“A veces me angustia. A veces le tengo miedo. A veces me resulta indiferente y otras veces, las más frecuentes, creo que la muerte y el nacimiento son hermanos. Que la muerte ocurre para que el nacimiento sea posible. Y que hay nacimientos para confirmar que la muerte nunca mata del todo”. Lo decía el escritor uruguayo Eduardo Galeano en una entrevista para la revista Ñ. Y lo escribió también en su libro Memoria del Fuego: “Nacerán y volverán a morir, y otra vez volverán a morir y otra vez nacerán. Y nunca dejarán de nacer, porque la muerte es mentira”.
Artículo de Silvia Melero Abascal publicado en directa.cat
La muerte es un desafío porque cuando se presenta reta y tambalea todo lo que creíamos saber. Para cada persona será un proceso distinto, pero a menudo implica un viaje de cuestionamiento sobre todo lo establecido. Sucede porque, aunque hayamos escuchado y leído sobre la temática que ha acompañado siempre a la humanidad (y la seguirá acompañando), la propia experiencia, la vivencia, muestra todo lo que necesitamos desaprender.
La vivencia directa con la muerte (sea la propia muerte o el duelo por la muerte de un ser querido) desafía el pensamiento único.
Hay un relato único (más presente en nuestra sociedad occidental actual, no en otras épocas ni en otras culturas), con más poder, construido y aceptado sobre cómo ha de ser un duelo, cómo ha de vivirse, desde la rigidez de estructuras morales, culturales, educativas, políticas, religiosas. Por eso es importante construir nuestros propios relatos, guiarnos por nuestra intuición, abrirnos a experimentar.
Cuando nació Luto en Colores hace casi 10 años, tras mi propia vivencia, abrió ese espacio sin juicio, ese espacio en el que se hacía evidente la diversidad emocional y vivencial que experimentamos en el proceso de duelo y que no siempre es fácil expresar por el juicio externo (y el interno). La muerte nos invita a desaprender lo aprendido, a escucharte, escuchar a otros, indagar, abrir la mente y el corazón. Requiere humildad, porque sólo desde la humildad la mente puede abrirse a descubrir lo nuevo y aprender. Como dijo el físico Albert Einstein, “la mente es como un paracaídas… Sólo funciona si la tenemos abierta”. Desafía la rigidez mental, los dogmas ideológicos, porque es mucho más grande y no puede meterse en una cajita bajo unas etiquetas cómodas. La muerte es una maestra que viene a mover y a remover, trae un cambio, es una energía de renovación, transformación, y nos da la posibilidad de integrar ese cambio en nuestras vidas para entender lo verdaderamente esencial, resignificar nuestra existencia, hacer de la vida una experiencia valiosa, aunque en esa experiencia haya que transitar también el dolor.
Desafía también la soberbia intelectual. Hay un conocimiento muy valioso que reside en el ámbito académico, científico, intelectual. Pero hay otro conocimiento igualmente válido que emerge de la sabiduría popular, de las personas que atesoran un saber profundo y maravilloso sobre la muerte desde lo cotidiano, lo natural, y que a menudo es ninguneado y ridiculizado. En todas las épocas, todos los lugares, todas las culturas, ha habido esa idea de relación y comunicación con el mundo de lo invisible, con quienes ya no están físicamente. Estas vivencias forman parte del proceso de duelo y del conocimiento sobre la muerte. Cuando nos abrimos a escuchar podemos cambiar viejos patrones y avanzar. Esas vivencias están en nuestros sistemas familiares (aunque no lo sepamos porque como no hablamos de ello, no se nombra), en la vecina, en tus amigos, en la cultura egipcia, en las comunidades indígenas de Latinoamérica, en la cultura mexicana, en el mundo rural de Galicia, en la cultura celta… Lo que hoy se conoce como Halloween nace de la celebración celta del Samaín (Samhain). Para nuestros ancestros y ancestras celtas se abría ese portal mágico que permite el encuentro entre el mundo de los vivos y el mundo de los muertos, lo mismo que se celebra en el Día de Muertos en México y que retrata perfectamente la película Coco. La festividad celta estaba relacionada con la tierra, el final de las cosechas, el inicio del nuevo año celta. La cultura celta tan presente en la península ibérica durante siglos dejó esa tradición en Galicia, desde ahí pasó a Irlanda y los emigrantes irlandeses la llevaron a América. El Samaín no es el “Halloween gallego”. Es al revés. El Halloween norteamericano es el Samaín gallego y celta (transformado y readaptado). La imposición del monoteísmo con el cristianismo a través del Imperio romano en la península ibérica hizo que se intentara borrar la cultura celta y que todas esas celebraciones de muerte llenas de vida y conexión se consideraran paganas y se reconvirtieran en lo que hoy se conoce como el Día de Todos los Santos y Día de los Difuntos.
La muerte abre (y cierra) interrogantes cuando empezamos a conectar y recuperar toda esa sabiduría popular ancestral. En todas las épocas y todas las culturas, la humanidad ha abordado la muerte y la despedida de sus seres queridos. Rescatar ese legado da pistas sobre los procesos que vamos a vivir. Pensadores y pensadoras han abordado estas grandes cuestiones pero es sobre todo en el saber de los pueblos, en lo cotidiano y lo popular, donde encontramos la riqueza de conocimiento y la diversidad de vivencias.
Y junto a esa diversidad, al mismo tiempo, la muerte nos iguala a todos los seres humanos. Toda la humanidad que ahora habita la Tierra va a desaparecer, todos vamos a morir. También la experiencia de dolor por la pérdida de un ser querido nos iguala, disuelve las fronteras del juicio, los prejuicios. Cuando personas en duelo ponen en común su dolor, la identificación con el dolor del otro, que es el mío, genera vínculos de sanación. Ante la vulnerabilidad no hay separación, no existe “el otro” como enemigo. La muerte nos desnuda, hace que se caigan las etiquetas, los personajes, los odios. No siempre. Podemos decidir vivir y morir odiando o sanar nuestras heridas.
La muerte como despertador. La muerte de un ser querido o la cercanía de la propia muerte nos pone delante la pantalla de lo realmente esencial de la vida. Todo lo superfluo, lo que ocupa tanto espacio en la mente, se desvanece. Te ancla a la consciencia más profunda de quién soy y qué quiero hacer con mi vida, más allá de las apariencias, las etiquetas o el personaje con el que sobrevivimos, pero no vivimos. La muerte es fuente de vida, nos enseña a vivir mejor. Posibilita la vida. Como el otoño. El árbol puede desprenderse de sus hojas, las deja ir, dejando espacio para que nazcan nuevos brotes. Y las hojas que han caído nutren la tierra, la abonan, para facilitar el crecimiento de nuevas plantas y nuevos árboles en ese ciclo interminable de la vida que impulsa la Madre Naturaleza.
La muerte como fuerza creativa, energía transformadora que se expresa desde la esencia que somos cuando no nos bloquea el miedo. Mirar nuestros miedos, entre ellos el gran miedo a la muerte, es la forma de ponerle luz y comprensión para poder transitarlo, abordarlo, sin que nos maneje a su antojo. Elisabeth Kübler-Ross, psiquiatra, tanatóloga y escritora, vio cómo se evadía el tema de la muerte constantemente entre los propios profesionales de la salud, los que se enfrentan a la muerte cada día. Ese miedo a abordarla, a hablar, a comentar, a compartir se extiende por la mayor parte de la sociedad. Nos cuesta mirarla de frente. “El mayor regalo de la humanidad, también su mayor maldición, es que tenemos libre elección. Podemos tomar nuestras decisiones construidas desde el amor o desde el miedo”, decía. Es posible integrar la experiencia de final de la vida o de duelo desde un lugar más amoroso. No sabemos cómo será nuestro final, pero sí podemos hacer mucho con cómo está siendo nuestra vida.
El miedo a la muerte es una poderosa herramienta de control. Uno de los miedos más arraigados en el ser humano es el miedo a morir. Nos hemos desnaturalizado tanto (el tabú de la muerte en nuestra sociedad occidental hace que no hablemos, no compartamos, no transmitamos conocimiento y vivencias) que la posibilidad de muerte o de pérdida nos paraliza. Ese miedo a morir ha sido tradicionalmente utilizado por los poderes políticos, económicos, religiosos y mediáticos, para manipular y controlar. Para someter voluntades. Por eso ante la amenaza (real o ficticia) de que algo nos pueda ‘matar’ somos capaces de hacer incluso cosas que desafían el sentido común propio, nuestra voz interna, nuestra sabiduría personal. La anulamos, dejamos de escucharnos. Porque el miedo nos bloquea, nos paraliza, nos hace ser títeres, nos somete.
La consciencia de la muerte nos hace más libres, por eso es necesario hablar, compartir, transformar miedos… Porque nos ancla a la vida de otra manera y nos hace menos manipulables.
Silvia Melero Abascal, creadora del proyecto Luto en Colores y del espacio ¡Conéctate a la Vida!, autora del libro ‘Luto en Colores. Repensar la muerte para celebrar la vida’ y del cuento ‘La Vida de Sira (9 meses y 40 minutos)’. Comunicadora, periodista, terapeuta holística y facilitadora de talleres sobre la muerte, el duelo y la desconexión a la vida. www.lutoencolores.org