvia Melero publicada el 6 de enero de 2022 en El Asombrario)