Huelen mal. No pueden controlar la orina ni las heces, se lo hacen todo encima. Por eso sufren el rechazo de su comunidad y de sus maridos. Sienten vergüenza y se aíslan. Se calcula que unos dos millones de mujeres padecen la fístula obstétrica por un parto obstruido. En Etiopía hay un lugar donde su dolor es abrazado y su herida, curada. Es una aldea donde la alegría brilla de nuevo.
Desta Mender. Significa ‘aldea de la alegría’ en amhárico, la lengua oficial de Etiopía. A esta pequeña ciudad de 10 cabañas llegan mujeres con su dignidad pisoteada por el estigma de una herida innombrable, desconocida, devastadora: la fístula obstétrica.
La historia se repite en la vida de muchas etíopes a lo largo y ancho del país. Pongamos que se llama Radia. Tiene 15 años y se ha puesto de parto. En su poblado, por supuesto, no hay ningún tipo de centro sanitario ni personal médico. La ayudarán las vecinas. El bebé no sale. Pasan los días (a veces más de 10) y ni siquiera hay posibilidad de acudir a un hospital. Está lejos, no puede pagar el transporte y necesitaría caminar durante horas. El bebé acaba muriendo en su interior. Cuando su cuerpecito fallecido se contrae y los huesos se ablandan, logra expulsarlo. Tristeza y dolor. Pero su drama sólo acaba de empezar. Agotada por el esfuerzo titánico, intenta descansar y cuando despierta, está empapada, hay un olor fétido y no entiende qué pasa. Es incapaz de controlar la orina y los excrementos. Pasan las semanas, la gente habla, su marido la echa de casa. Ni siquiera su propia familia la acoge. Continuamente resbala por sus piernas un reguero de pis. Le construyen un tokul (cabaña tradicional) en un lugar apartado y ahí, sola y avergonzada, pasará el resto de sus días… hasta que muera o se suicide.
No lo hará si tiene la suerte de que en su camino se cruce la doctora Catherine Hamlin. Con 86 años, esta australiana lleva media vida en Etiopía operando gratuitamente a estas pacientes. Llegó al país africano en 1959 con su marido, motivados por un anuncio sobre la necesidad de ginecólogos para formar a comadronas. Entonces empezaron a ver que al hospital llegaban mujeres con incontinencia urinaria que eran rechazadas, incluso, por los otros pacientes y que nadie sabía curar. “Nunca habíamos visto una fístula obstétrica antes. Para nosotros era una rareza académica” recuerda la doctora en su libro El hospital junto al río (Kregel Publications). “Un joven ginecólogo nos dijo que las pacientes de fístula romperían nuestros corazones. Y esto es exactamente lo que hicieron”. Como respuesta ante la soledad y el sufrimiento de estas mujeres, el matrimonio empezó a buscar una solución. Y en 1975 fundaron el Hospital de Fístula de Addis Abeba (la capital etíope), pionero y especializado exclusivamente en el tratamiento de esta patología. Tienen historias sobrecogedoras, como la de una mujer que llegó desde Eritrea, tras caminar 450 kilómetros durante 10 años. O la de una anciana que llevaba 40 años padeciendo la dolencia.
Lesión oculta
Una fístula es un agujero. “Cuando hay problemas durante el parto y la cabeza del feto se queda encajada en la pelvis, su presión prolongada produce el cierre de los vasos sanguíneos que, al quedarse mucho tiempo sin oxígeno, hacen que se muera una parte de tejido en la pared de la vagina contra el pubis atrapando la uretra o incluso parte de la vejiga urinaria. El tejido muerto crea la fístula. En los casos más graves puede llegar también hasta el recto”. Lo explica el doctor Francisco Reyes, director del Hospital Rural de Gambo, un centro que cuenta con el apoyo de organizaciones como Manos Unidas. “En Etiopía es bastante frecuente sobre todo porque la mayoría de los partos se hacen en las casas, atendidos por familiares o amigas, apenas el 20% –en muchas zonas incluso menos– son atendidos por personal sanitario cualificado”.
Según la Organización Mundial de la Salud, se calcula que hay dos millones de mujeres y niñas en el mundo que sufren esta lesión oculta, sobre todo en países africanos (en Etiopía se dan 10.000 nuevos casos al año). Pero esta cifra se refiere a las que han sobrevivido y están diagnosticadas. Es más que probable que sea mucho más alta, teniendo en cuenta que las mujeres permanecen escondidas, invisibles, olvidadas.
Y humilladas. Condenadas a la marginación, creyendo que la fístula es un castigo de Dios, sobreviven mendigando, como apestadas. “En otros hospitales siempre son rechazadas. Ellas no tienen nada, excepto la fe, la esperanza y la ropa empapada por la orina. Por eso construimos nuestro hospital. Damos una nueva vida a mujeres jóvenes, hermosas… Por eso me quedé en Etiopía. Las amo.” Ya viuda, Catherine sigue trabajando incansablemente por estas mujeres. Porque la fístula tiene cura. Se hace con cirugía reparadora. Su hospital las opera gratuitamente, ninguna podría costear el tratamiento completo que supone unos 200 euros (intervención quirúrgica, medicamentos, hospitalización, ropa nueva y billete de vuelta a su aldea, si es que quieren volver). A 12 kilómetros del hospital, construyeron la Aldea de la Alegría para acoger a aquellas pacientes de larga duración, incurables o que no quieren regresar al infierno de sus hogares. Las mujeres que viven aquí, con sus características mantas multicolor, van a la escuela, fabrican artesanía y son autosuficientes. Una huerta y una granja permiten que la aldea se abastezca. Han vuelto a la vida.
Sin derechos
Aunque el 93% de las operaciones concluye con éxito, no todos los casos pueden curarse. Además de la incontinencia, la fístula puede provocar infecciones, irritación de la piel, trastornos renales, infertilidad e incluso la muerte si no se trata. En un 60% de los casos, la presión del bebé también daña los nervios impidiendo que caminen con normalidad. Muchas han pasado tantos años tumbadas que sus piernas se han anquilosado.
Las consecuencias psicológicas también son importantes, como cuenta el doctor Reyes. “Una mujer rechazada por la familia y la sociedad está condenada a la pobreza, con la discapacidad que representa la fístula se quedan sin derechos ni atención. El parto traumático les deja secuelas psicológicas de depresión. Si en el país faltan cirujanos y personal sanitario formado, aún más faltan consejeros y acompañantes que sepan guiar a estas mujeres en el proceso de recuperar su propia dignidad”.
Los equipos de Médicos sin Fronteras también le han devuelto la sonrisa a muchas chicas. Por su campo de fístulas en Boguila (República Centroafricana), han pasado historias como la de Zanaba (16 años). Tras siete días de parto, su madre alquiló una moto para llevarla a una clínica. Pero perdió a su hijo. “He sufrido mucho. Mi marido lo sabe y no ha hecho nada por mí. Estoy muy contenta de haberme operado. Cuando me vaya a casa bailaré y cantaré y rezaré cada día”. Otras explican que no las dejaban utilizar el transporte por su olor, o que nadie quería sentarse a su lado en la iglesia.
Robertine (32) tiene siete hijos y hace cuatro años que tiene una fístula. “Mi marido nos abandonó a mí y a mis hijos. En la aldea nadie quiere verme ni venir a casa. La gente me rehúye porque huelo mal, me siento más segura y bien acogida aquí”.
La herida de la vergüenza
Después de Nigeria, Etiopía es el segundo país africano con más afectadas por la herida de la vergüenza. Y es también uno de los países con mayor tasa de mortalidad materna. En el origen del problema está la pobreza, la falta de recursos sanitarios y las tradiciones culturales que mantienen a la mujer anulada. Entre ellas, los embarazos prematuros. Más del 25% de las pacientes con fístula habían quedado embarazadas antes de los 15 años y más del 50% antes de los 18.
Sus pequeños cuerpos, producto de la malnutrición, y su pelvis que aún no está lo suficientemente desarrollada, son más propensos a un parto obstruido que necesitaría de una cesárea. Si a esto le unimos el bajo nivel educativo de las mujeres y su sumisión al hombre, el resultado es fatal.
La ley etíope prohíbe los matrimonios en edades tempranas, pero en muchas zonas rurales sigue siendo normal casar a las niñas. Con 4 ó 5 años son ya prometidas como esposas en matrimonios amañados. En la región de Amhara, por ejemplo, la mitad de las adolescentes se casa antes de los 15 años. Por su edad, corren un riesgo de defunción materna cuatro veces más alto y la tasa de mortalidad de sus neonatos es un 50% superior. La campaña Stop early marriage del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA) trabaja con las familias, los jefes de las comunidades y los jóvenes para retrasar la edad del matrimonio y la maternidad. También apoya a las adolescentes casadas con programas de alfabetización y de aptitudes para la vida, ofreciendo información sobre salud reproductiva. Es la forma de generar el cambio en un asunto tan complicado y tan asentado en su cultura. Aunque resulte difícil de comprender para la mentalidad europea, casar a una niña a veces es una forma de garantizar su seguridad, impidiendo que sea violada, pues al tener un marido es respetada, tal y como cuenta la doctora Hamlin. “Los problemas relacionados con la fístula no se pueden tratar de forma aislada, todo tiene relación: si estas niñas estuvieran escolarizadas, estarían seguras; si hubiera centros de salud y comadronas preparadas, podrían ser atendidas; si hubiera medios de transporte, llegarían a tiempo al hospital”.
Enfermedad de mujeres
Se estima que 16 millones de niñas de edades comprendidas entre los 15 y los 19 años dan a luz cada año en el mundo. Catherine tiene claro que cambiar las tradiciones culturales es complejo y el proceso debe partir de la propia población. Promover escuelas para niñas, formar a comadronas en los poblados y crear más hospitales está entre los proyectos de esta emprendedora nominada hace años al Nobel de la Paz y ganadora del Premio Nobel Alternativo (Right Livelihood Award).
¿Por qué no se habla más de la fístula? Es la enfermedad de las mujeres, sólo afecta al género femenino. Concretamente, cada día 273 parturientas desarrollan esta herida (100.000 casos al año en el mundo). La capacidad internacional para tratarlas es de 6.500 pacientes anuales. Hay una necesidad aplastante de atender a estas mujeres. Hasta el año 2003 no se lanzó una campaña mundial para eliminar la fístula (lo hizo el Fondo de Población de las Naciones Unidas, junto a la OMS).
“Son las mujeres más dignas de compasión de todo el mundo”, le dice Catherine a Nicholas Kristof en La mitad del cielo(Duomo Ediciones). “Están solas en el mundo y se avergüenzan de sus propias lesiones. Para los enfermos de lepra o las víctimas del sida existen organizaciones de ayuda. Pero nadie sabe de estas mujeres, ni las ayuda”.
El hospital de Addis Abeba se ha convertido en el referente mundial al que acuden ginecólogos y cirujanos para formarse. Llegan de Nigeria, Sudán, Tanzania, India o Bangladesh. También en la Aldea de la Alegría muchas de las pacientes se preparan como parteras. Ayudarán, con una sonrisa enorme en la cara, a otras jóvenes en el parto para que no pasen por lo que han pasado ellas.
La doctora Hamlin considera un privilegio haber podido dedicar buena parte de su vida a las “peregrinas de la fístula”, como las llamaba su marido. “Espero que un día la educación se extienda y las niñas puedan ir al colegio y decidir que no quieren casarse hasta ser más mayores. Pasarán años, pero es la forma de prevenir la fístula”.