Su muerte y la mía no son patrimonio de la Iglesia católica

He esperado un par de meses para escribir esto. A veces me estallan por dentro las palabras y necesito expresar la indignación, desde la serenidad, pero con la contundencia que merece el asunto. En este Estado supuestamente ‘democrático’ y ‘aconfesional’ (no lo digo yo, lo dice la Constitución española), me he visto obligada a despedir a una de las personas más importantes de mi vida en una capilla católica, único espacio existente en un tanatorio municipal público (el de Getafe) construido con dinero de todos y todas y gestionado, cómo no, por una empresa privada.

Lo primero que quiero decir, aunque quizá sobre, es que respeto profundamente las creencias religiosas o no religiosas de los demás. Defiendo plenamente que cada cual despida a sus muertos con el ritual que quiera. Pero resulta que en este país los derechos de las personas no creyentes, agnósticas o ateas no están tan protegidos.

Me gustaría decir que mi no creencia, mi ideología, es tan importante como tu creencia. Mi no creencia se basa en ideas, en reflexiones, en sentimientos, en valores. Tengo la sensación de que esto a veces se olvida.

Ella no era creyente. Yo tampoco lo soy. Ella no quería símbolos religiosos ni rituales católicos. Pero los hubo. Porque no teníamos elección. Por motivos muy poderosos, el dolor y la tristeza no me hicieron perder la claridad de mi mente, ni la calma interior, así que intenté reconducir la situación varias veces. Paso al relato.

Lo del negocio de la muerte da para otro tema, pero escuchar que de un tanatorio a otro entre municipios vecinos hay una diferencia del doble de precio porque “esto es como las viviendas, cuanto más cerca de Madrid más cara la sala velatorio” no debería extrañarme, aunque me cuesta dar crédito. No debería extrañarme porque son los mismos, los que no tienen escrúpulos al especular con el hambre, con el derecho a la vivienda, con la muerte de las personas, con el dolor.

Luego viene la parte de elijan el ataúd. El más sencillo, claro, porque Ella quería ser incinerada y de estas cosas habíamos hablado. Y ahí aparece un extenso catálogo en el que todos tienen un crucifijo. Sin crucifijo, por favor. Le extraña, se lo repito, lo pone por escrito. Si después de pasar ese trago, nadie se molesta en leer los papeles es como para indignarse, sí. Al día siguiente Ella llegó a la sala del tanatorio en un ataúd con crucifijo. No sólo eso, cuando la metieron en la sala velatorio le pusieron detrás otro crucifijo, vertical, mucho más grande. Qué difícil es esto, pero hay que ir a decirlo. En recepción explico, a pesar de mi tristeza, con toda mi calma y mi educación, que lo pone en los papeles (en los mismos donde anotaron los datos bancarios), que por favor lo miren. No voy a describir la expresión de la recepcionista mirándome como si yo fuera un ser de otro planeta. Casi entra en estado de shock, pero llama a su responsable y finalmente dicen que cambiarán la tapa. Así fue, llegó una tapa sin crucifijo.

Como la sala velatorio individual se queda pequeña para tanta gente y queríamos hacerle la despedida que Ella se merece, pregunté por la sala grande habilitada para ello. Es una capilla católica. Único lugar disponible para reunir a familiares y amigos. Vale, no hay más opción. Por supuesto, eso se paga aparte. Ya tenemos hora y la reserva. Ahora me pregunta a qué hora queremos el servicio religioso. No, gracias, no queremos servicio religioso. Otra vez me mira como si me hubiera fumado algo. En las siguientes horas tuve que responder unas cinco veces a la misma pregunta cuando me buscaban por el tanatorio para repreguntarme: No, gracias, no queremos servicio religioso.

¿Es necesario todo esto? ¿Por qué la Iglesia católica sigue teniendo el monopolio, también, de la muerte? ¿Por qué no respetan que hay otras formas de vivirlo, que incluso en esto hay alternativas?

Si lo que les preocupa es que las personas no creyentes no sabemos despedir a nuestros seres queridos, quédense tranquilos. La despedida que le hicimos a Ella fue sencilla y hermosa. Un homenaje a la vida, al amor que nos deja. Sus amigas nos sacaron sonrisas entre lágrimas, con recuerdos preciosos. Varias personas me han dicho que salieron de allí con mucha paz. Fue nuestra manera, que no es mejor ni peor, es la nuestra, y me gustaría no tener que desgastarme tanto para poder elegir mi camino libremente.

Hace un año escribí sobre esto, tras volver de un tanatorio. Varias personas me contaron sus experiencias. Auténticas peripecias para no seguir los trámites establecidos porque sí. A mí no me vale eso de “es que siempre se ha hecho así”. Pues ahora se cambia, no pasa nada. Me consta que muchos amigos creyentes piensan como yo, son de la otra Iglesia, la de base, la rebelde, la que no tiene nada que ver con Roucos y Gallardones.

Se mezclan en estas dinámicas establecidas varias cosas: una clara herencia del nacionalcatolicismo, de la imposición de un credo. Aún no nos hemos curado de algunas cosas, esta sociedad ha vivido más tiempo en dictadura que en democracia. No hay más que ver cómo nos quieren imponer otro rey. Y esa educación católica pesa mucho también en cómo se vive la muerte, con el luto y los sentimientos de culpa sobrevolando por todas partes. Darse la libertad para vivir esto a tu manera es liberador. Hay, también en el duelo, otros caminos de diferentes colores. Pero ése sí que es otro tema.

Me cuentan que en el tanatorio de Fuenlabrada hay una sala multiconfesional con símbolos de las diferentes religiones. Bravo. Creando espacios amplios donde cabemos todas las personas. Pero, ¿y si no quieres que presida tu despedida ningún símbolo religioso? ¿Es tan complicado hacer una sala multiusos, libre, a disposición de todos los ciudadanos y ciudadanas de este país, en la que cada cual elija adecuarla o no a sus creencias o convicciones?

¿Me van a obligar a despedirme de mis seres queridos cuando me muera -y a que ellos se despidan- rodeados de símbolos religiosos, aunque para mí sea una decisión madura, legítima, libre, no hacerlo así?

La despedida tras la muerte es un acto civil. Como la celebración del nacimiento. Defiendo la libertad para que cada cual siga el ritual religioso que quiera. Lo defiendo firmemente. Por eso me gustaría que a buena parte de la ciudadanía de este país se nos permita acceder al mismo derecho.

Yo me quiero morir (y despedir) de otra forma. A ver si me dejan.