Eutanasia: el delito de amar o amarse

Como me amo, quiero lo mejor para mí. Hoy estoy bien, tengo una salud excelente. Pero supongo que no siempre va a ser así.

Como me amo, quiero poder elegir las herramientas que me ayudarán a paliar el dolor o el sufrimiento en cada etapa de la vida. Muchas veces esas herramientas serán sencillas, están en mí, las usaré. Hay dolores manejables. Otras veces necesitaré ayuda. La pediré.

Me imagino en una posible escena: con una enfermedad, consumida por el dolor y el sufrimiento, sin sentir ya la necesidad o la obligación de vivir. Llegado ese caso, y precisamente porque me quiero, porque me respeto, porque me amo a mí misma, pediré tener una muerte digna, sin necesidad de prolongar agonías innecesarias (la mía y la de quienes me quieren). Porque la muerte, antes o después, va a suceder: sí o sí. Irremediablemente va a ser. Es una cuestión de tiempo.

No importa si otras personas ajenas a mi cuerpo y mi voluntad no están de acuerdo. No es éste un tema de opiniones de los demás. No están en mi piel ni en mis circunstancias ni en mi corazón. No quiero que nadie me tenga que dar permiso para ejercer la libertad sobre mi propia vida y mi propia muerte. No es momento de paternalismos ni supervisiones. No necesito que me autoricen ni me consientan porque en lo más profundo de mi corazón me siento yo misma legitimada, me siento libre.

Me importa que quienes me quieren de verdad respeten mi decisión y puedan vivirla con paz. Y ojalá me puedan acompañar para poder despedirnos de forma bonita. Lo mismo siento por las personas a las que amo. Respetaré su voluntad, llegado el caso. Lo haré porque cuando quieres a alguien, no impones tu voluntad al otro.

Lo que resulta paradójico es que señores que no me conocen de nada, señores que son diputados de partidos que han bloqueado sistemáticamente el debate de la ley sobre la eutanasia, señores que son médicos, obispos o jueces, señores que no comparten la vida conmigo, que no saben nada de mí, señores que no me quieren ni me aprecian ni me respetan, resulta que estos señores pueden decidir sobre mí más que yo misma o más que mi familia y mis seres queridos. Es un sinsentido absoluto.

Repetiré una vez más que yo respeto profundamente que ellos, por sus motivos personales, ideológicos, religiosos o morales, no quieran recurrir a la eutanasia. Apoyo firmemente que puedan vivir sus enfermedades hasta el final con todo el sufrimiento y agonía que quieran. Por supuesto. Yo sí soy capaz de respetar su criterio. Pero cansa que ellos continuamente me impongan, nos impongan, el suyo. Es una actitud que sólo se puede explicar desde posiciones de superioridad, autoritarismo, imposición y, desde luego, mucha falta de empatía, de comprensión, de solidaridad y de humanismo.

No pienso entrar más en el debate absurdo y falso sobre el tema de los paliativos. Quienes defendemos la eutanasia queremos los mejores cuidados paliativos para todo el mundo. Pero aún con paliativos puedo querer morirme ya y apearme del sufrimiento. Y puedo hacerlo con paz, agradeciendo la vida plena que he vivido. ¿Cuesta tanto entender esto?

Creo que lo que más les molesta es el concepto de libertad. La libertad asusta. Una cosa es nombrarla como metáfora y otra ejercerla o ver cómo otros la ejercen. Prefieren controlar, meter miedo, decirnos lo que tenemos que hacer. Pero éste debate está ya ganado socialmente. Podrán desgastarse intentando frenarlo, pero hay libertades que se conquistan directamente, sin esperar a que te las den.

Lo hizo Ramón Sampedro hace 20 años y seguimos conociendo casos (los que se hacen públicos y saltan a los medios). Estos días el caso de María José, de 69 años, enferma de esclerosis en fase terminal, enferma desde hace 30 años. Su marido Ángel la ayudó a morir, tal y como ella pidió. Lo han visibilizado y Ángel ha pasado las primeras horas de su duelo en un calabozo, detenido. La pareja llevaba años reclamando una ley de eutanasia, esperando. Sólo puedo ver amor en el gesto de Ángel al acompañar a su compañera en este paso final, al respetar la voluntad de su pareja, a la que ha cuidado y amado día tras día.

Pienso también en la carta que escribió Rafael, un vecino de Leganés con ELA que reclamaba una muerte digna. Invitaba a los políticos a “convivir un día con la ELA (Esclerosis Lateral Amiotrófica), que es una enfermedad degenerativa de las neuronas motoras”, para que se puedan hacer una idea. “Lejos de pretender dar pena o lástima, reclamo que, por una vez en la Historia de este país, todos los políticos se junten y sean capaces de escuchar, empatizar y razonar, dejando de lado sus ideologías políticas, sobre algo tan importante como es la eutanasia para muchas personas enfermas en situación terminal y con enfermedades irreversibles cuya calidad de vida es mínima, que nos den la oportunidad en esos momentos finales de decidir por nosotros mismos cómo vivir y cómo descansar en paz y poder acogernos a un derecho que nos permita terminar con el sufrimiento tanto físico como psíquico que ciertas enfermedades generan”. Reclamaba respeto a su voluntad, a su dignidad y a su libertad. Pero tampoco pudo ser.

Pienso en Marcos, el primer médico condenado en España por practicar la eutanasia. Estos días protagoniza en el Teatro del Barrio Celebraré mi muerte, una obra necesaria que me ha emocionado mucho. He podido charlar con él (pronto estará publicada la entrevista) y, de nuevo, me encuentro palabras y testimonios llenos de amor.

Pienso en quienes llevan tantos años luchando desde Derecho a Morir Dignamente para despenalizar la muerte asistida y permitir que cada persona pueda tomar las decisiones que estime oportunas en su vida para afrontar su muerte.

Pienso en Maribel. Hace un mes estuve en Bilbao presentando el libro Luto en Colores. Repensar la muerte para celebrar la vida. Me acompañaron personas muy lindas, entre ellas Txema y David, marido e hijo de Maribel. Esta familia lanzó al mundo el grito de SOS Amatxu. Maribel pidió expresamente que la ayudaran a morir cuando aún podía expresarlo, antes del deterioro al que le sometió la enfermedad de alzhéimer. Lo expresó en una carta a su familia: “Es tan tremendamente fuerte y fantástico este amor por ti y por nuestros hijos, que si empezara a olvidarme de amar, también quisiera dejar de vivir y no creo que esto es ser pesimista, porque si había que poner la “carne” en el asador, yo ya la he puesto. Si lo que me queda de vida, va a dificultar la vuestra, no deseo seguir viviendo”. Maribel lo expresó también en su Documento de Voluntades Anticipadas. Su familia inició una lucha pidiendo firmas por la despenalización de la eutanasia, las entregaron en el Congreso, se reunieron con los grupos parlamentarios. Aquella tarde en Bilbao, escuchar a Txema y David me erizó la piel. De nuevo tanto amor. Y el ejemplo de la paz que sienten las personas que saben que están luchando desde el corazón, porque en esta familia las cosas estaban habladas sin tabú, con comprensión. Al hablar ellos, nos traían la voz de Maribel. Esta semana presentan el documental La Promesa, que su hijo Daniel hizo contando 24 horas en la vida de su ama. A los pocos días de aquel encuentro en Bilbao, Maribel murió, no como ella hubiera querido. Le hicieron una despedida hermosa: “Amándonos con locura, nos enseñaste a amar. Luchando siempre por los tuyos, nos enseñaste a luchar. Eso haremos, seguir luchando por acabar con esta ley que te ha sometido a este final de vida cruel y tortuoso”. Txema le ha dedicado también a Maribel poemas y canciones que estremecen. Hay tanta vida, tanto amor en ellos. Me los ha hecho llegar y no dejo de llorar y sonreír al leerlos. Voy a reproducir uno, del segundo volumen de Relatos de un cuidador enamorado. Es un poema que Txema Lorente escribe para, una vez más, darle voz a Maribel.

CUANDO ME VAYA (A mis seres queridos)
(Lo que a Maribel le hubiera gustado transmitiros)

No degustéis el sabor amargo de mi ausencia
ni permitáis consolidar huecos vacíos,
llenad el corazón con mi presencia
y así yo… eternamente estaré viva.

No mendiguéis compasión
ni os arroguéis victimismo,
¿o no habéis sido felices
en nuestro amor compartido?

Yo no debo ser excusa
ni obstáculo… ni motivo.
Debéis entenderlo así…
yo dormiré más tranquila.

Recordad bellos momentos… emociones…
tantos y tantos sueños… ¡revividlos!
No aparquéis nuevos proyectos… ilusiones,
no dejéis a vuestra vida sin sentido.

El camino que hemos recorrido juntos
ha llegado a su destino irrevocable.
Ahora os toca renacer con nuevos bríos,
ser felices… objetivo irrenunciable.

Otros versos de Txema han descrito también la fase de la enfermedad, de los cuidados, el desconcierto, el día a día, lo cotidiano: “Una parte de tu ser ha muerto en vida y la flor que permanece está marchita. Aún así te abrazaré cada mañana con mis besos sonrojando tus mejillas”.

Veo de nuevo amor por todos lados. Creo que hay que amar mucho en vida pada poder amar también así en la muerte. Amar incondicionalmente es respetar la libertad, acoger y acompañar, dejando el ego a un lado. Quizá por eso no todo el mundo puede entender la eutanasia, la buena muerte. Hay que estar muy reconciliado con la vida para poder vivir en paz la muerte.