Marcos Hourmann es el primer médico condenado en España por practicar la eutanasia. Ahora protagoniza la obra de teatro ‘Celebraré mi muerte’, producida por Jordi Évole (Producciones del Barrio) y Teatro del Barrio, y dirigida por Víctor Morilla y Alberto San Juan. Una historia de vida sobre la muerte, el respeto y la libertad.
Al doctor Marcos Ariel Hourmann le cambió la vida el 28 de marzo de 2005. Trabajaba en un hospital de Tarragona y estando en urgencias ingresó Carmen, paciente de 82 años, con fuertes dolores y pronóstico de pocas horas de vida. Tras realizar todo lo médicamente posible, el desencadenante era la muerte. Tanto Carmen como su hija pidieron al médico que, por favor, acabase definitivamente con su sufrimiento. Marcos las escuchó y actuó. Le inyectó cloruro de potasio en vena, Carmen falleció y Marcos hizo algo insólito: dejó escrito en el informe médico lo sucedido. El hospital lo denunció y comenzó un infierno. Despedido, se fue a vivir a otro país con su familia y de nuevo sufrió despidos y hasta acoso mediático. En el proceso judicial se declaró culpable para evitar la inhabilitación profesional, fue condenado a un año de cárcel pero no tuvo que entrar en prisión. Se libró de las rejas, pero Marcos no pudo explicarse. Ahora ha podido hacerlo en esta obra de teatro documental dirigida por Víctor Morilla y Alberto San Juan. Sobre el escenario, cuenta su historia y se somete al veredicto del público.
¿Cómo se fragua este recorrido para que tu historia acabe en un escenario?
Después de una entrevista que me hicieron en el programa Salvados, un programa sobre la eutanasia en 2016. Una semana después de grabar, bajando con Jordi Évole en un ascensor, Víctor Morilla, realizador, dijo que tenía una idea loca y atrevida y en unas semanas nos tomamos un café y habló del teatro documental, basado en Claudia, argentina robada por un teniente coronel. Empezamos a trabajar juntos dos años muy intensos y al final contactamos con Alberto San Juan, por su conocimiento del teatro.
El título ‘Celebraré mi muerte’ es todo un desafío.
La muerte se tiene que tomar de otra manera. Predomina lo oscuro, lo negro, el cadáver. Hay que darle luz a la vida y darle luz a la muerte. Hay culturas en las que la gente festeja la muerte. El título es de Víctor y tiene que ver con eso, poder hacer de tus días finales una despedida celebrando con la gente que quieres, eso es celebrar el final de tu vida. Mi padre decía siempre que la única realidad es que nos vamos a morir todos. Hay que encararla como una parte más, un final dentro de la naturalidad de la propia vida. Tenemos que aprender a manejarla mejor y vivir mejor para poder entender la muerte y poder despedirnos mejor.
¿Cómo está siendo de complicado o no interpretarte a ti mismo?
Bueno, como no me interpreto, el que está en el escenario es Marcos, yo mismo, contando su historia a todas las personas que vienen al teatro. Hay una dirección teatral en cuanto a puesta en escena, la adaptación del texto tras horas de conversaciones. Alberto adaptó mis palabras a un texto y captó la esencia de ciertos aspectos de mi vida y de la historia, lo plasmó dramatúrgicamente de forma maravillosa, mezclado con las imágenes y la música de Víctor.
¿Por qué es para ti importante someterte a este juicio popular del público?
Surgió de forma natural, imprevista, con la idea de la obra. Significa vomitar lo que inconscientemente no pude hacer en voz alta, la injusticia, la hipocresía y la pérdida de valores de la sociedad y de los propios médicos, lanzando un mensaje de esperanza: aquí estamos para que esto salga adelante y que la gente que pide morir no sufra más de lo sufrido por la propia enfermedad.
¿Y qué tal es el veredicto del público?
Muy positivo, es un momento muy bonito de la obra. No es para exculparme de nada, ni para pasar de héroe a víctima, no fue nunca la intención. La idea del veredicto es que la gente opine y puedan expresarse, no sólo que digan inocente o culpable, hay mensajes increíbles. No me molesta que alguien pueda pensar que soy culpable, ahí está la gracia de esto: que cada persona pueda hacer de su vida y de su muerte lo que quiera.
La eutanasia socialmente está aceptada, lo que hay es un bloqueo político y religioso. ¿El teatro tiene esa capacidad transformadora para llegar a la gente y generar cambios en un tema como éste?
Sí, es increíble el foro que puede ser, lo que provoca en la gente cuando sale de ver la obra. Es todo un planteamiento para aquellos que no lo habían pensado nunca o para quienes viven situaciones complejas y quienes tienen la sensibilidad de ver que la muerte de alguien cercano puede aparecer en cualquier momento, así que da una visión diferente de la vida misma y de la muerte. Creo que es un foro maravilloso para tomar conciencia o por lo menos para poder hablar de esto.
¿Qué has aprendido a lo largo de estos años como resultado de toda esa vivencia?
Una de las cosas que aprendí fue a aceptar a los demás, entender que no todo el mundo tiene que pensar como uno. Y lo segundo que aprendí es la humildad. Aceptar a los demás significa ser humilde.
¿Por qué cuesta aceptar que alguien quiera dejar de sufrir y de vivir?
Por la estupidez humana. No del ser humano común que desea morir como él elija sea de una forma u otra, me refiero al no entendimiento. Sin quitar otros derechos, sin comprometer a nadie, cada cual su camino. Creo que este no entendimiento es un aspecto más de la mediocridad humana y la pérdida de valores.
¿Qué tienen en común un médico que le niega la eutanasia a un paciente, un político que niega que se pueda debatir la eutanasia en el Congreso y un obispo que niega el derecho a decidir al final de la vida?
En definitiva es un tema del ser humano en sí mismo. El médico puede tener sus creencias religiosas, cada individuo es resultado de lo que ha vivido y aprendido y eso es muy respetable. Lo que pasa es que esto no es blanco y negro. La muerte digna del que cree en Dios es tan digna como del que no. Unos creen que hay que morir entubado en un hospital y es respetable, pero el problema es que se le imponga eso a otra persona que no quiere morir así y quiere terminar su sufrimiento. Esta gente muere indignamente. Es decir, parece que unos pretenden que los demás tengan que morir como ellos mueren.
¿Imponer un credo o unas ideas a los demás tiene que ver con cómo gestionamos la libertad del otro?
Ahí está el tema, el señor que tiene sus creencias tiene la libertad de hacer lo que considere consigo mismo, pero no puede poner en juego la libertad del otro. Eso es lo que se confunde tanto. Hay mensajes muy fuertes, parece que estamos en una guerra, que estamos matando, es tremendo.
No es lo mismo matar que ayudar a morir…
No tiene nada que ver. Es absurdo. Hay pacientes moribundos que piden explícitamente morir, que no quieren sufrir. Hay gente que dice basta, es difícil entender que no se entienda esto.
La eutanasia ha saltado de nuevo a los medios con el caso de Ángel, que pasó las primeras horas del duelo en un calabozo tras ayudar a morir a María José, su pareja, tal y como ella pidió. ¿Te ha removido cosas?
Me siento muy reflejado, es muy importante lo que hizo Ángel, lo visualizó, no lo escondió. Yo escribí lo que había hecho en el historial médico, no me metieron en el calabozo cuando el hospital me denunció, pero según mi abogado podían haberme llevado preso. Ángel estuvo en prisión después del fallecimiento de su mujer. El calabozo significa la gran paradoja, la gran metáfora de la soledad cuando uno hace un acto tan humano. Creo que es un punto de inflexión para la sociedad; lo que ha hecho Ángel es muy significativo y es una muestra de valentía al no esconderse, sacar a la luz a las familias que ayudan a un ser querido a morir para que no siga siendo algo clandestino que se lleva a cabo a oscuras. Ha hecho un grito de libertad para el que sufre y para las familias.
¿Cuál es el valor predominante cuando tú ayudas a Carmen a morir, cuando Ángel ayuda a María José?, ¿qué impulsa a hacerlo por encima de todo?
El amor. Ahí se resume todo: la empatía, la solidaridad, la compasión, la humanidad. Ayudar a que no sufras más es una forma de decir te quiero, estoy al lado tuyo, te ayudo.
Tuvo muchas consecuencias personales y profesionales para ti, pero todo lo vivido te ha llevado a un escenario para poder contarlo. ¿Cómo es este viaje?
Es un viaje bonito, un regalo todo esto. Este proyecto nos devolvió a Yolanda, mi pareja, y a mí la ilusión; inconscientemente la habíamos perdido. Tuvimos que luchar para sobrevivir, económicamente fue muy difícil, moralmente también duro, levantar cada montaña cada día… Y de repente había una luz en el túnel… No estábamos muertos en vida.
Lo contaste también en el libro ‘Morir viviendo, vivir muriendo’.
Ahí conté la historia pura y dura. Está escrito desde el alma. Sirvió como puerta de entrada para muchas cosas bonitas. Hablo de mi padre, de lo que significó para mí la medicina, de todo lo que pasó… Nació desde los pulmones, sin más pretensiones.
“Provoqué la muerte porque creo en la vida”.
Es que lo creo así. Si no entiendes la vida, no puedes entender la muerte. Parece que la muerte te paraliza para seguir viviendo, inconscientemente siempre está ese pensamiento que te paraliza y te impide hacer lo que realmente quieres. Si uno le pierde el miedo a morir, esa libertad de pensamiento te libera para tu vida. La muerte es algo más, no solamente el final de un drama. Es un final que nos va a venir a todos, pero en el camino hacia la muerte, se puede vivir entendiendo la vida, haciendo lo que realmente quieres, buscando quién es uno, a qué vinimos a este mundo. Desde ahí la muerte se entiende mejor, llega con más tranquilidad cuando has hecho lo que tienes que hacer en la vida.
Entrevista de Silvia Melero publicada en El Asombrario