Claro, bucear tiene sus riesgos. Pero Marina Sorín y Luca Frasca se mueven como pez en el agua en el universo musical que han creado: El Show de Dodó. Una aventura instrumental sólo apta para nadadores espaciales. No está muy claro qué es un nadador o nadadora espacial. En la RAE no viene. Según Luca, “es un personaje que vive asfixiado y nada hacia alguna superficie”.
Si te lanzas a la piscina-mar de su segundo disco (Fantasy), te empapas de sensaciones a ritmo de violonchelo, piano (que se puede tocar con naranjas o plátanos) y… phonofiddel. “Funciona como un gramófono antiguo. Lo toco por intuición, eso anima a improvisar, a vivir la música desde un lugar menos racional. La gente se emociona, es como un canto de sirena”, dice Marina.
Una vez dentro de Fantasy, puede ocurrir cualquier cosa. “Es un lugar del que ya no puedes volver”. Por el fondo marino avanza un tren con regalos, regresa un orco, hay muñecas in love y hasta te cuentan la vida de un juguete. Siempre poniéndole mucho swing, que no falte. Asegura Marina que en el disco hay mucha ensoñación. “Para quienes tocamos música instrumental es más difícil defenderla, la gente está más acostumbrada a escuchar a cantantes. Al público le encanta participar, cuando lo conseguimos, cuando se dan cuenta de que nuestras canciones también se pueden tararear, es un sueño”.
Contar qué es El Show de Dodó no es fácil. Mejor lo explica Luca: “Es como un viaje musical y teatral con toques de humor y una brecha abierta para la improvisación, donde la puesta en escena y los personajes se forjan de fantasía y surrealismo. El sonido está inspirado en los años 20 condimentado con algunos sonidos de la actualidad”.
En este océano sonoro no necesitas socorrista ni flotador. Sólo hay que dejarse llevar por la corriente, permitiendo que las melodías te hagan flotar entre algas, medusas y arrecifes de coral. Es una inmersión acuática que no deja lugar a la quietud: las olas van y vienen entre mareas de alegría extraña, emoción intensa (casi melancólica) y fantasía festiva.
Presentaban Fantasy los Dodó acompañados de otros peces musicales llegados de las profundidades marinas (Nacho Mastretta, Coque Santos, Norman Hoge, David Herrington y Joshua Díaz). Y lo hacían en el Café Berlín, una de esas islas para escuchar música en directo que van quedando en este Madrid gris, desdibujado por la alcaldesa no electa. La misma que castiga a los músicos que tocan en nuestras calles. Por eso son tan refrescantes las burbujas musicales de Dodó. Oxígeno para arrancar el año con la magia de su música, un año en el que tendremos que seguir batallando. Hasta los delfines saben que se resiste mejor con trincheras de canciones. Como decía Emma Goldman, “si no puedo bailar, no es mi revolución”. Bailemos, pues, al ritmo de este show.
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