Cambio climático: cambiar de hábitos o cambiar de planeta

Por primera vez en la historia se reconoce la amenaza del cambio climático para el planeta y para sus habitantes. Ha sido en la Cumbre del Clima (COP21) celebrada en París. Pero el gran reto ahora es frenarlo. Es urgente y así lo demuestran la consecuencias alarmantes de la deforestación, la desertificación, la contaminación, el calentamiento. Es un tema de vida o muerte. Es un tema de derechos humanos. Pero, aún hoy, no es una prioridad.

¿Cómo trasladar a la ciudadanía la necesidad de priorizar el cuidado del planeta cuando cada persona afronta desafíos cotidianos relacionados con el desempleo, llegar a fin de mes, alimentar a sus hijos o intentar no perder su casa? La mayoría de los expertos coinciden en una idea que se podría sintetizar así: “Sin planeta no hay nada más, no hay alimentos, no hay salud, no hay derechos humanos, no hay trabajo, no hay calidad de vida”. El planeta Tierra es nuestra casa, llevamos décadas hablando de ello, pero aún no se siente la emergencia de cuidarlo. “No tiene la relevancia que debería. En un informativo de televisión la Cumbre del Clima era la cuarta noticia después de Isabel Pantoja. Es un síntoma, es responsabilidad de los poderes públicos y los medios de comunicación, no se le da el espacio que merece porque eso implica luchar contra los poderes económicos, contra las multinacionales”, indica Mariano González, responsable de la campaña de cambio climático de Greenpeace.

La situación es dramática y los datos así lo demuestran. Por ejemplo, hace ocho mil años, los bosques primarios cubrían la mitad de la superficie terrestre del planeta. Hoy sólo queda una quinta parte del bosque original intacto, el resto ha sido destruido, degradado o fragmentado por una actividad humana implacable, como denuncia la organización ecologista. “Las cifras de la Organización Mundial para la Agricultura y la Alimentación (FAO) son rotundas sobre la deforestación: a nivel mundial, cada año se pierden 13 millones de hectáreas de bosques. ¿Y por qué hay que proteger los bosques primarios? Porque son fundamentales para mantener un clima estable almacenando grandes cantidades de carbono. Cuando se destruyen los bosques se liberan cantidades inmensas de dióxido de carbono, lo que contribuye al agravamiento del cambio climático”. De hecho, la deforestación y los cambios de uso de la tierra son responsables de una quinta parte de las emisiones de gases de efecto invernadero.

Desde la Coordinadora de ONG para el Desarrollo, su presidenta, Mercedes Ruiz-Giménez, señala que el cambio climático tiene enormes consecuencias sobre nuestro día a día y nuestro llegar a fin de mes. “La degradación medioambiental supone en gran medida un empobrecimiento progresivo de nuestras sociedades, supone un empeoramiento de nuestras condiciones de salud y la capacidad de gestionar nuestros recursos naturales”. Debería ser, por tanto, una de nuestras preocupaciones inmediatas porque nos afecta muchísimo más de lo que parece. “Las consecuencias de no cuidar la casa común que habitamos son muy serias tanto para nuestro día a día como para el futuro de nuestros hijos e hijas y para toda la humanidad”. Recuerda que el 10% de los países más ricos del planeta producen el 50% de emisiones globales, mientras que los países más empobrecidos son quienes más sufren el deterioro de sus entornos y sus vidas. “El maltrato al planeta está causando un impacto gravísimo que pasa por la desertificación de amplias zonas del planeta; una situación de la que no se libra España; recientemente conocíamos que en los últimos 25 años nuestro país ha perdido el 20% de su agua. Estamos asistiendo de manera creciente a ciclos climatológicos inusuales que causan catástrofes naturales como inundaciones o sequías persistentes con graves consecuencias”. Otro ejemplo es el impacto del fenómeno de El Niño: este año está siendo el peor de la historia y podría afectar hasta a 40 millones de personas en los próximos meses. “La contaminación de nuestro aire está alcanzando niveles insoportables para la salud en muchas zonas urbanas; Pekín es uno de los casos más extremos, pero también lo son ciudades como Madrid”.

Clima y Derechos Humanos. Amparo Alonso, experta del equipo de incidencia de Cáritas Española, pone sobre la mesa la vinculación entre el cambio climático y los derechos humanos, el derecho a la tierra, el derecho al alimento, el derecho a la vivienda, el derecho a la vida. “En la Cumbre de París nos decía Úrsula, de Papúa Nueva Guinea: Tengo derecho a vivir en mi casa, en mi comunidad, si me tengo que mover de mi isla porque se inunda, debido al cambio climático, que sea con dignidad. Necesitamos nuestros derechos para sobrevivir”. Y rescata las palabras del papa Francisco: “No hay una crisis ambiental y otra social, separada, estamos viviendo ya una crisis socio-medioambiental”. Amparo lo constata a su alrededor. “Este año 2015 ha sido el año más cálido del registro y 2016 será probablemente más aún, y eso afecta a los productos que consumimos, especialmente, los cítricos, los viñedos, los frutos secos, cuyas cosechas comienzan a fallar, y afecta a los agricultores que los producen, que tienen también que adaptar sus cultivos a estos cambios, y afectará también a nuestro bolsillo cuando los precios comiencen a subir. El aire que respiramos está más contaminado que nunca, las urgencias se han llenado de pacientes con enfermedades respiratorias”. La contaminación atmosférica provoca 20.000 muertes prematuras en España al año. El planeta necesita reducir las emisiones de gases de efecto invernadero hasta llegar a ‘cero emisiones netas’ (un equilibrio entre lo que liberamos en la atmósfera y lo que se absorbe naturalmente).

Declaración de intenciones. De todo esto se ha hablado en la Cumbre de Cambio Climático (COP21) o Cumbre del Clima celebrada recientemente en París. “La cumbre ha servido para que por primera vez en la historia se reconozca la amenaza del cambio climático, pero no ha servido para implementar las medidas, mecanismos y herramientas necesarios. Ha sido una declaración de intenciones con valor simbólico, sin contenido”, afirma Mariano González. “Es necesario abandonar las energías fósiles para que en 2050 toda la energía provenga de fuentes limpias, impulsar definitivamente la transición de modelo energético, dedicar recursos a ello, dejar de subvencionar el petróleo, el carbón y el gas. Y reducir la deforestación a la mitad”.

Las organizaciones ecologistas apuestan por un modelo energético sostenible que reduzca las emisiones de CO2 para evitar los efectos más devastadores del cambio climático. Para Greenpeace, en esa revolución energética la opción nuclear está definitivamente descartada. Y, junto a esto, dejar de contaminar el planeta es prioritario. En España se vierten al agua cerca de dos millones de toneladas de contaminantes al año y tenemos el estuario más contaminado del mundo por metales pesados, el del río Tinto en Huelva. La contaminación industrial producida por las empresas Fertiberia y FMC-Foret en este vertedero tóxico y radiactivo fue reconocida en 2010 por el Parlamento europeo como la más grave de Europa. La ciudad tiene el triste récord de ser el lugar de España con mayor índice de mortalidad por cáncer.

Pero las sustancias tóxicas están hasta en la ropa que llevamos. En nuestra sangre hay 300 sustancias químicas que no tenían nuestros abuelos. “La Tierra no puede ni proveer recursos ad infinitum, ni tiene capacidad infinita de absorber y depurar nuestros desechos. Y en este proceso de degradación ambiental y escasez de recursos participan todos los sectores productivos, y todos los seres humanos”, asegura Marco Gordillo, coordinador de campañas de Manos Unidas. “Nuestro sistema mundial de producción de alimentos es altamente insostenible en términos ambientales. La deforestación, la pérdida de biodiversidad, la contaminación de tierras y aguas por el uso de fertilizantes sintéticos de nitrógeno, el uso del 75% del agua dulce disponible, la erosión provocada por el uso de monocultivos y la emisión de gases de efecto invernadero en la producción de cultivos y de carne, son subproductos del proceso de producción y consumo de alimentos en el que todos participamos. Luego lo que tenemos que abordar no son los síntomas sino sus causas, enraizadas en nuestro modelo actual de desarrollo, producción y consumo”. Recuerda que las tres cuestiones más urgentes fueron identificadas en la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro en 2012: el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la desertificación de los suelos. “En realidad, son tres procesos biofísicos amenazados por la actividad humana, por nuestro modelo de desarrollo, y el uso depredador de los recursos naturales, en un mundo finito y limitado”.

Respecto a la reciente Cumbre del Clima, Marco Gordillo da la bienvenida al acuerdo de París, al tratarse del primer acuerdo global en el marco de las Naciones Unidas para luchar contra el cambio climático. “Supone reconocer el cambio climático como una de las grandes amenazas para el planeta y para la humanidad, así como la decisión de afrontarlo con el objetivo común de controlar a largo plazo la subida de la temperatura a no más de 2º C a finales del siglo XXI”. Por otra parte, reconoce que “para todos es evidente que el texto aprobado consiguió el consenso de 196 países diluyendo compromisos, objetivos concretos y nivel de ambición. De nada vale un acuerdo que plantea esforzarse para que la temperatura no suba más de 1,5º C, cuando los compromisos reales de disminución de emisiones de los países en París, si se cumplieran, nos llevarían a un escenario cercano a los 3º C de aumento de temperatura al final del siglo”.

Para Mercedes Ruiz-Gimenez, “la cumbre no ha servido para dar ese cambio de rumbo radical que el planeta está pidiendo a gritos, pero ahora lo realmente importante son las etapas que debemos ir alcanzando en los próximos meses y años porque los gobiernos deberán tomar medidas que encaminen estos acuerdos en la buena dirección. Y en este sentido, la vigilancia de la ciudadanía sobre sus gobiernos será determinante para exigir responsabilidades y compromisos firmes. Nos queda mucho trabajo colectivo por delante”.

Amparo Alonso coincide en que el éxito futuro dependerá de las acciones y la hoja de ruta que, a partir de ahora, se establezcan. “EEUU y China, que no firmaron el protocolo de Kioto, se comprometen con el resto de países, en un nuevo acuerdo mundial. Conseguir ese consenso global merece todo el reconocimiento. Nos parece muy importante que se proteja a los países más empobrecidos del planeta, que no han causado el cambio climático y más sufren ya sus impactos. Defendemos la justicia climática porque asegura que los más vulnerables tengan acceso al conocimiento y a los recursos financieros y tecnológicos necesarios para hacer frente a los cambios del clima y los desastres naturales”.

Desde la Red GIAN (Gobernanza de los Recursos Naturales), Julie Edwars subraya que el planeta está en un momento crítico. “La experiencia nos demuestra que no se están haciendo tan bien las cosas. Está ya más que claro el vínculo entre las energías fósiles y el cambio climático. Hay una necesidad urgente de alternativa energética. Implica cambiar nuestro estilo de vida. Minimizar el uso de energías fósiles porque no sólo están relacionadas con el clima, también con conflictos armados, derechos humanos, el desplazamiento de personas. Es por la mala gestión de los recursos naturales, debería haber una regulación legal importante”. La red que representa ha sido testigo de la manera en que numerosas comunidades rurales e indígenas han sido capaces de conservar su medio ambiente natural, extrayendo de él lo que necesitan para vivir. Sin embargo, ahora mismo son las que sufren las peores secuelas de la explotación de los recursos naturales, la extracción abusiva de minerales, la deforestación, la pérdida de biodiversidad. GIAN pone el foco en la industria extractiva y en los casos de países como El Chad o la República Democrática del Congo. “La demanda de minerales crece porque nuestro consumo crece, así que tenemos nuestra responsabilidad. Hay que revisar nuestro modelo de vida, nuestros hábitos, las cosas que hacemos que influyen en la degradación ambiental. Examinar nuestro día a día con un compromiso moral, revisar nuestra nevera, nuestro armario, para entender de dónde vienen las cosas. Cuando hablamos por el móvil, es un aparato conectado con el conflicto y la violencia. No podemos ser tan puristas, hay que usar teléfonos, sí, pero hay que saber que todos estamos conectados”, dice Julie.

Considera que “no sólo hace falta una industria más ética, hay que ponerla en un contexto de gobiernos con marcos regulatorios fuertes, sin corrupción. Necesitamos liderazgo, lucidez, para dar a conocer la foto grande, global, de lo que está pasando. La mayoría de los conflictos armados que hay en el mundo están relacionados con los recursos naturales. Necesitamos hacer ver a la sociedad las conexiones, no podemos vivir en una burbuja. Se informa de forma aislada sobre guerras, terrorismo, y es necesario explicar las conexiones de todo, las relaciones. El control del petróleo, por ejemplo, ha hecho y hace que mucha gente esté sufriendo”.

Para Mercedes también es fundamental que la ciudadanía esté informada. “Sólo entendiendo los problemas podemos afrontarlos de manera consciente. Es muy importante vigilar la actuación de nuestros gobiernos y presionar para que cumplan con los compromisos internacionales asumidos”.

Lo que podemos hacer. Hay cosas que se pueden hacer en el día a día. “Conocer cómo se han producido los productos que consumimos (alimentos, ropa, electrónica) o consumir menos plástico, por ejemplo”. Mariano añade que “hay que revitalizar los campos agroecológicos, reflexionar sobre nuestro consumo, cómo nos movemos (utilizar más la bicicleta y el transporte público), comer productos más cercanos y ecológicos, reducir el consumo de carne para reducir las emisiones de CO2, pensar en la energía que consumimos en casa y para qué, (porque calentar o enfriar la casa no siempre es necesario, se puede reducir, como el uso de electrodomésticos que consumen en exceso), pensar en los residuos que generamos, valorar, en definitiva, nuestras necesidades reales, reutilizar y reciclar”.

A Amparo le vienen a la cabeza muchas ideas para aplicar en la vida diaria: “Cambiar el contrato de la luz de casa con un proveedor de energía 100% renovable, utilizar la ducha en vez de la bañera, cerrar el grifo mientras se lavan los dientes (el agua que consumimos pasa por diferentes procesos, cuanto más consumimos, más emisiones de CO2 lanza); cambiar nuestro hábito de consumo puede disminuir estas emisiones”.

La hoja de ruta está trazada y no parece que haya otra opción, puesto que el daño ya está hecho y es vital frenarlo, como apunta Marco. “Si la humanidad entera consumiera con los niveles que lo hacen los países ricos, necesitaríamos al menos dos planetas más como la Tierra. Nuestro estilo de vida no es sostenible ni replicable a todo el mundo. La cotidianidad de nuestros estilos de vida sólo es posible porque explotamos a la naturaleza y sus recursos por encima de sus posibilidades.

Sin embargo, la dificultad estriba en ser conscientes de las conexiones reales, en un mundo globalizado entre nuestros estilos de vida y de consumo y los grandes problemas ambientales y sociales que el mundo tiene que afrontar. Es necesario, por tanto, vivirnos desde la clave de ‘ciudadanía global’. Somos ciudadanos de un mundo donde todo está conectado”. •