Dúrika: la vida en color verde

12931319CEEn Dúrika jubilan a las cabras. “Tenemos el primer proyecto del mundo de cabras pensionadas”, me dice Eugenio. Es uno de los miembros de la comunidad de esta reserva biológica en Costa Rica. Llegué allí hace unos años un poco por casualidad, desviando espontáneamente la ruta de mi viaje por el país al leer un breve párrafo en una guía turística sobre este lugar insólito. De las cabras obtienen leche y hacen queso, además de usar sus excrementos para el compostaje que abona el huerto (orgánico y ecológico). Pero no se las comen. Cuando se hacen viejitas y ya no pueden producir, las jubilan y las cuidan hasta que mueren, como  hermanas. Y las entierran en el cementerio de cabras, donde los niños las despiden. Es su forma de agradecer todo lo que ellas les han dado durante muchos años. Lo mismo con las gallinas.

A ver cómo cuento qué es Dúrika, sin que el lenguaje común y cotidiano eclipse la originalidad de esta comunidad difícil de clasificar. No es una comunidad hippie, ni religiosa, ni política. No es una secta, pero tiene sus normas de convivencia y salud: no se permiten drogas, ni alcohol, ni tabaco, ni gritar, ni hablar mal a los demás. En su filosofía de vida, hay tres temas en la lista negra: política, religión y fútbol. No es que estén prohibidos, si tienes creencias religiosas las practicas en la intimidad, pero no se puede hacer proselitismo. Se puede hablar de política, de ideas, pero no hacer propaganda de partidos. Consideran que estos tres temas han dividido a la humanidad y son fuente de violencia y agresividad.

Sí es una comunidad ecologista, naturalista, respetuosa con todas las formas de vida. Se autodenominan “comunidad orgánica autosuficiente caracterizada por la convivencia pacífica, el respeto mutuo, el trabajo duro, el amor por el ambiente y el ser humano”. Producen lo que comen. Son bio-ovo-lacteo vegetarianos.

Han logrado crear algo hermoso, difícil de definir y catalogar.

12515124vVLlegué a ella en la furgoneta de la comunidad con tres de su miembros: Patricia, Wendy y el pequeño Guillermo, ascendiendo (casi trepando) por ese camino imposible, empedrado. Son las hijas del fundador, Germán. Psicólogo y biólogo, hace 30 años recorrió el país dando charlas sobre conciencia medioambiental y creó una filosofía basada en tres pilares: justicia ambiental, justicia económica y justicia social. Se le fueron uniendo personas, hasta que unas 50 se lanzaron a crear una nueva comunidad y una nueva forma de vida y de organización desde cero, para aplicar realmente la idea de armonía y equilibrio entre la Naturaleza y el desarrollo humano. Pensaron que sólo así podrían configurar una nueva sociedad que cree y no destruya, una nueva generación de personas con otros principios, no contaminadas. Un nuevo concepto de ser y estar. Médicos, biólogos, profesores, y hasta una actriz de cine, vendieron sus propiedades (casas, coches) en la capital, San José, dejaron su trabajo y compraron conjuntamente unas tierras deforestadas frente al cerro Dúrika, en lo alto de las montañas, a 1.800 metros, entre dos grandes reservas indígenas. Aquí iniciarían una vida nueva, para demostrar que es posible otro tipo de civilización, para rescatar lo verdaderamente humano, lo que habitualmente queda oculto por el estrés y el consumismo salvaje.

Siguieron un riguroso programa de entrenamiento: supervivencia y orientación en la montaña, primero auxilios, alimentación, meditación, yoga, gimnasia, labores como coser, hornear, construcción, etcétera.

12902216twHombres y mujeres transportaron todos los materiales necesarios para la construcción de la comunidad. Por varios años, el lugar permaneció aislado y era accesible sólo a pie. Pero tallaron un camino de piedra picando a mano para recibir viajeros.

Es un entorno singular. Hay algo mágico en el ambiente que te impregna y te posee desde que llegas. Algo que flota, que te invade, que te hace sentir una paz interior extraña, una armonía con el entorno, con el universo. Es como sentir que formas parte del todo, que todo cobra sentido, un sencillo sentido. Que hay leyes que se nos escapan y si las comprendes todo fluye con normalidad, de forma natural. Entonces aprendes que una serpiente aterciopelada, la más venenosa, no te pica si no la atacas, y que si a Dana se le aparece el puma cuando está pastoreando las cabras, no pasa nada si observa con amor al “hermano puma”, si lo mira a los ojos como a un igual pidiéndole que no dañe al rebaño. Y la poderosa bestia, tranquila y apacible, se retira sin más.

El aire fresco y perfumado de las montañas rodea esa escena. El bosque está nuboso, una misteriosa niebla llega y lo inunda todo, cual cortina que, de repente, se va retirando para abrir de nuevo el telón y ofrecer ese paisaje lleno de quietud, pintado pero latente de vida.

Estas gentes de Dúrika son diferentes. Hablan en un tono muy suave, casi en un susurro, son extremadamente amables, irradian felicidad y paz. Hay en el trato mucha cordialidad y cercanía, pero al mismo tiempo son muy firmes en sus ideas y convicciones. Transmiten seguridad y fortaleza.

El largo camino que han recorrido no ha estado exento de problemas. Han tenido que enfrentarse a los cazadores furtivos y taladores, incluso judicialmente, apagar incendios (provocados para originar pastos) y crear su propia policía de protección ambiental para protegerse de amenazas y ataques. Me impresiona la determinación con la que hablan de la defensa de los ecosistemas. Cuando llegaron a esta zona deforestada les dijeron que era imposible recuperar esos bosques colindantes al Parque Internacional de la Amistad, el más grande de Costa Rica. Pero lo hicieron. Da gusto ver los árboles que se alzan rozando el cielo, la diversidad de especies. Los animales han vuelto.

12559164akCon la madera de los árboles que caen por el viento han construido las cabañas. Se autoabastecen con energía solar. En la que nos alojamos hay jabón que ellos mismos hacen. El verde de la vegetación se mete por la ventana, con los cantos de los pájaros y el aroma colorido de las flores. Somos bosque. Me siento al atardecer en el porche, me siento en silencio, sólo a mirar. Todo lo que me envuelve es único, singular, especial. Me noto suspendida en el aire, es como una casa flotante, me sostiene la montaña. Esas vistas se clavan en mi retina. Y aparece un colibrí frente a mí, se para unos instantes (probablemente habrá estado apenas unos segundos, pero me pareció un instante eterno). En mi tendencia habitual a ver realismo mágico por todas partes cuando estoy en Latinoamérica, me parece, claro, que el colibrí ha venido a saludarme, a darme la bienvenida como hacen cada unas de las personas de la comunidad. Hasta pienso que sabe mi nombre, que me conoce. Y, tan rápido como vino, se va, dejándome una enérgica sensación de felicidad.

En Dúrika todo esta organizado, con una idea de actividad ordenada, de aprovechamiento del tiempo, pero sin prisas ni estrés. Los horarios de las comidas, bien definidos, todo puesto en el comedor con una delicadeza excepcional, exquisita. Cada miembro de esta gran familia tiene algún proyecto asignado (Eugenio el de recuperación de orquídeas, por ejemplo) pero rotan por todas las funciones: cocina, atender visitantes, pastoreo, cultivo del huerto y plantas medicinales, servir en el comedor, hacer carbón… Lo ejecutan de una forma especial, con toda su dedicación y atención incluso al presentarte los platos que vas a comer. Ponen el alma en cada cosa que hacen, toda su perfección. Dignidad, serenidad, amabilidad en cada gesto. Todo es importante: la nutrición, la alimentación, la presentación… Haciendo de cada acto algo bello.

Están muy sanos, toman pescado una vez a la semana por la vitamina B12 y el Omega 3. Dice Eugenio que a veces les visitan vegetarianos en mal estado de salud. Ellos cuidan mucho su salud con revisiones médicas en su centro de salud natural (con una clínica dental bioecológica y terapias alternativas). Se levantan a las 4:30 de la mañana, hacen ejercicio y artes marciales, cuidando el equilibrio físico y mental.

Eugenio vino con su pareja y sus dos hijos hace más de 20 años. Biólogo, especializado en ornitología, dejó su casa con piscina en la ciudad, su trabajo de guía y su buen sueldo. No se arrepiente. Cuenta que han aprendido mucho y se han desarrollado como personas. Pero al principio fue duro, llegaron y no había nada. Ahora hay niños que ya han nacido aquí. “Son dúrikos puros, será interesante ver sus aportaciones en el futuro. No han crecido ni se han educado en la sociedad del consumo”.

12551938JMCon Eugenio hacemos una linda caminata en busca del quetzal. No lo encontramos, pero no importa. “Esto no es un zoo, los animales aparecen cuando quieren”. Nos rodean mariposas de una belleza que emociona. La blue morpho, la 88, las transparentes… Está orgulloso, ellas demuestran que la zona ha recuperado totalmente su equilibrio natural. Aparece una tarántula. Sin dudarlo, Eugenio la coge con delicadeza y ésta camina ligera por su brazo. Es enorme. Él le habla con dulzura. Quiere desmontar tantos mitos erróneos que hay con los animales. “La mayoría no son agresivos, más bien tienen miedo, huyen de los seres humanos. Sólo cuando les molestas o atacas, se defienden”.

Dice que aprenden mucho de los viajeros que les visitan, que hay un intercambio. Incluso algunas cosas de la comunidad son fruto de esas aportaciones. Pero no se dejan “contaminar”. El 80% de los ingresos del turismo se dedican a la adquisición de nuevas tierras para ampliar la zona de protección de la reserva. El turismo sostenible está muy desarrollado en el país, fue un debate intenso en Dúrika abrirse a recibir visitantes. Lo hicieron en 1991 y les parece muy positivo. Dan a conocer su proyecto y puede ser inspirador de otros.

Ver la capacidad del ser humano de crear, recuperar, conservar -y no solo destruir- es reconfortante y esperanzador.

En Dúrika todo fluye, en una mágica conexión. Ahora que recuerdo aquella vivencia, me parece lejana, surrealista.

Yo también pienso al leer todo esto que es un poco raro. Pero lo leo porque lo he escrito. Y lo escribo porque lo he visto.

Fotos de Eugenio García en Fotonatura