¿Quién es Rodríguez? La historia del músico digno

Captura de pantalla 2013-03-21 a las 13.00.41No tenía ni idea de quién era este músico nacido en Estados Unidos, de descendencia mexicana. Sus canciones, desde hoy,  forman parte de la banda sonora de mi vida. Su historia es tan increíble, inspiradora y maravillosa que aún me ha dejado esa expresión de la boca abierta ante lo sorprendente e inesperado, ante la magia de la vida con la que me cruzo a cada rato. Sin saberlo, compré, junto a la entrada de cine, un billete de ida y vuelta que me transportaba de la emoción a la risa, pasando por el llanto, entre escena y escena.

Searching for Sugar Man es un documental bien narrado, cuidado, que te mantiene en vilo al más puro estilo de una película de suspense. La intriga, el misterio, la falta de información que rodea al personaje y las tenebrosas historias que se crearon sobre su supuesto terrible final ayudan a dibujar esa atmósfera que engulle al espectador.

Pero lo que hay detrás es un hombre humilde. Sixto Rodríguez. Un músico que grabó dos discos (para los productores que lo descubrieron en los años 60 se situaría a la altura de Dylan, superándolo incluso) y no triunfó en su país. La industria musical estadounidense y el público no escucharon las canciones del misterioso hombre-vagabundo que recorría las calles desgastadas de Detroit haciendo de lo cotidiano algo bello, creando poesía del polvo urbano, de los rostros sin nombre, de la gente de barrio.

Tras el “fracaso” de sus discos, Rodriguez continuaba su vida trabajando duro en la construcción, asistiendo a escuchar música en directo cuando podía, rescatando el derecho a la cultura también para los de abajo, los de la clase obrera y marginal que sobrevive entre las dificultades. Sabiendo que ser pobre en lo material no impide tener grandes sueños ni almas ricas. Seguía con su vida discreta, anónima, sin saber que a miles de kilómetros, en otro contienente, en un país con una historia dolorosa y vergonzante, su música había abierto una puerta a toda una generación que encontró en sus canciones un himno, que descubrió que se podía cuestionar el orden establecido, rebelándose contra lo que se les imponía.

Rescatado del olvido, Rodríguez pudo cumplir sueños grandes, con la normalidad y la paz que da saber que ése es el espacio que se merecía, su estado natural. Sencillez y confianza. Pudo ofrecer su talento al mundo, al menos a esa parte del mundo que lo había mantenido vivo. Un escenario, una guitarra, sus canciones y un público enloquecido. Dio las gracias y se marchó. Otros se enriquecieron a su costa. Él volvió a su barrio de siempre, a su casa de siempre, a su vida de siempre.

Puedo imaginarme la euforia del director del documental, Malik Bendjelloul, cuando descubrió la historia de Rodríguez. Es la excitación que hemos experimentado quienes hemos visto su película. Letras proféticas, un hombre cantando en un bar de Detroit de espaldas al público, oscuridad, rumores, olvido… Y una copia pirata llegando a la Sudáfrica del Apartheid. Un mito, un icono de la libertad, una búsqueda, un reencuentro. Escucho de fondo I wonder, no se me va de la cabeza.

Hay historias que merecen ser contadas. Ésta es una historia tan bella sobre un músico y el poder de la música que parece ciencia ficción. Pero es real. ¿Cuántas cosas estarán pasando ahora mismo en el mundo que no conocemos? Aunque no sepamos de ellas, están sucediendo. Lo maravilloso del periodismo y del cine es poder contarlas. Rescatarlas.  Estoy expectante ante las nuevas historias que vendrán.

Gracias Malik Bendjelloul por contarla. Y gracias a los premios que le han llegado (Oscar incluido). Sin ellos quizá no hubiéramos podido disfrutar de la película en una sala de un cine de Madrid.