El racismo que sufren mis amigos (por ser negros, musulmanes o inmigrantes)

Mi amigo Abu es de Senegal. Es un gran cocinero. Y es pareja de una de mis amigas. Cuando me invitan a comer, disfruto mucho (de la comida y de las conversaciones). Habla de su país y desmonta en un momento tópicos y prejuicios. Pero él se choca constantemente con ellos desde que llegó a España, hace 10 años. Los mismos años que lleva trabajando en la misma empresa en Madrid. Hay compañeros a los que no les gusta que “un africano gane lo mismo” o que, encima, haya ascendido.

Abu habla tres idiomas y cinco dialectos. Estudió Ciencias Económicas en su país. Pero para mucha gente, Abu es sólo un negro, un inmigrante, un musulmán. Vamos, todos los ingredientes juntos para ser sospechoso, para ser catalogado de ‘terrorista islamista’ por gente que no sabe distinguir entre conceptos como musulmán, árabe, islámico, islamista o terrorista. Da igual, no se van a molestar en acercarse a preguntar, a conocer, no vaya a ser que se les rompa la cárcel de “seguridad” en la que encierran su mente. Na vaya a ser que descubran que todo lo que les venden para odiar y temer al que es diferente es una estrategia de dominación y manipulación.

Abu ya no coge el autobús. Prefiere el Metro o caminar. “Te miran, no saben nada de ti pero te juzgan. Es un estrés ver cómo te miran. Pero yo estoy muy contento del color de mi piel”. Ha escuchado muchas cosas al subir al bus, sobre todo de personas mayores. Un hombre le dijo un día: “Mono, vete a subir a un árbol en tu país en vez de subir al autobús”. Parece increíble, ¿verdad? Pues esto sucede. Yo misma he escuchado en los autobuses a españolísimos despreciar a personas sólo por su tono de piel o por su origen. El “vete a tu país” se estila mucho.

Curioso, el miedo que les han instalado en sus cerebros hace que salten esos resortes. Miedo a que te van a quitar el trabajo (como si el derecho al trabajo fuera propiedad de una nacionalidad o una ‘raza’), miedo a que te quiten la sanidad (cuando los inmigrantes aportan más a las arcas del Estado de lo que reciben), miedo, miedo, miedo al otro. ¿Y la gente no tiene el mismo miedo a quienes están privatizando los servicios públicos? Son blancos, nos gobiernan y llevan traje y corbata. Ésos sí son peligrosos. Pero triunfa el marketing de la apariencia. Son los seres ‘fiables’, ‘serios’, ‘competentes’.

A mi amigo Abu le ha pasado algo sorprendente en su trabajo. Durante mucho tiempo aguantó en silencio los insultos racistas y las humillaciones de un compañero. “Hay mucho racismo. Imagínate lo que es que alguien te mire a la cara y te diga puto negro de mierda”.

“Puto negro de mierda”. “Vete a África, que en tu país os morís de hambre”. “Asqueroso”. Y un día Abu no aguantó más. Y cuando recibió los insultos reaccionó dándole un puñetazo. “Sé que no está bien pegar, pero es que ya no podía más”. Sabía que se exponía a una sanción por parte de la empresa o, incluso, a tener problemas más serios en su trabajo. Pero la historia dio un giro inesperado. Por suerte, una persona del comité de empresa había grabado lo sucedido. Y se pudo demostrar que el acto de Abu no era un puñetazo aislado o un gesto violento gratuito sino la respuesta a una agresión constante y continuada en el tiempo. Sus jefes sancionaron al trabajador racista con diez días sin empleo ni sueldo. Uno de los jefes le dijo: “¿Tú no sabes que tu sangre es roja igual que la de Abu? ¿Dinos cuál es la diferencia entre él y tú?” Le obligaron a pedir perdón delante de todo el mundo. Abu no tuvo sanción de ningún tipo.

Mi amiga Zahra es saharaui. Es profesora y trabaja en un instituto. Vive en un pueblo de Castilla La Mancha. Disfrutábamos en su casa de un riquísimo cuscús (y de la charla pausada tumbadas en la alfombra mientras tomamos los tres ricos tés saharauis) cuando me contó lo que han pasado sus hijas. Las dos han nacido en España y visten como cualquier niña. No llevan melfa (la preciosa vestimenta de las mujeres saharauis). Cuando Zahra se la pone en determinados momentos, la gente la mira raro. Presuponen que es musulmana. Y ni todas las saharauis son musulmanas ni todas las españolas somos católicas. Su hija mayor soportó durante cuatro años el insulto diario cuando subía al autobús para ir a clase. Cada día, desde los 12 a los 16 años. “Negra”. Y no es negra, pero hay quien siente la necesidad de señalar, insultar recurriendo al recurso fácil para remarcar el color más oscuro de la piel. Su hija pequeña, cuando tenía cuatro años le preguntó un día llorando: “Mamá, ¿qué es mora?” No lo entendía, no entendía que en el colegio no quisieran jugar con ella. No entendía ese rechazo porque ella no se siente diferente, se siente como los demás niños. Pero es la mirada de los demás la que pone el acento en la diferencia. Ser diferente no es malo, el problema es cuando alguien te distingue del grupo para discriminarte. “Empezó a tener un complejo grande y la autoestima por los suelos. Cuando la pegaban no se defendía, se dejaba pegar para poder jugar con ellos”. La cambió de colegio, el ambiente del pueblo era asfixiante porque eran las únicas ‘diferentes’. Al empezar a ir a un centro en la ciudad, donde había inmigrantes, la cosa mejoró, hizo amigos y volvió a ser ella misma.

Cuando Zahra empezó a trabajar en el instituto, no todo el mundo la consideraba profesora. “Me ha pasado que el conserje me impida entrar al baño diciéndome que ése baño es sólo para profesores. A lo que respondí que por eso entro, porque soy profesora”. Pero, a pesar de todo, cuenta que la situación ha mejorado en los últimos años, que se nota bastante. “Recuerdo hace años, la actitud del profesorado en las evaluaciones refiriéndose a alumnos inmigrantes con palabras como el morete o el rumano. Me indignaba. Mi trabajo es hablar del expediente académico y de lo que podemos hacer por el alumno, no señalarlo”.

Mi amigo Félix es cubano. Le encanta la poesía. Un día fuimos a un SlamPoetry en el Café Libertad 8 y disfrutó un montón. Es médico y trabaja en un hospital. “Creo que la gente está condicionada por una actitud de incultura. A mí no se me ha expresado de manera abierta un rechazo explícito. Me han ocurrido cosas condicionadas por la ignorancia”. Por ejemplo, en el hospital, algún paciente ha estado esperando a un especialista médico y cuando ha entrado él ha pensado que era el celador de forma automática, porque Félix es mulato. “Puedo ponerte muchos ejemplos así. Hay también una incomprensión del mestizaje. Mi hija es muy parecida a mí, pero mi hijo es más parecido a mi mujer (española), es blanco de piel, y la gente se toma la libertad de preguntarme si el hijo es mío. La ignorancia es muy atrevida”. Pero Félix es consciente de que hay rasgos en él que no le hacen sufrir el mismo racismo que sufren otras personas. “Hablo el mismo idioma, no soy un negro africano, soy cubano, físicamente resulto atractivo y eso creo que hace que me traten como algo exótico”.

¿Esto que les pasa a mis amigos es algo aislado? No. Recordemos las redadas racistas en Lavapiés, en las que el simple color de piel hace que la Policía te retenga y, si te falta un papel, pueda llevarte a una cárcel para inmigrantes (CIE). Y, por ejemplo, hoy mismo se pueden ver en las calles de Madrid carteles publicitarios con la imagen de Coco (el de Barrio Sésamo) y el mensaje: Seis millones de inmigrantes, seis millones de parados. ¡No es racismo, son matemáticas!. Son los de la campaña Lo Nuestro. Es decir, reivindican el trabajo para los españolísimos, que para eso somos una raza superior elegida por los dioses: para tener privilegios sobre los demás. Se les olvida que el problema no son las personas inmigrantes. El problema es el sistema económico que genera desigualdad, desprotección, desempleo. El problema es la casta política. El problema es la corrupción. El problema es el libre mercado. Ése es el problema. El problema no es mi amigo Abú ni mi amiga Zahra ni mi amigo Félix.

Los mensajes xenófobos explícitos o implícitos están en los proyectos políticos. Hay quien considera que una persona que ha nacido en otro país, por el hecho mismo de nacer en otro país, simplemente no merece acceso a un derecho universal como la sanidad pública. No les consideran iguales, por lo tanto, no les consideran humanos, parece ser. Me cansa mucho esto de “todas las ideas son respetables”. Es un discurso mezquino y permisivo con las ideas que van en contra de los derechos humanos. Me niego a ser tolerante y permisiva con los partidos políticos, las ideologías y las personas que son racistas. Así de claro. Así de simple.

Sabemos que el racismo es fruto de la ignorancia, el desconocimiento y el miedo. Los grandes medios de comunicación aportan lo suyo a la desinformación y la difusión de estereotipos e imágenes distorsionadas. Esto se resuelve con educación, sensibilización, libros, cultura, música, cine, viajes… Pero, sobre todo, se resuelve tomando cañas con personas que no han nacido en el mismo lugar geográfico que tú.

 

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